Colgada

Me toca o me toco

“Is that everything’s gonna be fine fine fine ‘cause I’ve got one hand in
my pocket And the other one is giving a high five”
A.M.

Tratando de sacarme la culpa y el sabor a sola salí el viernes. De las primeras salidas sin tanto apuro porque hijo ya se queda con su padre. Por supuesto que me quedé pensando en cómo iba a estar. ¡Y estaba bien! Busqué amiga. Tomamos cerveza. Hablamos y hablamos en un lugar al que no había ido nunca.

En la pantalla, un desfile de ropa interior y música que ya no conozco, que ya no sé bailar. Del otro lado una pareja. Parecía la primera cita. Ella, divina: pelo, boca, pose de chica bien. Él zafaba sin tanta producción. Yo también me arreglé. ¿Para qué se arregla uno cuando sale?

Después caminamos hasta otro lado. Nos bancamos a un par de borrachos en el camino. Noche casi primaveral. Fuimos al mismo lugar de siempre. Nos acomodamos en la costumbre. Bailamos y nos reímos de la banda que escuchamos. En medio de todo, otra pareja, un encuentro. Personas de diferentes grupos que se miraban, se bailaban, se acercaban y charlaban. Todo perfecto, pero tenía que volver.

Y entre la oscuridad y el fondo del vaso recordé que no hay nadie en casa salvo yo. Había que afrontarlo. Antes me mandé un par de cagadas. Le escribí al chabón, me sentí mal conmigo misma. Antes, cuando no era madre, sufría muchísimo por estar sola. Mucho. Me torturaba. Me deprimía después de una noche en la que no conocía a nadie (aunque en Salta ya nos conocemos todos).

Patéticamente me compraba una bolsa de maní (?) y me iba llorosa a casa, cuando había salido contenta, linda y llena de expectativas. Creo que esperaba conocer al amooour en esas salidas. Y convengamos que cuando apenas se consigue coger bien imaginar un novio es demasiado.

Entonces qué estaba esperando yo. Ante esta divina imagen (yo sola comiendo maní) hay que decir la verdad. Es real. Me cuesta encontrar gente copada para coger, además de las miles de preguntas que me hago ante esas situaciones. No queda otra más que volver a casa como salí, sola. ¡Pero no está mal!

¿Quién dice que tengo que estar con alguien? De dónde salió la regla que no somos nada cuando estamos solas. Quizás el futuro esté lleno de noches así, quizás no. ¿Por qué temer? Porque al llegar a casa quizás descubra que tengo un cuerpo. Quizás lo recuerde. Tengo un cuerpo. Entonces, debería reconocer, además, que soy linda y no hace años. Hoy. Ahora mismo. Deseable. Y estoy sola. No, no es una contradicción. Estoy sola. No hay pero.

Tengo el celular en la mano y no voy a llamar a nadie. No quiero a cualquiera. En realidad no sé qué quiero ¡y eso está bien! Estoy cansada de explicarlo. No sé leer señales a través del salón. No tengo idea si me están tirando onda. Estoy cansada de escuchar lo mismo: “Mirá que no te prometo nada”, “no sé ni para dónde voy” y el clásico “no puedo amar” (ojos en blanco). ¡Pará, chango! Sólo vamos a coger.

Estoy cansada de tener que explicar dónde queda mi clítoris. Entonces, por qué (me) cuesta tanto estar sola en lugar de coger con alguien y pasarla mal. Y ojo, si pinta, pinta. Hay que coger por las razones adecuadas, porque se tiene muchas ganas. Pero no por soledad.

Estar sola y bien es hermoso. La paja es un acto heroico. Es amarte a vos primero.

Publicado en la revista Rock Salta Nº24, en el mes de octubre de 2017