Entrevistas

El hip hop en Salta llega desde los barrios

Repasamos este artículo de nuestra revista número 18, de diciembre de 2013, donde nos metimos en un nicho marginal que se negaba a transar con la cultura oficial.

A quién se le podría ocurrir que en una ciudad norteña, de raigambre andina y colonial, racista, clasista y orgullosa de su tradición folclórica profundamente popular, pudiese emerger una movida urbana originaria de comunidades afroamericanas de las ciudades más grandes de Estados Unidos. Podríamos levantar el dedito salteño y denunciar colonialismo cultural como lo haría un purista, o podríamos ensayar una explicación a esta rareza local encarnada en pibes y pibas nacidos y criados en los barrios marginales de una ciudad prejuiciosa, pibes de quien todos esperan y dan por sentado, que solo podrían expresar cumbia, choreo y bardo.

El realizador audiovisual Santiago Álvarez registró con fascinación en 2007 un documento que da cuenta de la emergencia del hip hop como cultura local en la primera década del siglo XXI; cuando un grupo de jóvenes adolescentes manifestaban al mismo tiempo su diferencia y su pertenencia salteña en la puerta de la tienda San Juan, un comercio de telas que forma parte de la memoria histórica urbana salteña, ubicado en el centro mismo de esta ciudad pueblo. Álvarez registró el testimonio de la FE Crew (Freestyle Estrategia Crew), el primer grupo salteño de hip hop. Quizás su fascinación por lo disonante en un entorno del que sólo se espera cumbia y folclore para ojos extranjeros, no le permitió preguntarse cómo era posible que estos hiphoperos nativos hayan tenido la posibilidad de consumir una expresión cultural extranjera de masividad reciente. Ni siquiera en la Argentina de finales de los noventa era masivo (aunque podríamos abrir una discusión en torno a Illya Kuryaki and the Valderramas). El hip hop todavía era “música alternativa” para la industria local (a pesar de que en Estados Unidos el hip hop iniciaba su edad de oro con los gangsta raps de la costa este tiroteándose con municiones militares con los rappers de la costa oeste). Sí existían ya, grandes exponentes latinoamericanos made in USA (Cypress Hill, ponele), pero que no eran transmitidos por los medios de comunicación habituales en el consumo de las clases populares. Era necesario contar con cable y acceso a internet. Quizás el boom de los cybercafés, que en los barrios marginales se convirtieron en puntos de encuentro nocturno, haya ayudado en el encuentro de los pibes de familias de clases bajas con el contenido testimonial propio de este movimiento nacido en el norte de América.

El hip hop, con orígenes primigenios en los 60, agrupa cuatro elementos artísticos: la música (los beatboxings y DJ), la lírica (los MC), el baile (los b-boying o breakdancers) y la gráfica artística (el grafiti y el muralismo); pero comúnmente suele reducirse a un estilo o género musical encarnado en la poesía hablada. La música hip hop ha sido nutrida (y ha nutrido y fusionado) con numerosos estilos, prácticas culturales, expresiones artísticas, procedencias étnicas, incluso llegando a ser un elemento central en la cultura pop de los grandes artistas de la industria musical (no hay artista yanqui que se precie de mainstream que no haya contratado un negro o negra que le rapee algún pasaje de sus singles que rankearon en los charts de los últimos diez años). La cultura hip hop al ser industrializada se hizo tan pop y masiva que hoy medio planeta está siendo conquistado por coreanos y japoneses al ritmo de (un inentendible) K-pop; títeres asiáticos industrializados haciendo hip hop.

Salta podrá ser muy tradicional y conservadora, pero no está caída del mapa globalizado de los medios de comunicación y sus adolescentes y jóvenes no están exentos (por provenir y habitar el margen social) de participar de los procesos culturales globales que habilitan fusiones e hibridaciones con las culturales locales. Ya sucedió años ha con el rock y el pop anglosajón, denunciando en su momento por el purismo blanco salteño como la perdición de lo nativo en manos de la cultura extranjera, puristas coloniales que piensan: “ahora los yutos salteños rapean”.

