Discos

Dúo Salteño – El canto de Salta (1971)

Por Diego Maita López

La discografía del Dúo Salteño representa un obstáculo al momento de su abordaje. Es que muchos de nosotros hemos conocido al Dúo por sus singles, formato de origen de la moderna industria discográfica y -quizás- destino final de la misma, hoy con preeminencia de las plataformas digitales.

En mi caso, la puerta de entrada vino de un compilado que fue una virtual biblia hereje: el 20 Grandes Éxitos, un disco que tenía casi todas esas canciones que aún hoy siguen grabadas en nuestra peculiar salteñidad profunda.

El obstáculo, claro, se presenta cuando nos toca escuchar las canciones en sus respectivos discos de origen, tratando de desandar esa unidad que el compilado selló a fuego y peor -o mejor- aún, cuando hay que situarlas en su momento histórico concreto. En el caso de esta columna vamos a referirnos al disco El Canto de Salta (1971), segundo disco del Dúo, en colaboración con el Cuchi Leguizamón. De hecho, en los créditos está publicado como “Dúo Salteño y Cuchi Leguizamón”.

Voy a empezar por poner en limpio algunos datos duros que quizás interesen al lector: el disco contiene doce canciones, a razón de seis por cada lado (tengo en mis manos un vinilo, reedición de 1983) y de ésas, sólo dos de cada lado tienen al Cuchi en el piano. Las otras son interpretadas por Chacho Echenique y Patricio Jiménez, aunque no se informa quiénes se ocuparon de las guitarras y el bombo. Si algo ha mejorado con el desarrollo de la industria discográfica, es el registro de los créditos.

No me equivoco si digo que más de la mitad de las canciones contenidas en el disco son masivas y han sido reinterpretadas por muchos artistas hasta el hartazgo. Y claro que algunas de ellas no son interpretadas originalmente por el Dúo. Los Chalchaleros, Los Fronterizos y otras han planteado versiones más convencionales que las del Dúo. De esas, las masivas, podemos nombrar “Balderrama”, “La Pomeña”, o la hoy políticamente incorrecta “López Pereyra”; de éstas podemos ensayar una mirada en su contenido y desarrollo.

El boliche Balderrama fue uno de los lugares de socialización favoritos de una camada de músicos y poetas que tenían al Cuchi, Manuel J. Castilla y otros tantos entre sus habitués. Uno de los mitos urbanos reza que las juntadas eran (para “chupar”) hasta que salga el sol, previo pedido al propietario de que tabique con frazadas las puertas y ventanas que permitían, justamente, la entrada de luz natural. Más allá de esta probable anécdota, creo que nadie imaginó la repercusión de la zamba: el mejor y más famoso jingle que un comercio pueda tener en la historia de la música popular argentina. Ni Adrián Suar hubiese imaginado semejante PNT. Uno camina por Balderrama y ve una galería de fotos que invita a volar: mi favorita es la de Charly García abrazado al Gordo Balderrama. Y así como le debió pasar a Charly, la canción fue una invitación a conocer Salta, el boliche y el mundo musical salteño. El Cuchi, junto a Castilla, lograron más que cualquier Ministerio de Turismo.

“La Pomeña” forma parte de una serie de canciones que evocan a personajes puntuales: el pastor tastileño Barbosa, la niña Yolanda, la fantasmática viuda (esa que pena por el Rubio Soria), don Juan Riera, etc. En este caso, la pomeña es Eulogia Tapia, por aquella época una jovencita que estimuló la pluma de Castilla. Eulogia y una serie de atributos, una serie de lugares y, como en gran parte de la obra, el carnaval: “por qué te roban Eulogia/carnavaleando”.  Voy a señalar una ñoñez, pero me encanta: en esta zamba –y en otras más- aparece ese rescate de “los de abajo”, la gente común, con sus problemáticas, su cotidianeidad. Una preocupación de los historiadores británicos de mediados del siglo XX. Eso es y debería ser parte de la tarea folclorista, al menos para brindar una mirada más abarcadora de la realidad.

