Hablamos con Juan Pin Vilar, director de la película estrenada en nuestro país este mes, luego de despertar una fuerte discusión en la isla.
Una mujer entró a una disquería de La Habana y se indignó. Había visto algo que le parecía fuera de lugar. Sin poder contenerse, dio media vuelta y se dirigió al dueño del local, que estaba detrás del mostrador. ¿Por qué, le preguntó, tenía los discos de Fito Páez en la batea de músicos locales? La respuesta del hombre surgió con naturalidad: “¡Porque es cubano!”.
Así de fuerte es el lazo que une a Fito con la isla. Una relación que comenzó a mediados de los 80 y se extiende hasta hoy, con varios shows, algunos inolvidables, que posicionaron al rosarino del 63 como un parteaguas cultural en la tierra de Fidel.
Algo de esa conexión se cuenta y se muestra en La Habana de Fito, dirigida por Juan Pin Vilar, que se estrenó este mes en nuestro país tras una fuerte polémica desatada en la isla. La película apenas supera la hora de duración, pero le alcanza para mostrar el encantamiento que Fito y Cuba se provocaron mutuamente. El documental va y viene desde el presente en el que se ve a Fito y al director charlar como los dos buenos amigos que son, hasta distintos flashes del pasado que se alimentan de un amplio material de archivo que muestra varios momentos en los que Fito visitó la isla, empezando por el Festival de Varadero de 1987.
“El rock estaba criminalizado. Entonces llega un muchacho que se para en un escenario y se comporta como uno se imaginaba que se portaba Mick Jagger”, le dice Juan Pin a Rock Salta en el hall del Cine Gaumont, en Buenos Aires, minutos después de que su película fuera estrenada en el BAFICI.
La Habana de Fito muestra esa fascinación. Fito llegó en un momento en la que Cuba todavía no recibía demasiadas estrellas pop. “No les permitían viajar a los grandes artistas mediáticos. Y los pocos que aparecían, después tenían que arrodillarse y pedir perdón. Entonces venían Serrat, Chico Buarque, personas que tenían realmente una independencia de las estructuras políticas de sus países. Cuba era otra cosa, representaba otra cosa. Y en ese contexto llega este muchacho. Un joven con muchas luces”, cuenta Juan Pin.
“Lo que recuerdan siempre es el tenis de un color y otro de otro. Eso es lo que recuerdan los taxistas en la calle”, sigue el director. “Tú les dices ‘¿Te acuerdas de Fito Páez?’, Y te dicen: ‘Cómo no. Un zapato de un color y otro de otro’. Porque nuestra vida, en ese sentido, era muy compacta. Y él, lejos de quedarse en el mundo de los hoteles y eso, salió a la calle con nosotros”, agrega.
Pero el encantamiento fue para ambas partes. En 1987, Fito llegó a Cuba con ánimo sombrío y un futuro incierto. Menos de seis meses antes, en noviembre de 1986, su abuela Belia y su tía abuela Pepa habían sido asesinadas en Rosario por dos hermanos que trabajaban como plomeros por la zona. La tragedia había sumergido a Fito en un pozo anímico del que sólo podía salir por momentos a través de la música, el alcohol y las pastillas. Para abril del 87 la tristeza parecía tomarlo todo. Fito estaba por perder la batalla. Hasta que Pablo Milanés salió en su ayuda. Lo invitó al Festival de Varadero y le abrió la puerta a un mundo diferente.
En la película, Fito cuenta cómo pasó de una Buenos Aires gris a una Cuba luminosa, y cómo la calidez de la isla y su gente lo ayudaron a recuperar las ganas de vivir. A su testimonio se le suma el del propio Milanés, entre otros, que dan cuenta del impacto que significó ese encuentro entre Cuba y el rosarino.