El desarrollo de la cultura hip hop en su cuna estadounidense se clasificó en olas o escuelas, la old school caracterizada con fusiones melódicas del funk y el soul, y armada en bases de sintetizadores, con letras testimoniales de la vida negra en los suburbios, rimada con metáforas. La new school, o segunda ola, a partir de mediados de los ochenta, se caracterizó por el minimalismo de sus patrones rítmicos (beatbox) y la influencia de la cultura rock, con letras plagadas de insultos y provocaciones, realidades sociopolíticas y estructuras líricas agresivas, proyectando la imagen de una actitud dura pero con onda. El desarrollo de estos elementos y su fusión con la cultura pop convirtieron al hip hop en una industria comercial, rompiendo los límites de color de piel y pertenencias de clases (desde los muy blancos Beastie Boys y Eminem a los middle-class-boys como Justin Timberlake).

Según definen los hiphoperos salteños actuales, FE Crew encajaría en la vieja escuela. Salta, podemos decir, tiene sus propios fundadores de la cultura hip hop local.

Conciencia ideológica o la delgada línea entre hip hop y cumbia

La FE Crew ya no existe; es solo un mito fundante de los hiphoperos locales, que por una cuestión de costos y liquidez monetaria coparon la histórica glorieta Federico García Lorca de la plaza principal de la ciudad, un espacio objeto de disputa de toda clase de vecinos, artistas y funcionarios durante más de 150 años. Las crews de la nueva ola (pareciese que entre el primer grupo y los nuevos hubiesen pasado veinte años, pero sólo pasaron siete) eligieron la glorieta por su refaccionado piso de madera para las destrezas de los bboys, el aire libre para el humo de los porros y las gradas para el público de las contiendas de freestyle.

Para los transeúntes y comerciantes salteños, al principio los pibes eran un grupo de vándalos que destrozaban las instalaciones públicas cuando se juntaban para drogarse a plena luz del día delante de los palomitas escolares que se reúnen cada mediodía en el monumento al general unitario Arenales. La policía de Salta, que durante bastante tiempo persiguió y espantó a los pibes morochos de capuchas del centro turístico de la ciudad, como si fuesen moscas que molestan el paisaje (como sucede con los manteros, los puesteros de frutas, entre otros grupos marginados), les concedió la presencia en la glorieta al entender la baja peligrosidad social de este grupo de chicos que se entretienen bailando, cantando y haciendo música. Además, por supuesto, están las mil cámaras que registran todos los movimientos de la plaza.

En Salta, de acuerdo a un conteo abrupto realizado por las mismas crews, habría alrededor de cien MC, es decir, un número importante de tiradores de rimas freestyle que compiten entre ellos por el reconocimiento comunitario cada fin de semana en diferentes puntos del conurbano sur salteño: La Merced, Rosario de Lerma, Cerrillos. La mayoría nacidos y criados en barrios marginales de hoy clases populares trabajadoras, barrios con pasados de villas y asentamientos, con presencia de pobreza estructural, drogas y asistencialismo estatal, misiones territoriales parroquiales y católicas, comedores comunitarios, calles de barro, cumbia y exceso policial; guaridas de pibes chorros, cocinas de paco y centros de ventas de marihuana y cocaína de las clases altas. Palmerita, Solidaridad, Ceferino, Miguel Araoz, Norte Grande, Santa Cecilia. Algunos de los barrios de los que provienen los integrantes de las crews salteñas, la mayoría varones de entre 17 y 21 años, albañiles, cadetes, puesteros. Las crew salteñas también están atravesadas por la cuestión de género, sobresale Shombres, una crew conformada por MC mujeres que mandan a callar a los muchachos.

Los pibes salteños saben muy bien lo que hacen, tienen claro todos los elementos culturales a los que adhieren, sus rituales y simbolismos, compraron la ilusión de pertenecer a un grupo de referencia en un mundo cosmopolita lejos de lo folclórico, cerca de lo globalizado. Gorras con sellos internacionales, zapatillas bajas, vestimenta urbana, pantalones anchos, buzos amplios, nada de marca, como un esperaría de una trasposición burguesa de un estilo importado; esta es una vidriera con ropa sucia, y estilos construido en base a las posibilidades económicas. Para cualquier salteño de ley, posibles pibes chorros encapuchados.

