En febrero de 2011, la banda salteña viajó a los Valles Calchaquíes para tocar en dos conciertos que hoy recordamos.
Fotos: Diego Maita
Jueves 3 de febrero de 2011, diez y media de la mañana. Victor Conti, presidente de Músicos Independientes Asociados de Salta (MIAS) está parado solo, con su mochila a cuestas, a una cuadra del Parque San Martín. Está frente a la sala de ensayo de LaForma, esperando que llegue la banda para viajar a Cafayate y acompañarla como representante de la asociación, en el ciclo “Cultura entre tod@s – Un verano para toda la familia”, que organiza la Secretaría de Cultura de la provincia y tiene fechas en distintas localidades salteñas.
La movida sirve como extensión del ciclo que se realizó en la capital de la provincia durante el 2010 y que logró difundir a músicos independientes salteños de todos los géneros. A las bandas de rock asociadas a MIAS se les otorgaron cinco fechas dentro de “Cultura entre tod@s”: Camarón Bombay en Embarcación, Tommynockers en Chicoana (reprogramado en Metán), Los Sueños de Árbol en San Lorenzo (que finalmente no se realizó), Gardenia en Joaquín V. González (suspendido y luego reprogramado) y LaForma en Cafayate.
La banda llega a la sala en el auto de Horacio Ligoule, su cantante, guitarrista rítmico y letrista. Bajan del vehículo con una novedad no muy grata para Conti, que se lleva mal con los funcionarios y empleados por su desidia y la falta de comunicación entre ellos. “No hay escenario”, anuncia Cristian Gana, viola principal. La frase desata otra catarata de puteadas por parte de Conti, ya que era una promesa del municipio. La razón de la negativa es muy simple: el intendente Juan Esteban Ocampo no aprobó la instalación de las tablas porque desde el viernes 4 se llevaría a cabo la Pre Serenata durante todo el fin de semana, y no vio con buenos ojos cortar la calle un día más.
La decisión suena a excusa. La calle sólo se habría cortado de noche, y por algunas horas, tal como finalmente sucedió durante la Pre Serenata. Además, cualquier arteria interrumpida en un lugar como Cafayate jamás podría alimentar el caos o interrumpir el sosiego del lugar; simplemente porque no circula el tráfico necesario para lograr tal situación. Así que, a simple vista, el rock fue una vez más subestimado y dejado de lado por autoridades salteñas, que (como siempre) optaron por darle mayor apoyo y espacio al folclore que compran los turistas.
Con todo, los ánimos son muy buenos. La banda está entusiasmada por viajar y darse a conocer. La buena onda entre músicos y asistentes se nota desde el primer momento. A las once y veinte, la combi ya está en viaje. A pesar de que varios de los integrantes de la comitiva pasaron hace rato los veinte años, durante el viaje (y toda la estadía) se convierten en adolescentes. Rodrigo Troyano, baterista, es una máquina de tirar chistes y hablar todo el tiempo, provocando una resignación divertida en sus compañeros. Cristian es el más serio de todos, a pesar de ser el más joven; Gonzalo Delgado, bajista, es una mezcla entre la seriedad del guitarrista y las ganas de joder del batero. Horacio es un tipo de apariencia parca, pero capaz de repetir el mismo chiste durante todo el viaje, mientras le siga causando gracia. Pipo Ocaranza y Ramiro Jiménez, los encargados de las luces y el escenario, son los responsables de que el combustible sea renovado cada vez que se agota, y tampoco paran de hablar. Manuel Maidana, en cambio, es un personaje enigmático que sólo abrirá la boca en pocas oportunidades, dándole protagonismo a su charango invitado.
Durante el viaje, Conti, que va de copiloto, se cansa de la seguidilla de Luzbelito, La mosca y la sopa y Bang! Bang! Estás liquidado; y pone un disco que conocen todos: Vamos, de LaForma. La cara de Cristian cuando empieza a sonar “Yosotro’s Rock”, el primer tema del álbum del grupo, lo dice todo: excepto Charly García, todos los músicos se incomodan cuando ponen sus canciones.
Tres menos cuarto de la tarde, Cafayate a la vista. El pueblo está en los días previos a la Serenata y es, como siempre, una extraña mezcla entre la tradición más conservadora y el hipismo más actual y progre. Turistas de todos lados recorren la plaza comprando artesanías y vinos, deseando escuchar canciones del Chaqueño, mientras ex turistas devenidos en habitantes viven su Woodstock constante y personal cantando con una criolla temas de Pappo en versión reggae.
Al no haber escenario disponible, el recital será en el mástil de la plaza principal. Cuando lo observan, los músicos quedan conformes. Hay espacio para que suban todos y toquen cómodos. El recital comenzará a las 21 y a las 18 hay que probar sonido. Hasta entonces, la comitiva se va a almorzar al Mercado Municipal.
Después del menú (ñoquis, fideos y milanesas), el grupo hace tiempo en la casa de la tía de Pipo. Una casa extraordinaria, amplia e ideal para asados diversos. Mientras algunos duermen, otros discuten sobre el estado del rock salteño y se cagan en las patas con los truenos que se escuchan cada vez con mayor frecuencia. Nadie sabe qué puede pasar si aparece la lluvia. Por suerte, las nubes sólo largan unas pocas gotas a la hora del té.
