Un encuentro con Barakus Iencenella, el histórico mánager de escenarios del rock en Argentina. Su vida, la intimidad de la separación y regreso de Soda Stereo, ataques de furia con Charly García y la tristeza de la partida de su “hermano”, Gustavo Cerati. (*)
Foto de Germán Saez
A principios de julio de 2002 Charly García presentó oficialmente Influencia (2002), el disco del antes y después. El renacer de Say No More. En aquella oportunidad, el Luna Park se preparó para una presentación común de aquellos días: las crónicas narraron una apertura de show con hora y pico de retraso, con un García que se las ingenió para encantar a todos los presentes con versiones inesperadas, guiños hacia María Gabriela Epumer, una Hilda Lizarazu vestida de monja y hasta dejando el piano en manos de Migue, su hijo, en una cordial presentación en sociedad. Todo eso arriba del escenario, en pleno show.
Pero muchas horas antes, en la prueba de sonido del día anterior al show, Charly llegó al Luna y vio que no habían llevado un panel cuadrafónico que había encargado especialmente. Y se sacó: rompió todo el escenario, dejó guitarras tiradas por el suelo, pateó parlantes y escupió micrófonos. Cuando se calmó, miró a uno de los asistentes encargados del montaje del escenario que presenció inmóvil la ira desatada y le dijo “estaba buenísimo, armalo de nuevo”. Ése asistente era Eduardo Iencenella, más conocido como Barakus y hoy es uno de los mánager de escenarios más buscados por el mundo del rock, el universo de los espectáculos en vivo: donde realmente ocurre la acción en la preparación para que nada salga mal antes, durante y después de un recital. Entender su labor, después de la anécdota con Charly García, amerita un reconocimiento.
A los 17 años Eduardo era un adolescente curioso por la música: algo dentro de ella le llamaba poderosamente la atención. Miembro de una familia de muchos primos de distintas edades, se nutrió de mucha información musical gracias a ellos y por su abuelo: era común que en la casa del abuelo se armaran especies de peñas y, los fines de semana, milongas entre tangueros. Siempre la música estuvo allí. En zapadas con algunos amigos músicos que tenían una banda de rock sinfónico empezó su camino: aquélla novata banda estaba muy bien equipada. Lo tenían todo de última generación, menos el impulso de salir a tocar en vivo, mostrarse. Hasta que, por ese motivo, deciden alquilarle el equipamiento técnico al histórico Teatro Margarita Xirgu de Capital Federal a cambio de fechas libres para hacer recitales: siempre como amigo acompañante del grupo, empezó a oficiar de “plomo” para el traslado de los equipos durante todos los fines de semana. Su labor consistía en tirar cables, enchufar y desenchufar equipos, dejar todo listo.
En su casa, el nuevo hobby del joven Iencenella no fue bien recibido: “Mi viejo no apostaba ni un centavo por mí. Él hacía peritaje de automóviles para una compañía de seguros. Y, de hecho, me llevaba con él a hacer algunos trabajos pero la verdad que no me gustó ese ambiente. Mi viejo me quería matar, no le estaba apreciando su profesión. Yo le decía que me iba a trabajar con las bandas. Porque es un trabajo cargar los equipos, armarlos, conectarlos, desconectarlos, montar las luces, el sonido, la asistencia a los músicos, terminar el show, desarmar todo y, más de una vez, manejar de regreso todo el camino”. Sin embargo, aquellos días de trabajo en las oscuridades del detrás de escena del Margarita Xirgú finalmente no se vieron interrumpidos por la presión paterna: fueron jornadas que se terminaron convirtiendo en una escuela de vida para lo que hoy es su profesión. Aprendió de todos los rubros que hay dentro de lo que hoy por hoy es el show bussinnes del rock: por allí pasaron, entre muchos otros, los Redonditos de Ricota, un dislocado Pipo Cipolatti con ganas de conquistar al mundo y un Miguel Abuelo inspiradísimo: con él se tomaba el colectivo a la misma hora desde Plaza Italia hasta Barracas. Iencenella dibujaba, Abuelo escribía poemas y hacían un intercambio de obras hasta que un día le dijo que había armado a Los Abuelos de la Nada y que quería que sea su plomo. “Para mí todo ese mundo era nuevo, de ahí me empecé a hacer. Recuerdo que el mánager me dijo un día que había una chica nueva en el ambiente y me sugirió que trabaje con ella. Era Celeste Carballo con el primer disco. Me pasó lo mismo con todos: laburé ocho años con Zas arrancando en Huevos (1983), el segundo disco de ellos”.
