El artista e historiador celebró en la ciudad mediterránea su vinculo con la música.
Texto: Alejandro Wierna
Fotos: Gentileza Espacio Aleph
Gabo Ferro visitó nuevamente Córdoba en el marco de los festejos por su década y media de canciones. Luego de una presentación cálida y memorable en el teatro ND Ateneo de Bs As, hizo lo propio en el espacio cultural Aleph.
El aniversario, además, impulsó el lanzamiento de nueve cancioneros impresos que se encargan de darle el mármol al recorte y servir como motor para estos encuentros íntimos y anhelados.
En plan totalmente solitario, el show fue una caja plagada de emociones a dos canales, sólo con su voz y su guitarra, más un cómodo respaldo en el sonidista Alejandro Pugliese, quien estuvo ahí para evitar que algo atente contra el dominio absoluto del silencio que tan a favor usa Gabo para tejer su ópera teatral en clave folk. Los machaques son la percusión, y esos pequeños agregados de color que se desprenden sobre algunas salidas de la voz y extienden, un poco más, la profundidad de las cuerdas, son las teclas. De esta manera las canciones tienen la fortaleza suficiente para escaparse de las grabaciones y tomar cuerpo en el vivo.
La lista de canciones fue una extracto correcto de sus ocho discos solistas, y la comunión que se armó con el público fue perfecta. A sala llena, la noche fue suya para construir la atmósfera que deseaba. Sollozos entre canciones, aplausos realmente sentidos, y un respeto sepulcral que no se interrumpía ni con el carraspeo propio del cambio de estación, ni con un bebé de pecho presente (y lo hubo).
Pasajes épicos del show fueron «Lo que te da terror», «Un eco, un gesto, una señal» y «Por qué no llorás un poco», mientras que uno de los momentos más emotivos vino con «Costurera y carpintero», “Una canción de amor de tiempos de predeconstrucción”, en palabras de su propio autor (data de 2006), “ahora todos tienen pico para estos temas, pero saben cómo me han puteado en aquel entonces”.
La desnudez del escenario y la prosa punzante depositaron las miradas en el punto infinito de cada espectador, fue imposible no sentirse conmovido y romperse en mil pedazos entre canción y canción. Tan movilizador como una sesión de terapia.
Sin mucho protocolo ni prolijidad en coronar la fecha que festeja su gira, ni detenerse en la historia de cada canción y lo que el paso del tiempo hizo con ellas (justamente curioso en un historiador), la propuesta fue tan de entrecasa que los temas se sucedieron sin parar, como una sobremesa larga, con unas pocas reflexiones y varios comentarios divertidos.
“Me causa gracia cómo intentan encajar mis discos en algunas bateas, como por ejemplo freak folk o acid folk, yo nunca probé una pepa, pero parece que mis canciones sí. Tal vez pronto encuentren lugar en la batea Canciones de mierda” y tras la risa general salió con «El cuadro de mi daño».
«Volver a volver» le dió pie a un cierre fabuloso y la entrega absoluta del público que lo cantaba en un armonioso tono de misa, con el volumen y la intromisión perfecta. El placer, al parecer, fue mutuo.