Cada minuto es un minuto menos para Los Espíritus. Antes de su llegada a Salta, Tucumán y Jujuy, la banda del momento habla de este año imparable en el que se convirtieron en los representantes del nuevo rock nacional y popular.
Testo: Santiago Segura
Sin parar y hacia delante, Los Espíritus no dan descanso a su música ni a sus cuerpos. No es una obligación ni sucede como cantan en “La rueda que mueve al mundo”, donde ésta debe girar y girar para que todo continúe como está (es decir, mal, porque “la rueda alimenta a unos pocos”). Desde que comenzó 2017, Fer Barrey (percusión), Pipe Correa (batería), Martín Fernández Batmalle (bajo), Miguel Mactas (guitarras), Santi Moraes (guitarra acústica y voces) y Maxi Prietto (guitarras y voces) viven casi en estado de gira permanente. Pero más que estar supeditados a los designios de una maliciosa fuerza superior, lo hacen llevados por sus canciones. El aumento de la popularidad del grupo, en especial desde la edición de Gratitud (2015), fue notorio, y no sólo en nuestro país: la banda ya tiene su legión de fans en México y Colombia, donde los reciben como locales. El desafío es viajar, escuchar nuevas músicas, disfrutar arriba del escenario. Y, un poco, conservar la sana inconsciencia ante una realidad insoslayable: fueron la banda de abajo que más creció en estos dos años de recesión. Por eso, desde que en mayo publicaron Agua ardiente -su tercer disco en cuatro años- no se detuvieron ni un segundo, llevando a la práctica aquello que cantan en la primera canción del álbum: “Como mares que quiebran las rocas/ O huracanes que llevan las olas/ Así de fuertes somos”.
Ellos son los primeros en reconocer el éxito de su propuesta, aunque no comprenden por qué sus canciones pegaron así. La dupla Barrey-Prietto intentará llegar a una conclusión del fenómeno. “Este momento de charla es cuando caés y tomás consciencia. Porque si no, estás siempre en una”, dice Fer. Las entrevistas, entonces, funcionan para reflexionar sobre lo hecho en el año: “Arrancamos grabando el disco, yendo a México, a Colombia. Eso en la primera mitad. Y ¡ahora estamos repitiendo todo!”, sigue Barrey, sorprendido del ritmo irrefrenable que tienen sus días. Maxi cuenta los pasos: “El 1 de enero entramos a ensayar el disco, lo grabamos en la última semana del mes. Para mitad de marzo ya estaba terminado, y el 1 de mayo lo subimos. (Cuenta los meses con la mano). En estos cuatro meses y pico pasó de todo, estuvimos por todos lados”. Entre los dos tratan de recordar las fechas que se les vienen: a horas de esta charla tocarán en Neuquén y luego visitarán La Plata -en el Estadio Polideportivo de Gimnasia, con capacidad para tres mil espectadores-, como antesala de un cierre de año bombástico que incluye una gira europea por varias ciudades de España y Francia, el arribo, al fin, a nuestra región –el 3 de noviembre en el Robert Nesta de Tucumán, el 4 en el Zumba salteño, el 5 en Zeppelin de Jujuy-, más escalas por Chile y Costa Rica. Y el broche de oro: el 2 de diciembre llegarán al Estadio Malvinas Argentinas. “Entran como siete mil personas, vamos a ver qué pasa”, dice Maxi antes de estallar en una carcajada cómplice con su compañero. Ni ellos mismos se lo creen, y quizá sea el secreto. Barrey asegura que “cualquier banda normal hace esto en dos años. Quizá grabás el disco y planificás, pero nosotros estamos al palo”.
-¿Qué lugares nuevos visitaron en 2017?
-MP: A San Luis nunca habíamos ido. Al principio, girar era ir a que nos escuchen un par de personas y se corra la bola. La idea era hacerlo y repetirlo hasta que eso empiece a avanzar de alguna forma. Ahora hay lugares a los que vamos por primera vez y ya hay un piso.
