A solo días de la llegada del prestigioso evento a nuestro país, repasamos el Lollapalooza Chile 2013. Todo el análisis y la cobertura de la exitosa edición trasandina del año pasado.
El Lollapalooza Chile 2013 desnudó la enorme distancia que existe entre el autoproclamado “mejor público del mundo” y un acontecimiento musical de primer nivel global. Pearl Jam, Black Keys y Franz Ferdinand encabezaron la grilla del histórico festival estadounidense instalado desde hace tres veranos en el país trasandino. Crónica del viaje Córdoba – Santiago.
Fotos de Eduardo Pece
Un colectivo repleto de jóvenes exhaustos regresaba a su punto de partida después de un fin de semana de ensueño en Lollapalooza Chile 2013, el festival que se realizó el 6 y 7 de abril en el Parque O’Higgins de la capital trasandina. Los chicos, en su gran mayoría veinteañeros, repasaban una a una las anécdotas de los dos últimos días: Pearl Jam junto a Perry Farrell, de Jane’s Addiction y Josh Homme de Queens of the Stone Age, cantando el tema “Rockin´ in the Free World», de Neil Young, con fuegos artificiales de fondo; el show de Deadmau5, con su cabeza de ratón drogado y todas las luces de colores del mundo; la locura del cantante de The Hives, que con su spanglish hacía reír y saltar al mismo tiempo; lo talentoso que es el dúo Black Keys; el predio gigantesco; la impecable organización; todo un sector dedicado a los niños, y mucho más. Sus cabezas se disparaban más rápido que sus bocas. Algunos se animaban a armar un veloz ranking y señalaban el orden de los mejores momentos, otros discutían. Con una sonrisa dibujada en sus rostros, proclamaban que el año siguiente hay que hacer lo posible para volver.
El micro de Oktubre Viajes salió de Córdoba poblado de chicas y chicos que no se conocían entre sí. Algunos eran del interior cordobés, otros llegaban de Catamarca, Salta o Rosario, y todos tenían la misma expectativa: vivir el Lollapalooza. El festival, que surgió hace más de quince años en Estados Unidos, sigue en pie hasta hoy, creando una idea de entretenimiento musical al cual se llega mediante una extensa grilla con lo mejor del rock y la electrónica en formato de mega shows, decenas de actividades paralelas, diversión y juegos. El amante de la familia amarilla recordará cuando Homero Simpson frenaba balas de cañón con su estómago y compartía un autobús con The Smashing Pumpkins y Cypress Hill. Ésa era una sátira, justamente, del Lollapalooza. El evento es tan reconocido mundialmente que cuenta con un episodio dedicado. La edición chilena se realiza desde hace tres años y hace dos que existe la versión brasilera con dos semanas de diferencia y prácticamente la misma grilla.
Es evidente que nos dejaron de lado, pero la gran mayoría de esos artistas de paso por el sur de América realiza fechas propias en la Argentina o forma parte de algún festival armado para aprovechar la ocasión. Si en los últimos años tuviste la chance de asistir al Quilmes Rock, Personal Fest, Pepsi Music, y demás eventos similares, sabrás lo que significa un espectáculo de esas características hoy en día en la Argentina: las esperadas estrellas internacionales nos atraen, pero lo que nos llevamos como extra son precios exorbitados de entradas, largas filas, la imposibilidad de comprar algo para comer sin sentir que te estás dejando robar, que te roben directamente, la aventura de llegar al predio, la desventura de volver al hogar, el pésimo sonido y un sinfín de pálidas más. Todas estas cosas, en mayor o menor medida, suscriben a este tipo de shows en nuestro país. Hay que sumar la excitación y entusiasmo propio del fanático y seguidor argentino, que en muchos casos llega a transformarse directamente en un personaje salido del imaginario de Peter Capusotto y pierde totalmente el tino: canta los solos de batería, quiere llegar lo más adelante posible a pesar de haber entrado diez minutos antes, putea a la banda que toca antes que el grupo que él fue a ver, entre otros detalles.
Pero retornemos a lo vivido en esas dos jornadas chilenas por nuestro grupo de amantes de la música: a diferencia de un viaje renguero o de connotaciones ricoteras, en este colectivo se pedía escuchar a Los Brujos, Nirvana y The Cure y se pasaban DVD de Los Ramones y películas como La Naranja Mecánica. Se hablaba de bandas nuevas y de lo que estaba escuchando cada uno. Claro que esto no era general: como en todo viaje grupal, se armaban pequeños subgrupos por afinidades y cercanías. Después de todo, era un día de viaje entre Córdoba y Santiago de Chile y viceversa, por lo que era ideal llevarse bien.