Zas fue lo única ocupación que Eduardo tuvo por esos años. El grupo comandado por Miguel Mateos se convirtió automáticamente en su segunda familia. De hecho, allí fue bautizado como “Barakus”, el apodo con el que lo conocen todos hasta el día de hoy: eran tiempos del éxito de Brigada A en la televisión y el mánager de Mateos, que era un importante coleccionista de autos, se trajo al país una réplica de la camioneta de Brigada A con la que salieron de gira por las provincias para hacer demostraciones: incluso llegó a estar en Salta, estacionada en la Plaza 9 de Julio para el deleite de todos los fanáticos. Como a Eduardo le tocó pilotear la famosa camioneta varias veces y su corte de pelo se asimilaba a una cresta, le quedó el apodo. Y también sus primeros viajes de larga distancia trabajando como plomo: se hicieron giras a lo largo y ancho del país y continente con Zas. Para Barakus, “Mateos en ésa época fue realmente parte del grupo que abrió el mercado latinoamericano de la música. Estábamos todos aprendiendo al mismo tiempo”. No había internet, por consiguiente no se podía acceder a la información de ahora. Tampoco existían las grandes importaciones por lo que lo que se generaron varias reuniones entre músicos y amigos para aprender de lo que se estaba imponiendo desde los países desarrollados: «Si Fito Páez se compraba un teclado, todo el mundo marchaba hasta su casa para ver de qué se trataba la nueva tecnología. Fito tuvo el primer teclado con MIDI, un formato que no existía para los artistas de este lado del mundo. Era todo tecnología nueva para todos: músicos y técnicos. La prueba y error estaban al orden del día.»

A mediados de 1990 Miguel Mateos edita Obsesión en plan solista y emprende un viaje a los Estados Unidos para incursionar en otra experiencia: Barakus quedó afuera del proyecto y sin trabajo. “Ahí me di cuenta que no había trabajado con nadie más durante casi diez años: a Miguel lo conocí con un Fiat 1100 que había que empujarlo para que arranque; nos hicimos bien de abajo hasta que él levantó vuelo y se fue dejándome fuera de ese avión”. La frustración había empezado a inundar cada centímetro de la estabilidad de Iencenella. Y también la desesperación: no había hecho nada más y tampoco tenía una relación estable con otros compañeros del mismo rubro: “en ésas épocas cada banda surgente tiraba para su equipo, para su lado. Los festivales eran medio bravos porque había una sola tarima de batería y casi siempre nos agarrábamos a piñas para ver quién la agarraba primero. Todos querían ganar su espacio, y era lógico: estaban en la misma situación de crecimiento”. Fueron tiempos duros para Barakus que se recuerda a sí mismo preguntándose “¿y ahora con qué laburo?” Sin embargo, casi inmediatamente recordó la recomendación del mánager de Los Abuelos y consiguió trabajo –de nuevo- junto a Celeste Carballo que estaba junto a Sandra Mihanovich. Allí se unió también a trabajos temporales junto a Juan Carlos Baglietto y hasta enganchó la mejor época de los Ratones Paranoicos: “Me puse de nuevo en actividad y me di cuenta que había gente que sí me conocía así que seguí girando dentro del medio, rebotando entre bandas haciendo cosas con unos y otras con otros hasta que llegó la Rock & Pop con las producciones internacionales”.
Algo bueno que dejó el comienzo de una nueva etapa política-cultural en Argentina a principios de los noventa fue el furor de las visitas internacionales. Allí Barakus entró como asistente de producción y empezó a trabajar aún mejor que con lo que había logrado con Zas: estuvo junto a todos los que vinieron en los noventa a llenar de fanáticos estadios de fútbol: Madonna, Paul McCartney, Rolling Stones, Roxette, Duran Duran, U2, Eric Clapton, Guns N’ Roses y hasta el Monster of Rocks con las visitas de Kiss y Black Sabbath. “Con los Stones hice las diez primeras fechas que hicieron en Argentina: éramos solamente dos técnicos argentinos designados que teníamos el acceso a lo que llamábamos ‘la ciudadela Stone’ dentro de River: ahí les armábamos un pre-room a los músicos para que zaparan antes de los shows. Para mí fue como ir a la universidad: la técnica de ellos me llamaba la atención y aproveché de aprender de eso. Eran épocas que estos grupos venían bajando por Latinoamérica y el pensamiento era que al llegar a Buenos Aires no iba a quedar nada en buenas condiciones por el maltrato de los equipos. Pero al llegar acá se dieron con un plantel de gente que sabía del laburo y estaba capacitada”, recuerda Barakus lo que sin lugar a dudas fue la coronación de un empleo que había surgido casi por casualidad, conectando cables en el Margarita Xirgú.
