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El puto amo

Prince murió a los 57 años. Nada fue igual después de su música. La influencia de una figura ineludible.

La música popular de la humanidad, ha sufrido su mayor transformación en el siglo XX. Las mutaciones tecnológicas y urbanas de los últimos dos siglos, han sido fundamentales. Y en eso, el rock y el pop, han sido la vanguardia, al menos en términos de masividad musical.

Quizá la mayoría de los referentes de esas transformaciones en el campo de la música ronden, como mínimo, los sesenta años de edad; y por ende, estén muertos, o estén con los mismos achaques que nuestros abuelos.

Sin embargo, hay personajes que son eternamente jóvenes y hermosos. Y hoy se fue uno de ellos: Prince.

Para valorar a Prince, hay -como con cualquier artista- valorarlo en el contexto de su época, y desde el lugar donde nos hemos aproximado. Porque en Salta, el único camino para escuchar ese tipo de música era la FM Génesis 96.9 Mhz, y sólo los sábados por la tarde. O Sábado Taquilla, de la televisión chilena, que llegaba por cable. Quizás lo primero que conocimos fue la banda de sonido de Batman. Sí, para muchachos que hoy tienen más de cuarenta ya era conocido por Purple Rain, pero a nosotros, que estábamos muy ocupados con Michael Jackson, recién nos llegó el Prince de fines de los ochenta, principios de los noventa.

Es inevitable nombrar a Maicol. Porque quizás Maicol era el límite. Porque si nuestros viejos intentaban disimular la poca masculinidad de Jackson, y nos compraban los cassettes a regañadientes, a Prince había que proscribirlo. A veces me parece razonable pensar que Purple Rain no se haya proyectado en Salta, o quizá haya circulado, y por una semana, en el Cine América.

No voy a ver en Prince revolución alguna, pero sí tres momentos clave que lo definen como un artista clave.

Claramente lo primero es la música, a la que el facilismo rotulador llama “Sonido Minneapolis”. Eso fundamentalmente ha sido un brebaje hecho funk, pop, disco, rock y psicodelia en diferentes dosis, según el momento de su carrera. Darle play a su disco 1979 (del mismo año) es escuchar algo en sintonía de Earth, Wind & Fire o Kool & The Gang; poner Musicology (2004) es pisar un terreno casi de funk-pop progresivo. Tan sólo ejemplifico con estos discos, que están casi en los extremos temporales de su vasta carrera. Y en el medio, un sinnúmero de hits: “Cream”, “Sexy MF”, “Nothing Compares 2U” (hecho famoso por Sinead O’ Connor), entre otros.

La importancia de Prince la podemos ver en la apropiación de elementos de su sonido (a su vez, tributario de Stevie Wonder, James Brown y la escena Motown) por bandas masivas que hace años venimos bailando y escuchando: contemporáneos como Phil Collins o el mismo Michael le deben mucho. Viniendo al presente, ¿cómo imaginar Daft Punk, Lenny KravitzMaroon 5, Cee-Lo Green, o incluso Bruno Mars sin Prince? De hecho, “Uptown Funk”, la canción que sonó hasta el cansancio en los últimos años, es prácticamente un reciclaje de elementos planteados por Prince. En nuestro país, sin su influencia, Illya Kuryaki ni siquiera habría tenido dos ensayos.

Otro plano es el de la identidad. El rock es ego, puro ego. La banda que da nombre al solista, o viceversa. Y quizá nadie en su situación haya llegado a desnominarse, como aquella etapa de su carrera artística, donde adoptó ese símbolo que representa en partes iguales, la fusión de lo femenino y lo masculino. De hecho, ante la necesidad se le llamaba The artist also knowed as Prince, o simplemente The Artist. Y de la mano de esto va su imagen (y sus letras), siempre exacerbando la dimensión sexual de la obra, pero también desafiando los roles de género, riéndose en la cara del rockero machote. Sí, tan metrosexual (antes que se invente el término, y antes de Lenny K.), pero comiéndose los mejores banquetes.

Un último aspecto tiene que ver con su enfrentamiento con su discográfica en la segunda mitad de la década del noventa. Es en este contexto que elige des-nominarse, y que salía a tocar en vivo con la leyenda “slave” (esclavo) en la mejilla. Luego, de ahí vendrían actos de desafío a la industria (que luego fueron emulados por Radiohead y otros), como regalar el disco con la edición dominical de un diario británico.

Hace un mes estuve por la feria de discos de Parque Rivadavia. Para un melómano provinciano, puede llegar a ser el equivalente infantil de ir a la mejor juguetería del mundo. No había discos de Prince: “Cuando llegan, se van rápido, porque son baratos”, me decía un flaco de esos que atienden las cuevas de lata. Quizás eso muestre que Prince no ha calado a la altura de otros tantos que, con más o menos méritos, han partido. Pero, a la larga el mercado siempre se equivoca.

Hoy se fue Prince. Tan sólo hace un par de años empecé a descubrir su obra, y me parece increíble. Su partida física, quizá brinde una oportunidad, para acercarse y conocerlo un poco más. Porque la música no muere.

¡Gracias!