El conjunto trajo a la zona sur de la ciudad la gira despedida de su último disco.
Texto: Martín Lizarraga
Fotos gentileza: Carolina Vera
Cuando hablamos del actual rock psicodélico nacional, una de las agrupaciones que mayor fama viene cosechando hace más de una década es sin duda Los Espíritus. Entre cambios de formación y ya varios trabajos discográficos, ir a ver a este grupo siempre promete una noche psicodélica de primer nivel. Tomando el blues como base, construye erráticas melodías con ritmos latinos irresistibles al movimiento que en vivo se ven potenciados por las pequeñas reversiones y largas improvisaciones que los caracterizan.
Aquellas largas zapadas son a menudo la bandera de identidad de la música psicodélica, por lo que todo esto podría pensarse como algo muy improvisado, en el mal sentido de la palabra. Para Prietto y compañía, esto no es ningún problema, ya que inclusive en aquellos momentos de mayor éxtasis y desorden, pareciera haber un caos organizado que gobierna todo desde el fondo. Un gran entendimiento entre los músicos, y el equilibrio justo entre audacia y prudencia, forman un fenómeno difícil de presenciar frecuentemente en los recitales en vivo.

Subir el tempo de las canciones y enganchar temas para formar medleys parecieran ser algunas de las claves para mantener la manija e invitar a sumarse a aquel trance típico de cualquier baile psicodélico. Otra de ellas es sin dudas partir desde el magnetismo clásico del blues eléctrico, que con su simpleza ya ha funcionado en el 506 y en el 2000 también.
Frente a eso, el sábado 16 de agosto el público pareció no haber ofrecido resistencia al respecto y se dejó llevar completamente por la hora y media de show. El boliche Canopus, un espacio chico, brindó una gran cercanía a los músicos y al escenario, lo que sólo podía significar una mayor sensación de unidad y comunidad, mientras la lírica alimentaba constantemente ese tipo de ideas como mantras que se repetían y resonaban en los sectores más inconscientes de las alteradas psiquis de varios de los presentes.
El palo es algo atípico, no se esperan trapos ni que el pogo sea protagonista. Si bien obviamente existe una predominancia juvenil entre los oyentes, también parece ser una propuesta atractiva para personas de prácticamente cualquier edad. Lo que sí es familiar son aquellos reducidos pero imponentes coros del público en temas emblemáticos como “Vamos a la luna” o la fogonera “Noches de verano”.

Aunque la gira prometía despedir La Montaña (2023), el disco que le permitió a Los Espíritus acercarse a nuevos fieles, sólo bastaron cinco canciones de ese trabajo, ya que las listas de temas de la banda no se permiten dejar de lado grandes clásicos de todas sus etapas. Desde los más irreverentes como “Lo echaron del bar”, y otros más correctos como “Jugo” o “Huracanes”.
Faltando pocos minutos para la 1 de la mañana, la banda cerró su show con el encore “La rueda que mueve al mundo”, probablemente uno de sus temas que mejor se presta al pogo. Así, en un mensaje de humildad, crítica, indiferencia o resignación, Los Espíritus dejaron en claro que sea lo que sea que hagas, o no hagas, si la noche se vuelve oscura, si tu abuela junta cartones, si fuiste el sábado o no, si te arrepentiste o no, aquella rueda salvaje del capitalismo que mueve al mundo, de todas formas va a girar y girar…