¿Pero qué los separa de la cumbia? ¿Un deseo de realización humana marca la diferencia? Las crew hacen un intento de responder la pregunta. Nunca se la hicieron. Sin embargo observar en la mano de uno de los MC de la glorieta un librito de bolsillo escrito por Schopenhauer (padre del idealismo occidental, que de seguro un escaso número de lectores de esta revista alguna vez haya leído) permite insistir con la pregunta.

“De la cumbia nos separa la forma de pensar. Ellos usan el instinto. Lo primero que ven lo toman como referencia y lo repiten. No profundizan en lo que sienten”, dispara un MC criado en Palmeritas. El amor como concepto, preguntas existenciales, condiciones de vida, realidad globalizada, pobreza estructural; son algunos de los tópicos de las crews salteñas, tópicos globales de la cultura hip hop internacional con la necesaria cuota de localismo existencial.

La cultura hip hop salteña crece todos los días. Uno podría determinar fácilmente que es gracias a la saturación de redes sociales por internet. Sí, hay un poco de eso, hay fan pages, anuncio de eventos, comunidades regionales (Salta es la última ciudad del NOA en desarrollar un movimiento hip hop. Tucumán, Jujuy y Santiago del Estero llevan la delantera). Sin embargo la principal red social comunitaria está dada por los encuentros reales, la transmisión por vínculos de cercanía (barrial y familiar) y contacto espontáneo y callejero. Todo aquel pibe que en su barrio del margen se siente un poco outsider de su entorno termina cayendo a la movida de la glorieta, y es recibido en la unión. “El hip hop es unión, es solidaridad”, advierten los MC de la glorieta.

Suena loco para una urbe como Salta, que hoy se precia de cosmopolita, que las principales movidas de freestyle se den o en el mismísimo punto central de la ciudad, la glorieta de la plaza o en los municipios del Gran Salta, sin espacios intermedios de expresión. No hay barrios que concentren crews donde se puedan ver las expresiones de uno de los elementos de la cultura hip hop; el grafiti. A los vecinos de sus propios barrios no les gustan estos pibes que se expresan en una cultura foránea, los ven amenazantes y censuran el arte urbano callejero estampado en las paredes. Y eso que los pibes se ríen cuando se les pregunta si es por una cuestión pesada. En Salta, ni en la región, existe algo parecido al Gagsta Rap de Tupac Shakur y Notorius B.I.G. Las armas y los enfrentamientos urbanos quedan para los pibes chorros. La cumbia, ¿nuestro propio gangsta style? Encontrar las diferencias sin oírlas implica tener ojo para las llantas altas, la ropa deportiva de marca, los sellos locales y las huellas del fútbol. Otro MC marca: “La mentalidad de hacer dinero convirtiendo todo lo que ven, hacen y escuchan a cumbia nos diferencia”. Hacer dinero desde el margen; y ahora también en la clase media snob: blancos convirtiendo clásicos de rock a cumbia. Blancos haciendo cumbia para ricos, profesionales y bonitos. Tranquilamente podríamos gozar la fantasía de una movida gangsta costera de la cumbia villera contra el vaciamiento de sentido político de una expresión artística popular en manos de chicos bien. Pero eso es para otra nota. Seguramente entre los lectores haya más de un agapornista que no comprenda la trascendencia musical de la banda de sonido marginal de la gran ciudad de un Pablo Lescano y sus Damas Gratis.

A la cultura hip hop undergroud del Norte se llega por una transmisión vincular, no por la radio o la TV. Tampoco por las redes sociales. Los hiphoperos locales ni las mencionan.