Mientras las ruedas desandaban el camino de vuelta, el pecho de los afortunados viajantes se inflaba con sólo pensar que disfrutaron de Pearl Jam en temas fulminantes como “Even Flow” o “Do the Evolution”, donde Eddie Vedder pidió encarecidamente a los presentes: “Griten más fuerte que Buenos Aires”. Aunque la leyenda de Seattle también supo golpear bajo mediante las conmovedoras baladas “Just Breathe”, “Daughter/It’s Okay” y “Black”. Otros de los buenos recuerdos eran los que remitían a los sets de Queens of the Stone Age, a quienes el público les demostró un gran afecto y ellos respondieron con todos sus temas más conocidos, al igual que The Hives, quienes incluso actuaron dos veces, ya que participaron de un side show. Unos días antes del festival se brindaron recitales completos de algunos grupos de la grilla. Y es que en el Lolla los sets eran cortos y justos, limitándose a una hora, hora y cuarto, y dos para los números de cierre.
Entre la avanzada del Reino Unido se destacaron Keane, Franz Ferdinand y Kaiser Chiefs. Por parte del llamado electro rock o indie rock, Hot Chip, Two Door Cinema Club y Foals brillaron en lo suyo y lograron exponer el gran momento que está pasando ese tipo de música en la actualidad. Estos grupos capturaron a propios y extraños a pesar del sol que pegó muy fuerte durante la tarde de los dos días. La temperatura fue muy alta y la prenda favorita para las chicas fueron los shorts. Para los chicos fueron las bermudas, las musculosas y las gorras. Otra diferencia grande con Argentina fue el comienzo desde el mediodía y el final minutos antes de la medianoche. Los horarios de la grilla se cumplieron a rajatabla y hubo que buscar con lupa un show que se haya atrasado cinco o diez minutos.
Una de las mejores experiencias del festival, sacando la enorme cantidad de actividades, juegos, regalos brindados por los sponsors, fue el de descubrir nuevas bandas, nuevos artistas. La grilla era inmensa y era imposible ver ni siquiera la mitad, por eso un buen método era disfrutar un par de temas en cada escenario (seis en total), pasar de uno en uno de acuerdo al gusto personal, a la cercanía entre ellos o a las ganas que iban apareciendo. En esas búsquedas, nada fue mejor que Crystal Castles: la banda canadiense de música electrónica experimental fue lo sobresaliente del Movistar Arena, un estadio techado similar al Orfeo Superdomo cordobés pero con una capacidad para 16 mil personas, cinco mil más que el Luna Park porteño. Otro viaje mental fue el brindado por la teatralidad de Puscifer, el proyecto actual de ese genio que es Maynard James Keenan, el reconocido cantante de Tool (banda que dominó en el ranking de remeras) y A Perfect Circle, grupo que también actuó en el festival pero que dejó con ganas de más a sus seguidores de antaño, debido a una lista muy poco feliz.
No todo fue nuevo o no todo sonó a nuevo. El viejo y amado blues tuvo su buena participación con el joven prodigio de las seis cuerdas Gary Clark Jr., en la emociónate performance de Alabama Shakes y su líder Brittany Howard, excelente alumna de Janis Joplin; y especialmente con los encargados de cerrar el festival: The Black Keys, ese sucio y garagero dúo de guitarra y batería que desde Brothers (2010) y El Camino (2011) treparon a la primera línea del rock mundial, merced a canciones irresistibles como «Lonely Boy», «Little Black Submarines» y “Tighten Up”.
Uno de los grandes aciertos del evento fue la enorme cantidad de baños químicos dispuestos en lugares específicos en el gigantesco predio. Otro fue la posibilidad de recargar las botellas de agua de forma gratuita y divertida, gracias a unos puestos que eran atendidos por bellas féminas.
La experiencia de este grupo de viajeros, como las de tantos otros que asistieron al festival chileno que agotó cerca de sesenta mil entradas cada día, es la mejor publicidad y la mejor difusión para este tipo de eventos. Aunque pasen varios meses, las sonrisas y los recuerdos gratos volverán y los harán pensar que “hay que hacer lo posible por volver”.
* Nota publicada en la Revista Rock Salta N°15 (junio-julio de 2013).