El Siempreterno dio un explosivo show en el Club Tucumán de la ciudad de Quilmes. Estuvimos ahí y te contamos la experiencia de ver en vivo a una de las mejores bandas de la actualidad.
Quizás sea menester iniciar esta nota reflexionando sobre los viajes y los recitales. Hoy, con aviones “baratos”, son muchos los comprovincianos (y de otras provincias del país) que se animan a viajar a Buenos Aires para ver “la visita del año” (AC/DC, Red Hot, The Wall, entre otros). Un gran nombre, de fórmula probada, invita a la duda primero, y luego a la aventura.
Ahora bien, poca gente se tomaría un micro o un avión para ver una banda como El Siempreterno (u otro grupo nacional de esos que por razones de costos y logística, nunca aparecen por Salta), y no saben lo mal que hacen. En relación a lo geográfico, lo simbólico y, claro, el despliegue de energía rockera; lo que este grupo brindó en la noche del 12 de julio es algo que el salteño que no se mueve de su ciudad no va a presenciar casi nunca.
La crónica no puede eludir el viaje en bondi, desde Capital a Quilmes, casi de hora y media (la vuelta fue mucho más rápida, con mucha espera en la parada y luego el chofer jugando al Carmaggedon), por una geografía urbana que se mostró por momentos cálida y moderna, y que por otros hacía envidiar la paz de Castañares o el Bajo Chico. Tampoco hay que omitir el olor a porro al bajar del 159, que parecía dar la bienvenida y señalar, cual mojón, el sitio del recital, allí en Baranda al 900, sede del Club Tucumán.
Esta experiencia de tomar un bondi, recorrer (y salir de) la ciudad de la furia y ver una banda en el corazón del agite bonaerense es necesaria. Imprescindible para todo amante del rock argentino. Porque a veces, a Salta, las cosas llegan muy pasteurizadas.
La noche arrancó con El Perrodiablo y Fútbol, otros ejemplos de bandas intensas que jamás aparecerán por un escenario de nuestra ciudad. El inicio del show de El Siempreterno fue crudo, sin pruebas de sonido, con un pretexto instrumental para acomodar la consola. Así, el set del grupo se desarrolló con casi todo el primer disco (El Siempreterno, de 2010), tocado en orden. Luego llegó la parte de los temas de la última placa, Hacia el mar de carbón, y una serie de tributos musicales, entre ellos «Fallas», de Todos Tus Muertos, todo un manifiesto y un homenaje a la escena dark punk de los 80; «Moonage Daydream», de David Bowie y «Love Will Tears Us Apart», de Joy Division. No faltó, hacia el final, la cita a Cienfuegos (banda paralela de Sergio Rotman y Fernando Ricciardi en tiempos de Los Cadillacs, allá por los 90), quizá el pogo más intenso de la noche.
Algunas impresiones: la energía y entrega de Rotman. Eterno, siempre, contagiando su energía punk de quinceañero. Mimi Maura, que a pesar de manifestarse enferma, dio con su voz y su corporalidad ese toque de hechicera que pone esa sincera cuota de tensión sexual, tan necesaria y tan poco común en la escena rockera. Ariel Minimal jugando en la segunda fila, demostrando que sabe ser cacique, pero por sobre todo, el mejor indio. Nando Ricciardi y el Ruso Sánchez, mostrando que también pueden construir un tándem que suene a aplanadora del rocanrol. El público, agitando, acompañando y subiéndose al escenario en cuantas veces la ocasión lo demandase.
Como quien dice: una verdadera fiesta, cervezal, inolvidable.