– FB: En San Luis había más de 300 personas. Me parece que pasa por ahí, se corre la bola, a la gente le gusta el disco y va. Porque nunca habíamos ido, ni siquiera con una banda local. Al principio hacíamos así: abría una banda de ahí y después tocábamos nosotros. Lo más zarpado del público nuestro es que no va el tipo al que le gusta el blues o el rock nada más. Tenés familias, gente grande, pendejos. Es un público muy heterogéneo.
-Ustedes parecen ser una banda crossover, los sigue gente de todos los palos.
-FB: Es así. Lo vemos en recitales que van 200 personas y también en El Teatro de Flores (donde agotaron entradas en mayo). Ahí te das cuenta que la música va más allá, no hay una fórmula.
-Pero sobran ejemplos de bandas donde se da el boca a boca y no llegan a tanta gente. ¿Piensan qué es lo que hace que ustedes trasciendan más que otros grupos?
-MP: Sí, pero no tengo ni idea. La gente te elige. Sí convergen un montón de cosas: está la parte rítmica y las influencias latinas que tiene el proyecto, que es algo nuevo para mí, y eso tiene mezclados también algunos conceptos de psicodelia. También tiene, no sé, acoples de guitarra que pueden venir de algo más noventoso. A todos nos gusta Mano Negra, que es un grupo que fusiona, y no nos da miedo eso. Pero también hay grupos que mezclan todo y a la gente no le gusta, por eso digo que no tengo idea. En varias entrevistas nos preguntan esto, como si tuviéramos la fórmula para que la gente vaya a vernos. ¡Ojalá lo supiéramos!
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Agua ardiente terminó de cimentar el ideario sonoro del grupo. Es un disco de quiebre y de continuidades a la vez: persiste el blues como punto de partida y envolvente general, los visos de psicodelia (si hay algo que sucede en sus shows es lo que ellos mismos contarán más adelante: empatía y trance) y el elemento percusivo que profundiza su toque afroamericano. El fraseo reo de Prietto y Moraes a la hora de cantar -esas voces casi gemelas: como Solari–Beilinson, Spinetta–Del Guercio o Morrissey–Marr, los amigos hablan y cantan parecido- termina de cocinar un guiso espeso y con varios ingredientes. ¿Dónde está la ruptura, entonces? Lo distintivo lo da el nivel de producción -que refleja el vivo del grupo, orgánico y humeante; delicado cuando bajan, por qué no- y un nuevo sabor en la lírica: las referencias directas a la coyuntura política y social. Lo que antes aparecía narrado en forma de historias picantes, en Agua ardiente se dispara cual dardos (ojo, las historias siguen ahí), en particular en un puñado de canciones: la citada “La rueda que mueve al mundo, “La mirada” y “Las armas las carga el diablo”. Viajes donde los pasajeros se aguantan la mirada, la queja, la bronca -“El pasaje sale el doble/ y ninguno dijo nada”-; el diablo cargando, además de las armas, las urnas. Algo pasó y tuvo su efecto.
-¿Sienten que hay un diálogo con la época? En Flores, el público gritaba contra Macri. Y da la sensación de que la banda con sus letras acompaña el momento.
-MP: Por un lado sí, pero por otro, el crecimiento del grupo venía llegando hasta este lugar y en los primeros discos la temática no era tan explícita. De hecho, cuando estábamos haciendo las letras para este disco, era medio jugado para nosotros. Era raro y no pensamos que fuera a gustar, creímos que iba a ser medio de choque. Pero fueron las canciones que salieron y tuvieron buena recepción, capaz por lo que decís, aunque no sé si eso es el determinante. Porque también, grupos que hablen políticamente hay un montón.
– FB: Nunca nos planteamos ese impacto. Lo único que nos planteamos para el disco fue ir a grabar en un estudio bajo determinadas condiciones técnicas. Eso fue lo diferente respecto de los discos anteriores.
-Apuntaron a un cambio más desde la producción.
-FB: Exactamente, decir “che, bueno, vamos a preproducir bien el disco”. Porque lo queríamos grabar en El Attic, con cinta. Eso fue lo que prestablecimos, el resto no, y lo hicimos así porque pensamos en el vinilo. De hecho, el playlist está pensado en lados.
– MP: Estuvimos tres semanas ensayando y en solo cinco días grabamos todo. Fue un mes a full, el disco tiene muy pocas sobregrabaciones en comparación a Gratitud.