Los cultures del hip hop local, leen mucho y escuchan. Muchos son conversos. Se repiten las historias de descargas musicales fallidas. Una canción mal titulada en Taringa hizo que muchos pibes que creían que bajaban una cumbia terminaban dándole replay a un tema hip hop, cuyas letras modificaron sus consumos culturales. La exposición involuntaria a la lírica de los MC en español abrieron puertas al acercamiento a la cultura hip hop de varones sensibles del margen urbano y de mujeres que buscan fuerza para denunciar su lugar en un mundo de mandatos machistas. Y si no denle play a la española Mala Rodríguez como para darse una idea. Los efectos sociales de la depredación neoliberal en España permitió la emergencia de artistas underground con alta lírica, algunos hoy comercializados, otros en el margen, y varios circulando por Salta y la región cuando hijos de padres argentinos exiliados en los noventa en la península ibérica retornan a la Argentina.

Las crews salteñas tienen una resistencia al cooptamiento comercial y estatal. Confiesan que más de una vez recibieron visitas de funcionarios de la Secretaria de Cultura de la Provincia (cuya sede se encuentra a cien metros de la glorieta) ofreciéndoles un espacio para manifestar sus expresiones, ofertas que rechazaron. Las crews dicen que deciden permanecer al margen, deciden el underground, no ser masivos, elegir a quienes quieren hablarles, con quién compartir su arte. Hay excepciones por supuesto, y ya hay hiphoperos emergentes en programas de televisión local, seminarios y talleres en gimnasios y centros de danzas, y mini estrellitas que buscan comercializar sus poesías habladas.

La cultura hip hop norteña es un movimiento que está creciendo, que se desarrolla en base a buenas intenciones y altas dosis de sensibilidad, pero con un fundamentalismo purista por el género que anula una posibilidad de un condimento artístico nativo y local. Sólo las condiciones de procedencia dan la pauta de localismo. Pero sin eso, estas crews de rasgos andinos podrían haberse originado en cualquier urbe sudamericana, aunque existe una interesante excepción: Calle 13, hoy masivos e híper comercializados, pero con un resultado artístico trascedente, una equilibrada fusión entre los elementos del hip hop y los movimientos culturales y artísticos latinoamericanos. En su momento, vanguardia musical.

¿Podrá darse en Salta una fusión del hip hop con la cultural local? Una fusión que permita la emergencia de un artista con producciones de alto nivel artístico y conceptual sobre la realidad política social y cultural en una ciudad tapada por los cerros, donde una elite colonial gobierna desde una acrópolis donde las cruces y los (limitados estética, política y conceptualmente) medios de comunicación marcan la dirección en la superficie.

Sin embargo en el underground local se fermenta un movimiento que, a menos que la policía con sus nuevas potestades de requisa y atropello no lo aplaste; si logra entender los términos de negociación real y deja la guía del idealismo de Schopenhauer y decide emerger para un cambio sociocultural real, habrá de tranzar de alguna manera con los modos de gestión cultural local, o seguir manteniéndose al margen y lograr una autogestión para difundir sus propuesta, o seguir construyendo una comunidad cerrada, una más en Salta.

Si el objetivo de quienes integran las crews es mantener sus estilos de vida, el hip hop como conciencia artística del ser en el mundo, deberán aprender a dejar los egos de lado, los discursos hechos poses y hacerse cargo de su procedencia.

No somos yanquis, ni afroamericanos, ni vivimos en el Bronx, como tampoco somos rusos sometidos por los zares, ni una ciudad industrializada y proletaria como para encontrar una referencia política en el Partido Obrero. Sin embargo hoy la capital salteña se pone tan troska que enamora, y de repente, de la forma menos esperada, puede producirse un quiebre cultural ante tanto colonialismo y religión. Se enciende un deseo por la emergencia de un mesías que tenga la capacidad de conjugar un movimiento cultural del margen con la realidad de una urbe folclórica, que le de contenido político a las expresiones artísticas locales, que redundan en blancura, estética burguesa y miedo a los malos modales; o decantan en cumbia bailable que solo quiere ponerla y alargar la fisura.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Rock Salta número 18, del mes de diciembre 2013.