El primer disco de Niebla aborda la salteñidad desde una actitud rústica y marginal. Barrio, códigos ásperos y aprendizaje musical autodidacta.
Por Diego Maita López
Los mundos del jazz y el rock en Salta siempre han estado vinculados. A veces en un ida y vuelta, otras como un camino de “madurez” vinculado al paso del tiempo. Es la historia de muchos músicos, de muchas formaciones.
Referirse a Niebla es básicamente referirse a los hermanos Raúl (alias “Pekiné”) y Julio Lamas. Actores y sobrevivientes de las primeras generaciones vinculadas al rock en Salta, dieron origen a esta formación aproximadamente en 1987. Pekiné había sido parte del Trío Horizonte, junto a Carlos Roldán en batería y Alberto “Mandinga” Ramos en el bajo, desde los tempranos 1970-1971. Tiempos de la “Revolución Argentina” (autodenominación de Golpe de Estado de Juan Carlos Onganía y sucesores) y también de una musicalidad diferente, donde los grupos que querían hacer rock en Salta debían pagar derecho de piso tocando los temas de moda en los bailes de carnaval u otros eventos similares (covers de Camilo Sesto, Los Náufragos, Los Iracundos, entre otros). Recién al final de su set, en los últimos quince minutos, podían tocar lo que querían. En ese espacio, el Trío Horizonte le daba a un repertorio basado en Pappo, Manal y Hendrix.
Para ser rigurosos, Julio Lamas no formó parte de la formación inicial de Niebla, que contenía a Juan Carlos Quintanillas y Orlando “Zapato” Giménez como primeros bateristas y a “Palmito” Flores en el bajo. Completaba ocasionalmente esa formación Raúl “Rodilla” Farfán, que era parte de Áspid, quizá el primer grupo de “rock pesado” de Salta. La aparición del menor de los Lamas ocurrió en 1989, tiempos donde también incursionaba en la banda el saxo de Mirko Petrocelli (hijo de Ariel Petrocelli, miembro de ese glorioso panteón de héroes folclóricos que comparte junto con al Cuchi, Daniel Toro, Lito Nieva y otros). Para hacer justicia, hay que mencionar a “Coco” Carrasco como parte inicial.
En Salta, el mundo del rock pesado o “progresivo” de los 70 fue bastante periférico: mucho barrio, mucho código áspero, mucho de aprendizaje musical autodidacta y, de alguna manera, la marginalidad propia de hacer rock en la provincia. No debemos perder de vista que desde los 60 el folclore se posiciona como la expresión legitima de música popular salteña, incluso proyectándose a nivel mundial.
Es muy difícil tener más de treinta años, haber andado un poco la noche alternativa salteña y no haberse cruzado al menos una vez a Niebla. Desde los viejos reductos de jazz de la década del 90, pasando por los primeros momentos de la Balcarce, la Esquina Libertad, y parte del circuito de teatros locales, alguna vez –con mayor o menor épica en la gesta- Niebla ha estado ahí. Al menos en mi recuerdo, la formación más estable (quizá el primer quincenio del nuevo milenio) tenía a los Lamas, Pablo Arnedo Jiménez (batería) y Palmito Flores (bajo).
Como buena parte de las performances jazzísticas en ciudades chicas, el repertorio de Niebla ha oscilado entre los standards y versiones de un repertorio más cercano al rock y jazz latino, como Carlos Santana y Luis Salinas.
Entre la niebla y la realidad es el primer disco de esta banda, casi una reparación histórica a esta altura, en sus treinta años de vida como proyecto. El librito del álbum reza: “Este CD tiene un carácter documental refleja desde los comienzos del grupo […] hasta la actualidad”. El tracklist hace honor a esa intención.
El disco abre con “Rough & Ready”, de Ronny Jordan, guitarrista británico fallecido en 2014, a los 51 años. Tiene todo lo que un oído no habituado al jazz espera como cliché del estilo: arranca con un walking (estilo de tocar el bajo que, junto a la batería nos hace mover el pie o la cabecita) que da pie al motivo, corte/rulo de batería y el walking otra vez, dando lugar a los solos y así hasta cerrar. Un inicio inmejorable.
