Con un recorrido de casi dos horas, el rosarino interpretó todas las canciones de El amor después del amor y algunos clásicos que vistieron de gala al Estadio Delmi y conmovieron a miles de salteños de varias generaciones.
Fotos Max Hanne
El pasado miércoles fue la tercera vez que Fito Páez tocó en el Delmi. Si el registro colectivo que ensayamos en el staff de Rock Salta no falla, fue la decimocuarta vez que el rosarino se presentó en nuestra provincia. Las primeras dos como músico de Juan Carlos Baglietto y Charly García, en los tempranos 80. Las restantes como solista desde octubre de 1985.
Seguramente gran parte del público fue construyendo este recital en sus cabezas desde el año pasado, cuando se anunció una gira para celebrar los treinta años de El amor después del amor. De hecho, fueron varias las personas que desde aquí se fueron a los Movistar Arena, a Cosquín Rock o a Vélez para celebrar con Rodolfo.
Así, no sorprendió el marco de fiesta que se vivió en el Delmi, con un público que disfrutó y cantó cada una de las canciones. No vamos a usar el concepto “familia” para graficar lo heterogéneo de la concurrencia, pero si hay que decir que hubo gente de todas las edades. Fue conmovedor ver en vivo, y en los registros de redes, a las infancias cantando canciones que hace treinta años sacudieron a quienes hoy tienen más de cuarenta.
El repertorio no sorprendió, es lo que viene haciendo Fito en esta gira, donde Salta fue la fecha número 54: suena el disco entero, en orden y en las versiones originales; sólo cambió el tono en la mayoría de las canciones, básicamente porque el paso del tiempo te va engrosando las cuerdas vocales y a veces cuesta llegar a notas donde antes sí lo hacías. Ninguna sonó en las versiones de EADDA 9223, el disco que Fito lanzó este año con reinterpretaciones del álbum. Luego sonaron unos cuantos clásicos: “11 y 6” (1985), “Circo Beat” (1994), “Ciudad de pobres corazones” (1987), “Dar es dar” (1996), “Mariposa tecknicolor” (1994), “Y dale alegría a mi corazón” (1990).
El Estadio Delmi gozó de un marco poco común para un recital de rock: toda la parte del campo organizada por sectores, con la gente sentada. Y las plateas, también sectorizadas y numeradas. Podríamos decir que nunca vimos tantxs acomodadorxs. También volvió la popular, que fue el centro de la fiesta, como aquellos dos míticos recitales de los 90. Y acostumbrados a que el recinto suene muy mal, fue encomiable que el sonido esté “bien”. A veces, eso es un montón. Le faltó un poco de volumen y potencia a los graves, pero quizá allí haya estado el secreto del rendimiento sonoro.
“Salta de mi vida! Me arrollaste! Me llevaste puesto!”, escribió Fito en su perfil de Instagram, apenas terminado el recital, y con sólo mirar los comentarios de la gente puede tenerse magnitud de lo que allí pasó: una comunión de las que no siempre suceden. No nos olvidemos que la última vez que vino Fito con fecha propia (2015) y entrada paga, ni siquiera pudo llenar el Teatro del Huerto, presentando su disco Rock and Roll Revolution.
El disco, que ya es parte del folclore argentino, fue la razón principal de todo lo que sucedió en calle Ibazeta. Y también hay que reconocer que, aún en magnitudes de convocatoria que varían, hay un amor profundo entre Fito y parte del público salteño. Y un amor profundo de Fito para con algunxs referentes culturales salteñxs. Cuando terminó la cuarta canción (“Tráfico por Katmandú”), detuvo el show e hizo una dedicatoria: a Lucrecia Martel, “al poeta más grande de todos”, Manuel J. Castilla; y al Cuchi Leguizamón. Ya en la presentación original de EADDA, hace tres décadas, había tocado “Maturana” (de Leguizamón y Castilla) con Juan Carlos Marín en bandoneón, homenajeando a estos referentes.
Algo llamó la atención: Fito no dijo nada en relación a la coyuntura electoral del país. Sólo Mariana Vitale (coros) en la última canción (“Y dale alegría…”), en el fragmento que reza “Y ya verás / Las sombras que aquí estuvieron / No estarán” agregó un “Ojalá”, que pasó casi inadvertido entre el público. Acostumbrados a ciertas posiciones públicas de Páez, quizá esperábamos algún gesto. Aunque hay que decir que al día siguiente, en Tucumán, el rosarino mostró una remera arrojada desde el público que deja muy clara su postura: “Son 30.000”.
Sólo resta destacar dos cuestiones más: una producción impecable, a la altura de la ocasión, y la apertura de la velada a cargo de Emi Livelli, esta vez sin Los Saravia, que en media hora de show nos compartió un puñado de canciones, algunas en estreno, que fueron escuchadas respetuosamente por la asistencia.