Cuando Rod Stewart aterrizó en Argentina por primera vez en el año 1989 para tocar en River, jugó a la pelota detrás del escenario con Barakus y el resto del staff unas horas antes del show. Para Eduardo será difícil de olvidar el momento en que los técnicos de Rod llegaron al estadio con un atril plegable para colgar guitarras. Hasta ése momento nunca se había visto algo similar por estos lares: la sorpresa y curiosidad fue tan grande por parte de los técnicos locales que decidieron sacarle fotos al atril para no olvidarse del modelo: “Entramos a sacarle las medidas, el tamaño y dimensiones aproximadas para fabricarlo nosotros mismos. Y lo hicimos. Eran todas cosas a copiar, vivíamos sacando fotos y tomando nota de lo que veíamos porque era la manera que se venía para laburar. La verdad que me encontraba súper cómodo en el laburo con la productora de la Rock & Pop, me gustaba mucho lo que estaba haciendo ahí”.

A fines de 1991 cerca del ocaso de la Gira Animal, una de las más ambiciosas y extensas que se hicieron en la historia del rock argentino, la producción de Soda Stereo llamó a la productora Rock & Pop pidiendo gente para trabajar asistiendo a Gustavo Cerati o a Zeta Bosio: estaban planeando entrar pronto a grabar un nuevo disco e iban a necesitar rearmar un nuevo equipo técnico de trabajo. Barakus asistió, un poco indeciso, con un compañero a una charla que Adrián Taverna, el histórico sonidista de Soda, brindó para los interesados a cubrir los puestos. “Para mí, Soda era otra banda más que venía haciendo boliches a la par de las bandas en las que trabajaba yo. Con Mateos había hecho estadios y plazas de toro por toda Centroamérica y Soda iba a los boliches a hacer promoción”. Cuando Taverna escuchó toda la trayectoria de Eduardo automáticamente le dijo que había quedado elegido: lo primero que hizo fue encontrarse con Cerati para presentarse como su nuevo ayudante: “entramos en confianza enseguida. Él tuvo conmigo una apertura que no tenía así de fácil con cualquiera. Y en cierta forma hasta me costó entrar en Soda. Lo hablé con mi mujer ‘¿te parece, che?’ y ella como fanática me llevó a los empujones (risas)”. Barakus entró como asistente personal de Gustavo y a los seis meses se convirtió en el stage general de Soda; ahí con quien más entró en confianza fue con Zeta: cuando terminaban los ensayos era común que se quedaran jugando a la Nintendo hasta la madrugada en la sala. En ésa época, el equipo técnico de la banda estaba conformado por una veintena de personas. Cada músico tenía su asistente, después había otro general para los tres músicos, otros tres encargados de la producción general, de prensa, mánagers y Barakus que tenía a cargo todo lo que ocurriría en el escenario.
Todo el proceso de creación, preparación, edición y publicación de Dynamo (1992) tuvo a Eduardo como primordial testigo de trabajo: “Es el disco que más quiero, naturalmente. Lo viví desde adentro de verdad. Prácticamente no vi a mi familia en esos seis meses de grabación: estábamos encerrados todo el día; llegaba a mi casa sólo a cambiarme de ropa y después volvía. Fue muy agotador. Es más, si prestas atención al final de la canción ‘Texturas’ –la que cierra el disco- podés escuchar a Gustavo decir ‘Barakus te voy hacer descansar’.” El trabajo con Soda terminó cuando el trío se separó frente a una multitud en el estadio River Plate, un 20 de septiembre de 1997: “En un momento no pensé que se iba a llegar a la separación pero si vi que la situación daba para que hagan un parate porque cada uno estaba enroscado en su historia. La ficha me cayó después de un par de meses cuando me encontré a mí mismo sin hacer nada. ‘Ahora tendría que estar de vuelta con Soda viendo las fechas que se vienen’ me dije y no fue así”.