“Yo iba a Varadero siempre con Pablo. Hay una relación entre mi familia y la Nueva Trova Cubana”, cuenta Juan Pin. “Una relación profunda -sigue-. Te voy a dar un detalle: cuando mi hija nació, Silvio Rodríguez me regaló el original de ‘Unicornio’ escrito de puño y letra. Yo nací en el inner circle de ese mundo. Ellos, que eran mayores, me llevaban a todos lados con ellos y también creo que servía de muchas cosas. Como por ejemplo, si estábamos en el Festival de Varadero, a Pablo le era mejor decirme ‘Te voy a presentar a un argentino rockero que tiene tu edad’”.
Juan Pin y Fito nacieron en 1963, se llevan apenas dos meses de diferencia. Los dos forjaron una amistad que nació en ese primer viaje y se consolidó con las visitas restantes. “Una amistad que ya pasó a ‘Te llamo para decirte que me estoy separando’, o ‘Está embarazada mi esposa’. La amistad pasa de ser algo de intereses intelectuales, amigos comunes, a convertirse en algo personal”, cuenta el director, que en 2017 dirigió un documental sobre Pablo Milanés.
La Habana de Fito también muestra imágenes del concierto de noviembre de 1993 en la Plaza de la Revolución, que Fito compartió con Silvio Rodríguez y Luis Eduardo Aute, uno de los shows más importantes que se habían realizado en Cuba hasta ese momento.
“Como un dardo de afilado y puro cristal disparado desde la histórica Plaza de la Revolución, que es la Plaza del Pueblo, se mezcló en vibrante crisol, el diamante de una poética en el reino de una sola voz: esperanza”, decía la reseña de la revista Bohemia en los primeros días de diciembre del 93. “Decenas de miles de jóvenes se sumaron a la recia arquitectura de poetas que vencen el silencio con lozano valor. El argentino Fito Páez, el cubano Silvio Rodríguez y el español Luis Eduardo Aute unieron afanes para salvar lo heroico por su misma virtud entonando un lirismo bullente, sin retórica ni artificios”, agregaba.
Hasta el momento, La Habana de Fito tuvo poco recorrido. En Cuba desató un escándalo. Juan Pin denunció al Canal Educativo de ese país por emitir la película sin autorización y, según cuenta el director, ser presentada por un panel que se dedicó a criticarlo y a decir que había manipulado algunas opiniones de Fito que se escuchan en la película, declaraciones poco favorecedoras para el gobierno de la revolución. Hoy, agrega Juan Pin, la película está prohibida en Cuba.
“Ellos están demandados legalmente por mí. Hay un juicio que está en curso. El gobierno cubano ha aceptado la causa. Yo demando al Canal Educativo. Lo único que pido es sencillo, pero el gobierno cubano no está preparado para darme la razón. Ni puede, va a meter la pata más grande. Entonces, ¿por qué yo demando? Lo único que pido es lo siguiente: que en el mismo programa de televisión se diga que estuvo mal usar un documental sin permiso de sus productores, y que lo que dijeron de mí tienen que probarlo. Ellos empezaron a hablar diciendo ‘Juan Pin manipuló a Fito, hizo esto’. Fito dio una entrevista y dijo ‘Juan Pin no me manipuló’. Pero ellos no lo van a hacer. No pueden hacerlo. Ellos están entrampados en su propia retórica, en su propia soberbia. No son capaces de decir me equivoqué”, dice el director.
– ¿No hay una contradicción entre que la hayan pasado por televisión y que la hayan prohibido?
– No, es que la prohibieron primero. La película tocaba ponerse en el cine. Lo único que quiero es que la pongan donde le toca. Si me ofrecen el Oscar les voy a decir que no. Si me ofrecen una gira les voy a decir que no. Porque yo quiero lo que le tocó. Y ellos no querían ponerla en el cine. Y decidieron, en un acto de soberbia, ponerla para romperle la cadena de festivales. Porque los festivales no te reciben la película en competencia porque ya está estrenada. Se robaron la película, son unos delincuentes. El ministro de Cultura cubano y todos los que intervinieron ahí, me da igual si es el presidente o el otro, son unos delincuentes. Porque quien roba, o quien legitima un robo, es un delincuente también. Ellos no pueden salir de eso.