En 2014 pude conocer La Poma y claro, a Doña Eulogia. Una señora con el peso de ser “La Pomeña”, y también pude conocer parte de las carencias de los pomeños, de la situación de postergación en la que vive esa Salta periférica que parece no existir cuando cantamos celebrándola. Y esa perversión me angustia hasta hoy. La canción es hermosa, entiendo que bienintencionada. Pero la pobreza de Eulogia y los pomeños sigue siendo igual -o quizás peor- que en los tiempos cuando se escribió la zamba.

Finalmente voy a referirme a la última de estas tres, que claramente se sitúa en las antípodas de la anterior. Entonces, quizás valga la pena saber que Carlos López Pereyra fue abogado y juez. Que Artidorio Cresceri (autor de la canción) un poeta que, en una discusión con su mujer, la golpeó, provocando la muerte de la misma (al parecer en la “discusión” ella cayó al suelo y se golpeó la cabeza con el cordón de la vereda). Así, el juez, aduciendo “emoción violenta”, logró que el músico eludiera la cárcel y éste, agradecido, compuso en 1910 una pieza titulada “Chilena dedicada al Doctor Carlos López Pereyra”. Chilena fue el nombre que se le daba a principios del siglo XX al ritmo que hoy denominamos zamba, y el nombre de la misma fue mutando hasta adoptar el por todos conocido: “La López Pereyra”, casi un himno de la salta folclórica solemne.

Aunque siempre es importante ubicar a la obra en su contexto, hoy creo que el romanticismo y lo “bello” –al menos en términos melódicos- de esta última canción deben perder terreno frente a la historia que cuenta: lisa y llanamente un femicida obsesivo que se autojustifica y titula una canción en homenaje a su abogado patrocinante. Ese verso que canta “deliro con la falsía con que ha pagado tu amor mi amor” es terrible. Cuesta imaginar al Dúo -un grupo tan caro a la izquierda, el progresismo y el campo popular- bancando una postura así. Claramente, el avance social en la sensibilización sobre estos temas, nos permite esta interpelación.

Fuera de estas tres canciones que son icónicas, a mi me gustan mucho “El avenido”, un carnavalito picaresco (“si no machan a las viejas/nos quedamos sin chinitas”), o “La alejada”, una zamba carpera de Celso Saluzzi –hermano de Dino– con letra de Manuel J. Castilla. Ahí la música rompe la estructura armónica tradicional y la letra tiene una de las frases que mejor sintetiza el espíritu carnestolendo: “Carnaval toma mi corazón/Golpealo como caja, decí que ha muerto un pobre de amor”. También voy a traer a colación una zamba con la que varios aprendices empezamos a pulsar la guitarra en los Talleres Artísticos Jaime Dávalos: “Zamba de Vargas”, recopilada por don Andrés Chazarreta, donde se cuentan las vicisitudes del Combate de Pozo de Vargas. En dicho combate, las fuerzas centralistas del General Taboada vencieron a las federales de Felipe Varela, en las afueras de La Rioja, derrotando así a la mayor rebelión del interior contra el gobierno del presidente Bartolomé Mitre.

Quizá venga bien una miradita estadística: de doce canciones, cinco son de la dupla Leguizamón/Castilla, a esta altura los Lennon/McCartney salteños. Dos más son de Leguizamón en letra y música, dos son letra de Castilla (una con música de Celso Saluzzi y otra con la de F. Portal). Quedan sueltas: una de Artidorio Cresceri y otra de Andrés Chazarreta, representantes del cancionero previo a la renovación de los 60, más una de los Hermanos Núñez.

Pensar un disco, más allá de la mera escucha, puede resultar un ejercicio sumamente placentero. Aunque en este caso, la profundización sobre algunos aspectos fue posible por la densidad de la obra.

Espero sinceramente esto sea una invitación a descubrir no sólo al Dúo –acaso la mejor creación del Cuchi Leguizamón, padre de esa armonización vocal- sino también el cancionero sobre el que trabajaron.

Artículo publicado en la revista Rock Salta 23, de septiembre de 2017.