“He tenido la suerte de conocer al ‘otro Charly García’, el Charly después de dormir 48 horas, recién bañadito y fresco: un tipo súper inteligente, tremendamente talentoso y con un corazón abierto. En su momento la película también se comió al personaje”, recuerda Barakus sobre los días que le tocó trabajar de cerca con García: “Pero también era una época donde él no quería ver a nadie. Vos llegabas a los ensayos y había solamente dos velas prendidas: una al lado de María Gabriela y la otra al lado del sonidista. No quería hablarse con nadie, el trato era nulo. Un día, como a los seis meses de trabajar con él, en un aeropuerto nos cruzamos y me dijo ‘¡No puedo creer que estás trabajando conmigo!’”. Pero aquellos días, que se coronaron con la anécdota del Luna Park, tuvieron su parte traumática. Barakus venía de terminar de trabajar con Soda y con Charly le resultó todo muy caótico: llegaba angustiado a su casa, la frustración y decepción hacía que no disfrutara del trabajo que tanto domina. No la estaba pasando bien. “Llegué a un punto en el que pensaba que tenía que ganarle a esa situación: me llevó un tiempo pero finalmente lo logré. Logré entender qué es lo que realmente quería Charly sobre el escenario: tratar de interpretar eso y que eso pasase en el escenario sin que todo fuera un caos. Lo del Luna fueron dos minutos como si hubiera pasado el huracán Katrina y yo estuve a punto de explotar. No le dije nada: sólo agarré mis cosas y me fui a casa. Fue todo el día de recibir llamadas de todo el mundo preguntándome qué había pasado y pidiendo que vuelva pero yo no quería saber nada. Pasaba momentos de mucha angustia hasta que llegué a entenderlo”.
¿Entender la diferencia entre el escenario y la vida real?
– Hay cosas que estaban dentro de su show y otras que eran parte de su malestar. El tipo subía, tocaba el teclado y quería que suene, es lógico. Y si no sonaba lo primero que hacía era tirarte a la mierda todo. Y es una gran responsabilidad por parte de la gente que lo rodeó y rodea por muchos años: García decía “quiero que se estrelle un helicóptero acá” y todos le decían “bueno, así será” y después claro, nadie le cumplía por lo excéntrico del pedido y él estallaba. Siempre tuvo gente alrededor que le celebraba todo, pero al momento de cumplir no lo hacían y la cosa se descontrolaba.
¿Con el resto de los artistas con los que trabajaste sentías que te costaba menos la cuestión?
– Me pasó que con los otros somos de la misma generación, somos gente de la misma edad en un rango de diez años básicamente entonces hablábamos de lo mismo: no era muy difícil entenderse. Por ejemplo Juanse era un divino pero subía al escenario y a mitad del recital te destrozaba todo. Es parte del show y de eso se trata. Pero después abajo volvía a ser un divino. Charly fue más especial: siempre su vida fue el artista, todo el día lo encontrás igual. Y con Gustavo Cerati fue progresiva la amistad. De hecho con él tuvimos mucho trato familiar: hemos compartido vacaciones, su hijo Benito es el padrino de mi hija. Había una cuestión familiar en el medio, nos cruzábamos todo el tiempo. La relación era “Che venite mañana que voy a hacer unos demos. Preparame tal guitarra”. Si yo no andaba de gira me iba a la casa de él para ver en qué andaba. He estado días escuchando solamente dos sonidos en la etapa electrónica de él (N. de la R: en la preparación del disco Siempre Es Hoy), al principio me comía unas sesiones aburridas y raras con esa experimentación hasta que él encontraba el detalle exacto y me apuntaba lo que acababa de descubrir: ¡tengo varios cuadernos con anotaciones técnicas que ya ni logro descifrarlas! (risas). En general los ensayos con él eran realmente muy largos, muy tensos y muy meticulosos: me decía que tenía en mente usar tal pedal, guitarra, etc. y yo le iba preparando todo, armando sets de pedales, eligiendo para probar y tocar. Con tres pedales podíamos estar un día haciendo mil combinaciones hasta que llegábamos a lo que él quería y era lo que quedaba.

También volviste con Soda en el regreso en el 2007 tras estar diez años sin verlos juntos.
