Colgada

Y más me enojo en las redes

La veo hacer gestos, habla por lo bajo (aunque lo suficientemente claro como para que se entienda). “Fiero, el negro”, dice. Clau, que está al lado mío, me explica que esa burlista se ríe de la mujer trans que cruzó en el baño. Blanqueamos los ojos y volvemos a nuestro trabajo. No quiero indignarme con cada cosa que veo pero no lo puedo evitar. Salto como leche hervida y voy a los talones como Schiavi (de hecho, ése era el apodo que un antiguo jefe usaba conmigo). Estoy harta, cabrona.

Hay lugares, como éste, en los que me tengo que morder la lengua. Es que una vez que entrás en el feminismo ya no podés ver las cosas así nomás. No importa cuándo entrás ni cómo, ya estás jodida. Y lo digo bien. Estoy feliz, es hermoso, pero también hay dolor. Y así ando, enojada. Y más me enojo en las redes. Me cabrea leer a los cibermilitontos de las causas nefastas y me enojo conmigo por las veces que no voy a las marchas.

Qué raro es seguir todo por internet. Hoy recorro Facebook, me detengo en el estado de una chica que conozco. Cuenta cómo la violentó un hombre y se lamenta porque pidió ayuda a una mujer y ésta se lo negó (y era jueves de comadres). No podría decir que es un escrache porque no dice los nombres, es apenas un descargo. Las redes también sirven para eso. En los comentarios la saludan, le mandan abrazos y le dan apoyo. Algunas cuentan cuando se encontraron en momentos similares. ¿Qué hacer en esas situaciones? ¿Vos qué harías? “Lo personal es político”, escuché decir mil veces a mis amigas, que la tienen bastante clara.

En diciembre iba por una calle del centro, muy temprano por la mañana. Hacía mucho calor y yo llegaba tarde al laburo. De frente vi una pareja con un bebé. A medida que me acercaba noté que él la tenía agarrada por la muñeca, un forcejeo disimulado. Cuando pasaba por al lado escuché que ella, muy por lo bajo, le pedía que la soltara. Estaba llorando y con el otro brazo tenía alzado a su pequeño. ¿Y? ¿Qué se hace? “¿Necesitas ayuda? -él no la soltaba-. Dejala ir”. Lo mío era casi un ruego. “No me deja ver a mi hijo”, me dijo. “Con razón”, pensé. “Anda a ver a un abogado -le dije, y me sentí un poco tonta-. Voy a llamar a la policía”. Prepotente, me extendió su teléfono.

El chabón estaba seguro de que hacía bien en exigir sus derechos de padre por la fuerza. Enojada, le grité lo que me salió y me alejé a llamar a la policía, no quería que se notara que me había intimidado. Ella nunca me miró y él no la soltó. Llamé al 911, se me trababa la lengua y del otro lado tampoco me atendían muy bien. Pregunté si ya venían y sólo me dijeron que ya habían informado. ¿Qué se hace después? ¿Esperar? ¿Es suficiente con un llamado? Encima estaba llegando tarde al trabajo. Por suerte, y para calmar mi culpa, vi a la policía llegar cuando yo estaba llegando a la esquina.

Vuelvo a esa sensación de incertidumbre. De lo que se hace. ¿Qué pasaba si la cosa se ponía más densa? Creo que en otro momento hubiese pasado por al lado y no hubiese dicho nada. Como de hecho pasó gente al lado nuestro y sólo fue espectadora. Quizás, si hubiéramos sido varios, él la hubiese soltado. Y si todes detuviéramos esto, si todes fuéramos feministas. Pero no. Pienso en  la mujer que no ayudó a esa chica, pienso en mi compañera que se burla de una mujer trans y les dice gordas a otras.

Miro alrededor y puedo adivinar que ninguna de las mujeres que me rodea conoce la palabra sororidad. Estoy segura de que pensarían mal si les mencionara la palabra feminismo. No creo que ninguna pueda (ni quiera) parar el 8 de marzo. Y eso no es menor. Pienso que es hasta grave, si me detengo en las cosas que escuché en relación a casos de abuso.

Esto me importa mucho. Necesito que mis compañeras sean feministas  Ahora que el feminismo se sienta en el sillón del enemigo y lo transmiten por la tele me parece importante pensar cómo llegamos a ser feministas. No todas contamos con esa persona que te siembra la duda y te hace entrar y salir de  vos. ¿Entonces, cómo se hace? Se aprovechan todos los frentes, estoy convencida de eso. Antes de encontrarme con el feminismo primero me crucé con mujeres fundamentales en mi vida. 

No sé cuándo, en algún momento sucedió. Me di cuenta de que cuando tenía 15 quería ser linda. A los 20, inteligente. A los 25, libre. A los 32, independiente y buena madre. Además, siempre quise que me quieran, no estar sola. En el fondo de todo, mis ganas de escribir. ¿Y acaso no era linda, inteligente y libre? ¿Qué era lo que no me permitía verme así?

Me pregunto todas estas boludeces y afuera las mujeres, trans y lesbianas abortan, pelean por sueldos justos, por sus hijos, por sus libertades y por sus cuerpas, pero creo que antes hay que pasar por estas preguntas. Antes hay que mirarse el ombligo. Es necesario.

Publicado en la revista Rock Salta Nº28, en el mes de marzo de 2018