Las dos artistas salteñas fluyeron entre el pop, el folclore, la puesta poética y el tango.
Texto y fotos: Lírico Ardiente
En Salta la estática, aunque no se note, muchas veces se mueven placas tectónicas. Eso pasó cuando Popa y Pía Maca se presentaron en Pro Cultura Salta, el sábado 17 de febrero. Ambas propuestas surcan el cielo musical desafiando a los categorizadores de estilos, permitiéndose fluir y fluctuar entre el pop, el folclore, la puesta poética y el tango.
A la hora pactada (o un ratito después, porque la puntualidad en la posmodernidad ha abandonado el grupo) el show inicia con una percusión de Abel Flores marcando los latidos del corazón. Se suman Nicolás Cornejo en teclado, El rey del VST en bajo y Bruno Gram en guitarra. Finalmente asoma en el escenario una Pía recia, timburtoniana (toda de negro con voladitos blancos), sublime.
Pía ofrece un viaje sensoro musical sideral pasando galaxias melódicas que se expanden y no se sabe cuando terminan. Por momentos aparecen tormentas de asteroides saturados jugando al límite del umbral entre música y ruido. Despertando de una hibernación descomunal emerge con letras que disipan la niebla del otro y nos abren el camino hacia nuestro autodescubrimiento. «Quitame del cuello el metal de esta cadena que me ata», dice en una de sus canciones. Deja tecleando sobre si aquello que se ama no es también lo que condena.
Con una lista acotada y contundente, Pía y su banda centran la noche, dejando todo listo para Popa, que inicia después de una pausa, sentada al extremo del escenario, con un vestido rojo fuego y unas sandalias de cristal rosas con taco que parecen sacadas del cuento de La Cenicienta.
Popa llena el escenario de emoción, premura y canciones. En “Ocaso”, dice: «Siento en el aire ilusiones que no son mías». Sabe describir aquellos mandatos sociales que habitan la piel y no siempre se pueden distinguir del deseo. Continúa con “Duda” e “Incómoda”. Invita a viajar por sensaciones raras, no tan placenteras pero necesarias para la existencia humana misma. Para no terminar siendo máquinas frias e insensibles que solo saben posar bonito y sonreír en redes.
Popa, acompañada por José Burgos en guitarra, Dario Balderramo en percusión y Diego Maita en bajo y un poco de zapateo, sigue con líricas librianas filosóficas, dejando al público boquiabierto: «Qué difícil caminar en un campo minado, la herida que no sangra más de tanto abrirse; tu ego exagera y mi miedo su mejor aliado; te dije amiga mía eso no parece amor». ¿Es folclore, tango, pop, rock? Qué importa, si transporta a lugares pétreos, incómodos, imposibles, anhelantes, soñados. Finalmente cierran y ante el pedido de bises vuelven nuevamente con “Casa”, para irse ovacionados.
Una vez afuera, con las certezas difuminadas y el espíritu renovado, la noche tibia invita a seguir, aunque en el horizonte la tormenta liberal ya se avecina. Quieren romper el navío de la cultura y a pesar de los embates el pulso sigue latiendo, el rumbo firme, sin mástiles.
Con artistas como Popa y Pía, a puro remo, el viaje se presenta nítido para las almas en vuelo, donde el cielo ya se volvió raíz, espacio fértil, y no queda más que sembrar frutos, aguardar y agradecer la cosecha.