-¿Esa reacción que hubo en Flores se da en otros lados? Pareciera que la gente dice “esta banda me canta lo que pasa”, aunque haya cosas aplicables a cualquier época.
– MP: Sí, hay frases que son aplicables a cualquier gobierno de los últimos, no sé, 200 años. “El trabajo dignifica/ eso dice mi patrón” va en cualquier país del mundo. Siempre hay gente que está laburando de algo que no le gusta, entonces pega en todos lados. En Colombia y México muchas personas nos dijeron “ustedes no lo saben, pero sus letras hablan de acá”. Mi hija me metió en el rubro de las jugueterías, ahí veo un montón de ametralladoras y entiendo cómo un nene crece y a los diez años tiene re asimilado ver armas. Saber que es un negocio es lo peor, hay una plata que se invierte anualmente en eso. Por estas cosas muchas personas nos dicen lo mismo en otros países.
– FB: Inclusive pasa con las canciones que cuentan historias. El «Negro chico», por ejemplo. Esa historia la podés plasmar en el DF, en Puebla, en Medellín, en Caldas. No es algo tan específico que sólo los porteños o los cordobeses pueden entender. También vemos reacciones similares. Cuando tocamos en Puebla veía a una parejita que se pegaba unos abrazos y unas transadas tremendas. No es sólo la parte de la bronca, sino que también se genera eso, o chicas bailando con los ojos cerrados todo el recital.
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Aunque a Los Espíritus les cueste comprender el fenómeno popular en que se están convirtiendo, sí notan que sus shows son un espacio de celebración y disfrute para la gente. Agradecen que, sean 200 o dos mil enfrente, el comportamiento siempre es el mismo: una fiesta donde todos comprenden lo que baja desde arriba (es probable que, en caso de dudar con los discos, el indeciso caiga rendido ante el tenor chamánico de las presentaciones del grupo, que allí completa el viaje de comprensión de su música. La portada de Agua ardiente grafica la tensión de este nuevo rock nacional y popular: el fuego que emerge del manantial). Desde el escenario, ellos también observan, al menos hasta donde les da la vista:
-¿Son de mirar al público?
-FB: Flasheo mucho de ver a niños, cuando Maxi hace un solo y está el chabón moviendo la cabecita. Imagino que lo ve a él y dice “bueno, quiero ir a mi casa a tocar la viola”.
– MP: Yo… miro y me olvido las letras (risas). No se puede ser espectador y tocar al mismo tiempo. Pero miro mucho más que antes, que estaba todo el recital con los ojos cerrados.
-¿Por vergüenza o por concentración?
-MP: Un poco de las dos, pero más que nada por concentración. También porque creció muy rápido el público y no quería saber qué era ese monstruo que estaba ahí afuera (risas). Me desconcentraba.
– FB: En Colombia tocamos para veintipico mil personas. Me parece que tenemos como una inconsciencia bastante sana con eso. Ya antes del show estamos arengados de contentos, me parece que eso ayuda mucho, que estemos ahí arriba disfrutando es clave.
-¿Perciben un clima equiparable a los conciertos que iban a ver cuando eran pibes?
– MP: Recién me estaba acordando de cuando iba a ver a Los Piojos en Arpegios, estaban presentando el Ay, ay, ay. Eran recitales larguísimos: había mucha zapada, muchas percusiones, se iban, volvían y le pegaban una hora más. Arpegios sería para 300 personas, pero era una fiesta total, había una energía. Y comparando con los recitales nuestros, pensé “qué loco, como público sentía esa energía de todo el mundo”. También pintaba el baile y el público era como una fraternidad, había un clima de buena onda. Veo un punto de contacto ahí, después no seguí viendo a Los Piojos. Eso de ir a pequeños reductos estallados de gente, salir a la calle y que parezca que la ciudad no sabe lo que pasó está buenísimo.
– FB: Lo que noto es que nuestro público es súper tranquilo. Es festivo, sí, están los que hacen pogo en el medio o los que van adelante, pero todos disfrutan a su manera. Cada uno está en la suya, hay mucho trance.