– Así es. El primero que me confirmó el regreso fue Charly Alberti, algo raro porque a pesar de que me juntaba todos los días con Gustavo, él no me decía nada al respecto. Nunca me lo dijo en realidad, en cambio Charly sí. Yo hubiese apostado que la vuelta no se hacía en el momento que se hizo pero sí que el proyecto podría continuar. Me quedó la sensación de que estaba todo dado para que todo siguiera en otro momento.
¿Cómo fueron los últimos meses de trabajo junto a Cerati?
– Después de lo que fue la “burbuja en el tiempo” de Soda, me contactaron desde Los Fabulosos Cadillacs para girar con ellos en su, también, regreso a los escenarios con una extensa gira por varios países. Y un par de meses después me llamó Gustavo para contarme que estaba a punto de ingresar a grabar Fuerza Natural y quería que nos juntemos a planear la gira presentación. Quizás sea el disco con el que menos me involucré debido a que estaba desocupándome con los Cadillacs y, además, por algunas diferencias con el mánager de Gustavo y yo. Cuando terminé de subirme a la gira de Fuerza Natural, ya estaba todo súper armado y venía desarrollándose con normalidad hasta que pasó lo que pasó después del show en Venezuela.
Con Gustavo internado, Barakus sintió algo que nunca antes había percibido. Regresó a Buenos Aires después del final abrupto en Caracas sin comprender lo que estaba ocurriendo: la situación era completamente distinta a todo lo que vivió anteriormente. Estuvo seis meses sin trabajar pero no porque no tuviera propuestas, sino porque prefirió la reclusión en su casa. “No tenía fuerzas para salir a laburar. No entendía el cuadro de la situación: mi cabeza no cuadraba nada. Hasta que un día Luis (Alberto Spinetta) me llamó y me incentivó a volver al ruedo. Y tenía razón: tenía que salir a laburar, darle de comer a mi familia”. Eduardo volvió a trabajar en el show que Spinetta brindó en el Teatro Coliseo Podestá de la Ciudad de Plata, en octubre del 2010. Empezó a trabajar como freelance y así llegó a encontrarse con Alejandro Lerner y Andrés Calamaro. La primer fecha que Barakus hace con el Salmón fue en Salta, a finales del 2013 en el marco de la gira presentación de Bohemio (2013). Y fue emocionante: al finalizar el concierto Andrés sorprendió a todos al improvisar una versión de “De música ligera” invitando a Barakus a subir al escenario del Estadio Delmi: lo abrazó y se emocionaron al mismo tiempo. La noticia del traslado de Cerati a un hospital de mayor complejidad volvió a impacientarlo: de pronto su escenario, su ámbito de trabajo, se convirtió en los pasillos internos de la Clínica Alcla. Custodiados por un sistema de máxima seguridad, Eduardo los transitó una y otra vez acompañando a su amigo en la internación que finalmente tuvo su desenlace el 4 de septiembre del 2014: Gustavo se había ido. Barakus se enteró en la mañana de ese día por un mensaje de texto. “Realmente no esperaba que sucediera eso en ese momento. Pensé que nada era irrecuperable. Si me decís que se pegó un palo con el auto, bueno, lo asocio. La última vez que lo vi fue unos quince días antes y era como informaban los médicos: estaba estable”.
¿Cómo fue seguir trabajando después del luto, conviviendo con otros artistas?
– Me costaba estar laburando en un escenario que no fuera el de él: ahí sentí por primera vez la ausencia del artista. Me costó adaptarme. A parte el hecho de estar cambiando de banda tan seguido, en esta altura de mi vida, me distorsiona un poco la situación. Yo trabajo con mucha gente todo el tiempo: en cada show estás trabajando con no menos de 50 personas que recién conoces. Uno también trata de juntarse con los grupos que son como pequeñas familias donde sucede lo de siempre: la parte más difícil es la convivencia.
Actualmente, Iencenella se encuentra girando con, entre otros artistas, Las Pelotas por todo el país. De vez en cuando se toma unos quince días libres de shows para descansar. Y cuando Calamaro vuelva a salir de gira, Barakus estará ahí: escondido detrás del escenario, mirando atentamente las indicaciones del artista para asegurar que el show termine de salir bien para así poder ir, como dijo Gustavo, a descansar.

(*)Entrevista realizada en Abril del 2015 para la Revista Rock Salta.