Coberturas

La Renga en el Corsódromo

Ante 40 mil personas, La Renga cerró el 2012. El rock tomó por asalto la ciudad del carnaval. Segunda parte de la crónica desde tierras entrerrianas. 

A las 22.10 del sábado 15 de diciembre, más de una hora después de lo anunciado, cuando ya no quedan más que algunos rezagados intentando entrar y todos los vecinos están pegados a las vallas que cercan el predio; se apagan las luces del Corsódromo de Gualeguaychú. Tras unos pocos minutos de intro en las pantallas ubicadas a los costados del escenario, La Renga hace su aparición y arranca su presentación final del 2012 con “La furia de la bestia rock”, una de las canciones más conocidas de Algún Rayo, el último disco hasta la fecha del grupo. La gente que abarrota el lugar responde con euforia, corea los riffs y canta las letras. El sonido es excelente y las pantallas ayudan a apreciar todo correctamente, a pesar de la distancia que deben padecer muchos.

“¡Buenas noches, Gualeguaychú!”, saluda Chizzo con su vozarrón habitual, cada vez más de ultratumba. El cantante agradece la hospitalidad con la que fueron recibidos en la ciudad y la banda arremete con “Tripa y corazón”. Delirio. Muchos creen que la primera canción de un concierto tiene que romper todo, y no se fijan en el papel que juega la número dos. En general, el primer tema es para asentarse, plantarse firme, decir “acá estamos, muchachos”. El segundo, en cambio, suele ser una piña directa a la cabeza. Ahí sí, la banda dice “tomá, puto, ¿querías agitar? Acá tenés”. Y nunca falla.

Los dos frentes del escenario obligan a la banda a moverse constantemente. Chizzo, vestido de reglamentario negro, con un pañuelo en la cabeza y una máscara en la nuca; alterna entre los micrófonos de cada lado. Si canta en uno, hace el solo en otro. Tete, con su look setentoso habitual, rebota en todas las direcciones. Las cámaras no lo pueden seguir porque el bajista está más incendiado que de costumbre. Agita los brazos, canta, corre, sonríe, no para de arengar. Es el primer fanático del grupo. El ejemplo para los 40 mil que copan el Corsódromo. Tanque gira en el medio. Cada tanto, el baterista empieza a rotar mientras golpea los parches y los platos con su potencia habitual. 

la renga

“Canibalismo galáctico” y “Almohada de piedra” continúan en la lista. El recital empieza a perfilarse como uno más en la serie revisionista que La Renga viene realizando desde mediados de año, cuando finalizó la gira de Algún Rayo y el grupo armó un show repleto de perlas viejas que enloquecen a los más fanáticos.

“Esta canción es para todos aquellos viajeros que vienen de lejos”, anuncia Chizzo y el grupo regala “Motoralmaisangre”. Después, la fiesta se interrumpe por primera vez. “Están sacando maderas del mangrullo. Nos vamos a quedar sin sonido. No está habilitada esa tribuna”, dice el cantante, apuntando hacia un costado. A sus espaldas, los que están frente a las gradas armadas con tablones que en un principio habían sido abiertas sólo para colocar banderas, empiezan a silbar y a señalar a los que ocuparon ese sector sin autorización. Pero Chizzo no se está refiriendo a ellos. Está mirando para el otro lado. Confusiones de un escenario con dos frentes.

“Acá se portan bien los chicos, ¿te das cuenta?”, comenta el violero, contento como un papá orgulloso por el nene que ya anda solo en la bici, después de que el problema se soluciona rápido. Inmediatamente llega “El rey de la triste felicidad”, seguida por “Detonador de sueños”. “Algún rayo”, con un Tanque no apto para cardíacos, pasa desapercibida porque la gente no se copa mucho. Salvo excepciones, se nota cierto desencuentro entre los fanáticos y el último disco del grupo.

“El twist del pibe” devuelve el clima festivo. Al finalizar, Manu reitera el pedido para que desalojen nuevamente la tribuna que Chizzo había mencionado unos minutos antes. Enseguida, “Bien alto”, en tremenda versión, es el anticipo perfecto para “Poder”, el primer corte del último disco. Nacho Smilari, guitarrista legendario del rock argentino (“tocaba cuando acá todavía cantaban en inglés”) aporta el mejor solo de la noche. “Al que he sangrado” atropella con su comienzo ascendente e imparable.

Smilari regresa enseguida para “Dioses de terciopelo”, un blues heredero del mejor rock de los setenta y que linkea directo con “El cielo del desengaño”, otra pieza renga que remite a esos años.

la renga

Uno de los mayores impactos de la noche llega con “El juicio del ganso”. “A ver si tienen memoria”, había provocado Chizzo segundos antes de comenzar con la excelente versión. La gente delira, se agarra la cabeza, no lo puede creer. Los que están trepados al alambre agitan más que nunca. Todos se queman la garganta gritando la letra. No les importa desafinar. Es una catarsis total. Los recuerdos de cada uno de los presentes flotan en el aire. Hay algo acá que es mucho más que el gusto por una canción. Son otras cosas: vivencias, conexiones, experiencias felices y horribles, traumáticas o inolvidables; que están marcadas a fuego en cada uno de los que se desgarran las cuerdas vocales y que llevan esta música en sus cabezas, como banda de sonido ineludible.