– MP: En muchos lugares nos felicitaron por el público, porque no tienen que hacer nada. Nosotros siempre les decimos a los locos que no se zarpen con la gente, porque a veces los cachan de más. Los bardean, los tratan como si fueran criminales. Y habría que cachar a los patovas en realidad, la gente es re tranquila y va a divertirse. A veces los mismos sonidistas o los técnicos nos comentan eso.
-¿Se sienten responsables de ese comportamiento?
-MP: Ojalá, estaría buenísimo que fuera así. Me encantaría decir que sí pero no lo sé. No sé si se puede controlar, ojalá sea así siempre.
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A la hora de pensar la música de Los Espíritus dentro del mapa histórico del rock nacional, las referencias no se amontonan: resuena Manal -a quienes citan en “Perro viejo” con una frase que se volvió profética de su actualidad: “cada minuto es uno menos”-; se los puede asociar a la poética del barrio a la existencia de Moris; hallar un groove hermano en el Cuero de Crecimiento (¿habrán escuchado?) y en los citados Piojos de la primera época. No mucho más. Sin embargo, da la sensación de que todo lo que hicieron hasta hoy proviene del pasado, de algún lugar ancestral, como si ya lo hubiéramos escuchado antes. ¿Será la trampa del blues? Entre las cientos de bandas del circuito indie que reclaman atención -y en buena parte la merecen- y el mainstream hundido en la depresión creativa, las canciones de Los Espíritus no se vencen ni se pierden. Básicamente, a la manera de lo que sucede con sonidos tan disímiles y hermanables como los de Bob Dylan o Liliana Herrero, fluyen. Van, y van y van, tanto que parece que hubieran existido desde siempre.
Y así como ellos analizan el comportamiento de su público, también piensan su propia música. Están involucrados en una búsqueda que ahonde en las sonoridades del continente americano. Aquello que para Maxi fue nuevo en su música a partir de Los Espíritus hoy es una constante, tanto que en cuestión de días culminó un proyecto ambicioso junto a Barrey, Correa y Fernández: grabaron un disco de boleros con Poli, la cantante del grupo platense Sr. Tomate, acompañados por el cuarteto con que Prietto suele tocar en su versión solista y al que se suma un ensamble de cuerdas. Fer y Maxi no disimulan su entusiasmo respecto de ese disco que seguramente vea la luz en algún momento de 2018. Cuando se les recuerda que su compañero Moraes dijo en una nota que le interesa pensar más en el concepto de música popular que hablar de rock, ambos asienten. “Yo coincido, a full. Música popular: la canción”, refuerza Prietto.
-¿Puede ser que la música que escuchen vaya muy de la mano con la que hacen?
-MP: Eso siempre fue así. Pero ahora más, después de estos viajes por Colombia nos volvimos con un montón de discos. Estamos metidos, yo nunca había entrado en la salsa, la música cubana la había visto con algún disco muy conocido, nomás. Y empezamos a seguir el palo de las orquestas, nos gusta la idea del ensamble. El sonido es increíble. Me encantaría en algún futuro armar una orquesta, soñando a lo grande y dentro de muchos años, ¿no? La vez anterior que fuimos allá, viajando de Caldas a Medellín, pasaron un tema de Henry Fiol, “Montaña rusa”, en la Radio Latinastereo. Lo escuchamos todos y dijimos “¿qué es esto?”. El loco que manejaba nos contó, y esa vez nos trajimos varios discos de él. Cuando volvimos a ir, nos enteramos que Henry tocaba gratis el mismo día de nuestro show. Entonces corrimos el recital, que era a las nueve, para las 12. Y nos fuimos de caravana.
– FB: Una fiesta popular alucinante, de la puta madre. Bocha de gente.
– MP: Muchos puestos de comida, pero muchos. Muchos niños…
-De esas fiestas que no son para los turistas, que son para el pueblo.
-MP: Claro, muy regional. Y el clima que había, un amor tremendo. Cuando la gente se enteraba que éramos argentinos, nos escuchaba y nos ofrecía bebida, comida. Estar ahí fue una clase. Ver cómo se ubican los tipos, ver los instrumentos, todo. Más allá de leer en el disco el detalle de quiénes tocan, verlo, sentirlo, bailarlo, estar con la gente es increíble. ¡Los tipos que vendían cerveza iban todos cantando! Es algo que tienen muy metido.