Otro de los grandes momentos del disco es la versión de “La muerte de Lucifer”, de Gustavo “Cuchi” Leguizamón. Aquí hay que rescatar un mérito y un sello: la canción, interpretada en aire de zamba, es parte de ese repertorio poco explorado del Cuchi (versionada por Tommyknockers en el tributo rockero El Canto Hereje, de Rock Salta Discos), y es una gema digna de ser reinterpretada una y otra vez hasta que taladre en el imaginario popular. Por otra parte, la paleta de sonidos de la versión tiene el sello distintivo de la banda, casi onírico, con la guitarra midi de Julio conduciendo la armonía, dando pie a que Pekiné interprete el motivo. La percusión apenas insinuada recuerda mucho a los tiempos de Niebla Trío, e incluso el formato dúo. El homenaje a Leguizamón se completa con la “Zamba del pañuelo”, otra hermosa versión -con más presencia de batería que la anterior- que cierra el círculo de documentación de las influencias “folclóricas”. Es justo señalar que ese elemento es parte del bagaje genuino de Niebla: por ejemplo, durante mucho tiempo la “Vidala para mi sombra”, de Julio Espinosa, ha sido parte del repertorio.
Y es en ese sentido donde van dos de las tres de las composiciones propias que la banda aporta al disco: “Valentín (andando…)”, un aire de chacarera medio tiempo, bien parsimonioso, de Julio Lamas, y “Malambo”, de Carlos Barcatt, donde la batería lleva la conducción del tema. Cabe señalar que Barcatt está vinculado a la Banda de Música de la Municipalidad de Salta (algo así como un Lado C y popular en relación a la Sinfónica de la Provincia). El bloque de composiciones propias se completa con “Sin trabajo”, en tiempo de jazz, también de Lamas, con la participación de Daniel Tinte en piano.
Ya que lo mencionamos, es importante destacar que el disco fue grabado, mezclado y masterizado en Amaichawasi, estudio conducido por el Cacique Tinte, en una iniciativa que intenta registrar a proyectos con muchos años de ruedo en el jazz salteño, como La Pequeña Jazz Band, Oscar Echazú y otros. No deja de ser casual esta unión: de alguna manera los Niebla y Tinte representan una versión del jazz más localista, alejado y contracara de los festivales de jazz que desde hace tiempo (sea con la tutela de la Secretaría de Cultura o bajo tutela privada) se desarrollan en la provincia de Salta. De los cuales alguna vez formaron parte y de los cuales se alejaron por no comulgar con el perfil del mismo.
Cerrando el abordaje de lo exclusivamente musical, voy a destacar dos tracks: por un lado “Nuages”, de Django Reinhardt, por el rescate y homenaje al guitarrista gitano, que alumbró el Gypsy Jazz y que tuvo como representante en nuestro país al gran guitarrista chaqueño Oscar Alemán. Por el otro “Nica’s Dream” de Horace Silver, una salsa que hace justicia al movimiento Latin Jazz, otra de las fuentes en las que abreva Niebla.
Con la excepción de dos canciones grabadas para el documental Kopla Vera (Norberto Ramírez, 2004), no había registros de estudio de los Niebla. Al menos editados con la calidad y el rigor que se merecen. Es menester rescatar a Jesús Ramón Vera, a quien aborda dicho documental: poeta, comparsero, profesor de literatura y emblema de la Villa 20 de Febrero, es parte crucial de ese mundo al cual los Niebla también pertenecen. “Mi compadre Pekiné Lamas”, solía decir.
Voy a esgrimir una idea: Niebla sería un Jazz yuto. Pero al igual que el Black Power, donde lo negro pasa a ser virtud, en Niebla se destacan la fiereza y la actitud rústica, tosca, marginal (el sentido de lo yuto en el Norte Argentino). Y en ese cruce no podemos dejar de asociar a Django Reinhardt y el vino tinto en caja (“el arremangau”) con soda. Santana abrazado a Vera en una carpa de carnaval de talco y albahaca, con quilombo y piñas a la salida. El Cuchi Leguizamón y la Fender con el Midi Roland (que el difunto Lito Nieva también se animó a experimentar en los 90), los corsos, el Bar Madrid en tiempos de la Balcarce como cementerio ferroviario, con las vías del tren como campo del amor, de las disputas, los excesos. Lo yuto como virtud artística y como una de las formas de abordaje de la salteñidad, algo muy bien plasmado en la tapa del disco, del artista plástico Andrés Gauna.
Ojalá que este disco tardío (editado con el apoyo del Fondo Ciudadano) sirva para que la documentación dé pie a más creación. Los Niebla son parte de esa Salta que quizá no sea linda pero que enamora de verdad.
Agradecemos la inmensa generosidad de Javier Caba Ruiz y Martín Gorostiague, periodistas locales especializados en heavy metal y jazz respectivamente, por sus valiosos testimonios para este artículo publicado en el número 27 de la revista Rock Salta.