Termina la canción y todos siguen cantando, pero esta vez para la banda, agradecidos. Cuando reciben temas emblemáticos, los fanáticos quedan cebados, dicen que cada día quieren más a la banda y que es un sentimiento que no pueden parar. Son perros entusiasmados después de que les tiraron la pelota para que la vayan a buscar. Felicidad total.

“En el baldío”, “Cuándo vendrán” y “Oportunidad oportuna” mantienen altísimo el nivel de interacción entre la banda y la gente. “El ojo del huracán” prolonga el éxtasis y “Arte infernal” cierra la sección más fuerte del show.

“Mamita querida, con esto de los dos lados…”, dice Chizzo, agitado de tanto ir y venir. Al cantante, poco acostumbrado a moverse demasiado arriba del escenario, le está pesando el recorrido. Tete no acusa recibo, está en su salsa. Sigue como en el primer momento. Revolea las banderas que le arrojan, arenga más que los que están colgados del alambrado.

A Chizzo le avisan que no se puede seguir. “¿Cuál es la tribuna, che? Parece que se rajó. Están las comparsas y no pasa nada, venimos nosotros…”, dice el cantante, y agrega que todo se detendrá para desalojar la tribuna de cemento que no se la banca. 

La banda también se retira, como para bajar la ansiedad, y un miembro de la organización pide que todos bajen, que colaboren, que no hay prisa. “Tenemos toda la noche, no hay apuro, bajen tranquilos”, dice. Habla con un cuidado casi quirúrgico para no provocar una avalancha o algo peor. Los de seguridad acatan el modo tranquilo y piden amablemente que vayan bajando, por favor. 

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Mientras tanto, atrás de las tribunas, muchos hacen filas para ir a los baños químicos, que están atendidos por una sola persona por lado. Uno de ellos tiene un cartel que dice “Su propina es nuestro sueldo”. Algunos pibes, en cambio, están rotos, tirados en el pasto con una expresión exhausta. Otros encaran minas. Muchos revisan sus celulares. La mayoría insulta al aire por el precio de la cerveza, pero igual compra. Los vecinos de la zona siguen contra la valla y algunos hablan con los que están adentro. 

Tras veinte minutos de espera, la banda vuelve al escenario. Chizzo agradece “por la educación y la confraternidad” de los que se bajaron sin problemas. Y se descarga: “Me da bronca cuando dicen que los que vienen a ver a La Renga son todos negros y grasas”. El violero ataca el típico prejuicio del tilingo que es capaz de escuchar Oasis pero desprecia a este grupo argentino de rock pesado, de ruta, asados y discurso sin glamour; sin darse cuenta de que los hermanos Gallagher poseen el mismo origen suburbano que los Iglesias y Nápoli

“Despedazado por mil partes” reanuda el show, seguida por “Psilocybe mexicana”. La gran fiesta vuelve “con la cañería a pleno”. “El viento que todo empuja” les da a las 40 mil almas eso (sólo eso) que esperaban, que es mucho más de lo que parece. “El final es en donde partí” ya es un clásico imbatible. Un gol seguro, Messi encarando solo en la puerta del área.

“La razón que te demora”, una de las últimas canciones de la noche, es otro favorito de la gente, pero curiosamente confirma que un gran porcentaje del público no se sabe la parte en la que Chizzo canta “ya habrá muerto con una verdad olvidada en tu memoria”. Cuando llega esa estrofa, muchos se quedan callados de golpe, casi murmurando esos versos dichos con rapidez. Retoman el coro cuando el riff reaparece.

Y hay algo extraño ahí, del otro lado. Es la gente, que rodea a la banda en uno de los actos de fidelidad más imponentes que se pueden vivir por estos días en la música argentina. “Panic Show” hace rugir a la bestia en la tierra del carnaval. No hay dudas, estos 40 mil jamás habrían pisado un Corsódromo si no fuera por el rock.

“Para nosotros fue una noche impresionante, gracias. Nos vamos, como siempre, hablando de la libertad”, saluda Chizzo y el grupo arranca con su himno mayor, la declaración de principios por excelencia de La Renga. Es casi imposible que el grupo termine algún recital con otra canción, “Hablando…” es algo muy fuerte. Significa casi todo para los que están arriba y abajo del escenario. Resume años de recorrido, su letra es la tabla de la ley de los mismos de siempre.

Termina el tema y la guitarra de Chizzo se queda acoplando, mientras Tete saluda en la valla y la gente se empieza a retirar en la mayor tranquilidad. Es un enorme cierre de año para La Renga, a pesar de las fallas en la organización, de los peligros de las tribunas, del desborde de público (era fija que 30 mil personas era una cifra minúscula para un concierto a tan pocos kilómetros de Capital Federal). En Gualeguaychú, como en todos lados, nadie quiere problemas, sólo buscan conmoverse, hacer que la vida valga la pena nuevamente. Esta noche lo consiguieron con creces y el 19 de enero van a ir por más.

Leé también lo que fue la previa del show de La Renga en Gualeguaychú. 

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