-¿Sienten esa influencia en las composiciones nuevas?
-MP: Hay canciones nuevas pero estamos tocando mucho, va a haber que armarse un espacio y un tiempo para jugar y que salga lo que salga. Estos tres discos los tocamos prácticamente enteros, hacemos recitales de dos horas y pico. Si agregamos otro disco tenemos que empezar a sacar temas.
– FB: El problema es que para nosotros ya es normal tocar dos horas y cuarto, dos horas y media. A veces tocamos menos y decimos “uh, se re cortó, nos quedamos manija”. Y ¡estuvimos dos horas tocando!
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Cuando se les remarca que suelen tocar tarde, pasada la medianoche, Prietto enciende una luz de esperanza para sus seguidores más longevos: “Yo estoy disfrutando mucho del tempranismo últimamente. Me está cabiendo el Concepto Dylan. Cuando tocó en el Gran Rex estaba anunciado a las 21, y clavadas las 21 se apagaron las luces, salió el chabón y arrancaron. Ahí dije ‘la onda es esta’. Si Dylan es puntual, hay que ser puntual”. También cuentan que hay lugares que les dan el turno de trasnoche y exigen que toquen tarde para que haya fiesta antes y después. Y recuerdan su paso por el festival Mamboretá Psicofolk de Formosa a fines del año pasado, donde los horarios eran de lo más excéntrico: “Un día tocábamos con Los Espíritus y otro tocaba yo solo con la guitarra”, cuenta Maxi. “Cuando nos dan el horario del primer día, tocaba Pez a las tres y yo a las cuatro (risas). Eran dos escenarios, terminó Pez y de golpe quedé solo. Y no cerraba, a las cinco creo que tocaba Audión. Al otro día tocamos con Los Espíritus a las cuatro o cinco de la mañana y cerraba Nde Ramírez. Pero dijeron ‘che, es muy tarde, mejor no toquemos’. ¡Eran los organizadores y no tocaron porque se hizo tarde!”.
Cuando se les pregunta sobre la posibilidad de un disco en vivo, Barrey revela que tienen registrada la presentación de Agua ardiente en El Teatro de Flores: “Tenemos un material ahí con el que se podría hacer eso. También hay algo muy lindo de nuestro primer recital en Colombia, en Altavoz. Nos lo dio la organización, que nos grabó y nos filmó con una calidad increíble. Acá son más celosos de eso”. Para Maxi, que ese show fuera subido a YouTube les significó buena repercusión en tierras cafeteras. Los comentarios destacados bajo el video parecen darle la razón. Un tal gayaproducciones reflexiona: “De alguna manera, viejo lobo desencantado, creí que el rock nuestro, el de nuestras calles y estaciones se había dispersado en tanto gesto moderno e inútil, hasta que los conocí por este ciberespacio, a la distancia, y volví a reencontrarme en el nuevo sonido, que gracias a todo lo que mueve el universo no tiene nada de nuevo y sí viene sobrado de magia. Gracias”. Otro, Emanuel Vicente, dice: “Me gusta ver este video seguido, porque la gente al principio está re tranca-bajón como diciendo qué carajo es esto, de dónde salió, quiénes son… y a medida que van pasando las canciones empiezan a entrar en ese trance hipnótico de la buena música, qué hermoso carajo!”.
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Pasadas las anécdotas, la charla llega a su fin. Fer y Maxi deben ensayar una vez más cerca de un nuevo show (siempre hay un recital por delante). Antes de saludar, vuelven al origen del encuentro: la demanda de su música y su palabra. “Estamos quedando mal con mucha gente, que le decís que no y se enoja. Pero no hay tiempo, también tenemos nuestras familias y nuestras cosas”, dice Prietto mientras Barrey asiente: “Es así, no es que pueden decir ‘ay, miralos, se hacen’. Realmente no tenemos tiempo para hacer todo”. Lo que ninguno de los dos sospecha es que el tiempo está de su lado. Y les da la razón.
* Entrevista publicada en la revista Rock Salta N°24 (Octubre 2017)