Seis y diez de la tarde, otra vez en la municipalidad, esta vez para ver cómo viene la mano con la prueba de sonido. Uno de los encargados del evento de esta noche les dice a los músicos no se preocupen, que el sonidista prometió estar en la plaza a las seis. “Son las seis y diez”, retruca Cristian. El municipal se queda mudo, mirándolo por unos segundos hasta que finalmente larga un escapista “bueno, ya debe estar por llegar”. La banda se va a la plaza a esperar.
Seis y media. El único sonido que se escucha es el de unos pibes que bailan folclore a unos metros del mástil. En eso, aparece Pablo, violero de Chaparock y encargado veraniego de Kadabra, un pub rockero ubicado frente a la plaza. Quiere que LaForma toque esta noche en su bar. “Tengo sonido, batería, todo listo”, les dice. Horacio y Gonzalo le contestan que tienen que consultarlo con Federico, el chofer de la combi, y convencerlo de que se quede unas horas más de lo previsto.
Siete menos diez, llega el sonido sin sonidista. “Me dijeron que la banda traía sonidista”, dice uno de los empleados de la empresa sonora. “No, tenemos iluminador”, contestan desde la banda. Se decide improvisar un poco y a las siete y cuarto empiezan a armar todo.
Una hora después ya está casi todo listo y la gente en la plaza empieza a exigir saber de qué se trata. Una de las dos copias de Vamos que llevó la banda (“Nos colgamos, no trajimos para vender”) empieza a sonar a todo volumen y muchas personas se ven sorprendidas al ver a una banda de rock en Cafayate.
Nueve y diez, fin de la prueba de sonido. “En un ratito arrancamos”, les dice Horacio a las personas que ya están sentadas alrededor del mástil. Mientras la banda espera para comenzar a tocar, Pablo reparte volantes de su bar e invita a todos ver a LaForma y a los locales La Pulgosa desde las 23. Federico, el chofer, aflojó y accedió a quedarse un rato más, durmiendo en lo de la tía de Pipo, mientras la banda toque en Kadabra.
A las diez menos veinte de la noche, una mujer, empleada de la municipalidad se apodera del micrófono y presenta “este ciclo para toda la familia” y lee una gacetilla que describe a la banda. Inmediatamente después de la introducción municipal, “Yosotro’s Rock” y “Acosta del rock” abren el recital, tal como sucede en Vamos.
Al igual que en el disco, el recital parece empezar realmente con “Vidala del destiempo”, el tercer tema de la noche. Con el excelente solo de Cristian, esa pieza floydiana de la puna hace que el público (unas doscientas personas dispersas alrededor del mástil) pare la oreja y se dé cuenta de que no se trata de una banda improvisada. Además, Horacio hace caso a los consejos de sus asistentes y habla un poco más con la gente, contando el origen de las canciones y revelando que LaForma es un grupo comprometido desde sus letras.
“Inmoral” es la cuarta canción de la noche, con otro solo encendido de Cristian. Sigue “Pa’l César” y luego aparece “El despojao”, una de las mejores piezas del disco. “Un tema muy importante para nosotros”, anuncia Horacio.
“5:45 Blues” es la primera canción de Munición de Rock And Roll, el disco debut del grupo. No estaba en la lista de temas y surge espontáneamente arriba del escenario. Provoca muchos aplausos y el pedido de varios asistentes por “¡más blues!”. Lo que llega después en realidad es la canción más importante del último disco y quizás de toda la banda: “Sueños exiliados”. “La mini obrita”, como la califica Horacio, que funciona como cierre del repaso de Vamos y el anteúltimo tema.
El final llega al palo con “Munición de Rock And Roll”, que trae otro solo inspirado de Cristian. La gente, que casi no se movió de su lugar durante el concierto, aplaude y aprueba a la banda, que finaliza su set de gran manera y se despide sin oír los pedidos de bis.
Después de desarmar y vender uno de los dos discos (“el cincuenta por ciento”) la banda vuelve al Mercado Municipal para la cena. El convenio entre MIAS, la Secretaría de Cultura y los municipios incluye el pago a las bandas, traslado, almuerzo, cena y alojamiento. El menú es el mismo y los que optaron por pastas al mediodía, se pasan a la suprema con ensalada y viceversa. Después de la medianoche, con la panza llena y el cansancio acumulado, alguien pregunta: “¿Se dan cuenta de que hay que tocar de nuevo?”, y la respuesta de los músicos se ve en sus caras agotadas, que transmiten no querer saber nada con moverse de donde están. Sin embargo, todos se levantan y encaran para Kadabra, donde ya está tocando la rollinga La Pulgosa.
A las dos y cuarto de la mañana, con el bar casi repleto por unas setenta personas, la banda comienza su segundo set de la jornada. Un recital que anunciaron cuando estaban en la plaza y en el que prometieron hacer “otras cositas”. Resulta ser un show más rockero. “Acosta del Rock”, “Whisky con hielo”, “Inmoral”, “5:45 Blues”, “Mambo Malambo”, “Vidala del destiempo”, “El despojao”, una versión de “El témpano”, de Adrián Abonizio; y el cierre con “Sueños exiliados” son las canciones que dejan una mejor imagen que la presentada a los turistas, horas atrás. Además, el público es otro y sabe captar mejor la música y las letras del grupo. Sobre el final, a las tres y media hacen canciones de la Mississippi y Creedence, en un festivo inglés a lo Roberto Quenedi.
Mientras los músicos por fin descansan y hacen tiempo para ir a despertar a Federico a lo de la tía, Victor Conti parece olvidar los problemas con los municipales y de su lucha por los músicos independientes y exclama, contento: “¡Nunca hubo tanto rocanrol en Cafayate!”. Y todos asienten.