Coberturas

LCKM en lo de Genaro

Este Sábado 18, LCMK continuó filmando «Tosiendo Sangre», esta vez durante un recital en la casa de su baterista. Aqui RS te trae la crónica.

En la vereda, frente al portón y después de haber tocado timbre; una piba que recuerda a Cumbio por su ropa y su peinado, está parada y sonríe cuando ve que un grupo de cinco chicas y un chico se acercan al lugar. Se reúnen y esperan que les abran mientras dos perros ladran y sacan el hocico por debajo de la entrada.

«Pasen, les cobro adentro. Son los primeros en llegar», les dice Ana, una de las organizadoras de lo que va a suceder esta noche y novia de Genaro, el dueño de la casa detrás del portón y baterista de Luca Makonia, el grupo que va a tocar en unos momentos como excusa para continuar con la filmación del video de Tosiendo Sangre. Filmación que ganaron después de terminar primeros en la batalla de las bandas realizada en el verano. El premio también incluye horas de grabación en un estudio para registrar cuatro canciones. El grupo piensa editarlas más adelante, porque todavía tiene pendiente la publicación de su disco debut («Tres cuotas de doscientos pesos»).

Es la tercera jornada de filmación y la segunda a la que convocan a la gente. La primera sucedió hace algunas semanas, también un sábado, pero por la tarde. La banda y su público cortaron la esquina de Balcarce y Belgrano para provocar lo que ellos denominaron el «súper pogo». Ese día todo comenzó puntual y se resolvió muy rápido. Esta noche, en cambio, Luca Makonia es absolutamente local y no hay ninguna presión o apuro por parte de la policía u otra autoridad. Es una fiesta casera. La libertad es total y nadie se preocupa. O casi.

«Che… el papá de Genaro no viene, ¿no?», pregunta un pibe mientras arma un porro sobre una mesa.

La gente va llegando y espera el comienzo del recital en el enorme patio que alguna vez fue una cancha de fútbol cinco. El pasto no es más sintético, es de verdad y sirve para que todos se sienten y hagan que parezca una reunión hippona antes que punk.

Mientras, la banda prepara todo en el escenario improvisado. Van a tocar en un patio interno de la casa, no en la ex cancha. Es el patio de cualquier vivienda: piso de cemento, una parrilla, plantas, alambres para colgar la ropa, un horno de barro, un lavarropas, los perros dando vueltas, una batería, una guitarra, un bajo y un par de micrófonos y amplificadores.

Finalmente, después de las once (habían anunciado a las diez) todos -banda, público, equipo de filmación, mascotas- se juntan en el mini patio. No hay más de cien personas pero el lugar rebalsa. «Hola ¡bienvenidos a mi casa!» dice Genaro, incrustado en un rincón. Junto a su batería, es el único de los músicos que está sobre una tarima. Al lado del escenario hay un pequeño baño con una ventana tapada por una tela opaca. Si en lugar de la tela hubiese un vidrio o directamente no hubiese nada, la cabeza del baterista saludaría a todo aquel que se encerrara en el biorsi.

El grupo comienza a tocar y los pibes y pibas («¡Hay muchas minitas!») que se hicieron presentes saben lo que tienen que hacer: bardo. Cantan todos los temas, poguean y convierten al patio -al menos por un rato- en la capital del under salteño.

Captar la entrega de la banda y su público es lo que busca el equipo de filmación, compuesto por dos personas con una cámara cada una. En el lugar no hay más iluminación que la del propio patio. Es decir: un tubo fluorescente detrás de la banda y unas pocas bombitas de no más de setenta y cinco watts esparcidas en el lugar. Por momentos algunas luces se apagan y se vuelven a encender al rato. No se sabe si es un efecto buscado para darle clima al show o si la culpa la tiene alguna mano o espalda desprevenida que se apoya en los interruptores.

Una chica con una cámara chiquita filma «desde lejos», en el fondo del patio. A unos tres metros del grupo. El otro camarógrafo está al lado del escenario y capta a la banda en primer plano. Le pregunto a la mina si puede captar algo desde ahí, teniendo en cuenta la poca luz que hay en el lugar. «Nada», me responde, y yo no sé si le da bronca o le chupa un huevo.

Cuando tocan, los Luca Makonia están al palo. Beto, el bajista, mira al techo o al público y canta todos los temas como un fan más. Entre tema y tema, el cantante Horacio, Beto y Genaro arengan, agradecen a los fieles de siempre y manifiestan su sorpresa al notar caras nuevas. Además, cuentan chistes y nos dicen a todos que podemos pasar a comprar birra y tragos en la -también improvisada- barra que atiende Ana, mujer incorruptible que no largará bebida alguna a menos que uno disponga del importe exacto. Nada de rebajas. Un pibe que se jacta de ser amigo de Genaro “antes de todo esto” se queja porque no le quieren vender una birra a menos del precio estipulado (seis pesos). Es la famosa confusión de la que me hablaban Ana y Genaro unos días antes: “Si sos amigo nuestro y sabés que todo esto nos cuesta, aportá. No vengas a garronear”.

El público se sabe todos los temas, es tremendo. Y es cierto, hay muchas minitas, pendejas. Ninguna llega a los veinte. Gente cercana al grupo comentaba antes de que todo arranque que no se dieron cuenta cuándo empezaron a aparecer: “De golpe, estaba lleno de pendejas”. Tampoco es descabellado, hacen punk melódico. Raro sería que se llene de universitarios con libros de Marx en el morral.

Después de una hora de show el grupo se despide y vuelve a agradecernos, recordándonos que la birra y los tragos nos esperan a un buen precio. Terminado el punk empieza el reggae, el único género que los panqueques verdaderos –allá en Inglaterra, hace treinta años- respetaban. Una lista ininterrumpida de canciones hace que la gente, el grupo y las mascotas se cuelguen y bailen. Otros se tiran a fumar y a tomar algo en la ex cancha. Todos la pasan bien.

Al final, el papá de Genaro no apareció. O se hizo el boludo.

Para ROCK SALTA. Federcio Anzardi – fede@rock-salta.com