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¿Somos los Salieris del Cuchi?

El rock salteño posee las claras influencias de los grandes, pero marca y planta su bandera de identidad cuando empieza a beber de las aguas de la música salteña. En este texto, se intenta reconocer esa raíz.

Quizás, a un oyente de rock poco familiarizado con la escena musical salteña podría llamarle la atención ver en vivo una banda como CalmaNiño y luego escuchar a su cantante, el Gnomo Sagárnaga, entonando -en una juntada entre amigos- la “Zamba del carnaval”, bella pieza de Leguizamón y Castilla. Del horror ska a la zamba salteña parece haber no sólo una distancia, sino un abismo.

Postales como la de recién son comunes en Salta, la canonizada tierra de poetas. De hecho, si hacemos un cuestionario básico sobre folclore y rock locales, lo más probable es que el seguidor promedio de bandas de rock salteñas (e incluso los mismos músicos) sepa más de folclore que de rock.

Muchos de los que aprendieron a pulsar una guitarra en Salta lo hicieron con alguna zambita de Yupanqui (“Luna tucumana” solía ser una de las primeras en los repertorios del aprendiz), y de ahí en muchos casos se fue dando el tránsito al rock. Incluso, más de uno que quiso dar los primeros pasos con las seis cuerdas con la idea de tocar rock, en los tempranos noventa, terminó estudiando en los gloriosos Talleres Jaime Dávalos, donde Juan Frank, Lito Nieva, Pancho Canavídez o Juan Yujra eran los profes; esos que más de un músico de rock de más de treinta años seguro conoce. Los espacios para acercarse directamente al rock no siempre fueron los mismos que ahora.

Ahora bien, el campo del rock generalmente suele negar al folclore, o al menos en la expresión cursi, pop y masiva (pensemos en Nocheros, Guitarreros y ese tipo de bandas), pero más que oposición es sólo actitud. Sólo hace falta que llegue el verano, Cafayate o algún pueblo del interior y con un tinto encima, nos sabemos todas las canciones. Ya lo dijo Ricardo Mollo: “un chalchalero no es un Rolling Stone”. Es en esos momentos donde aparece cierto sinceramiento, aceptando lo irrenunciable de ese bagaje cultural que existe en el ADN de los que habitan esta provincia.

Por otro lado, la necesidad tiene cara de hereje y no son pocos los músicos de las bandas de rock salteñas que estuvieron y siguen trabajando en grupos de folclore (sean “serios” o de esos que sólo buscan clonar a Los Nocheros). Ocurre que el circuito festivalero brinda al músico las posibilidades laborales que la movida del rock no brinda.

Pero ahora sí, cuando mencionamos a Gustavo Leguizamón, el asunto cambia y demasiado. No son pocos los músicos que lo ponen al Cuchi si no como una influencia, al menos como una importante referencia al hablar de música salteña. Pero más allá de las opiniones, explicita e implícitamente hay un importante repertorio de rock salteño que se mete con el folclore. Una de las primeras manifestaciones en ese sentido fue el grupo de jazz rock La Región, que a fines de los noventa tocaba una chacarera jazzeada de Daniel Tinte llamada “Cuchicheando”, toda una declaración de principios. Y así, en tiempos más cercanos, el mismo Daniel hizo un cruce explícito más que interesante, al menos en dos de sus discos: Noroeste Piano y luego el de la Incayavi Aymara Rock Band.

Invocación a los Pájaros, de Gardenia, manifiesta también una importante influencia en ese sentido. “Golem” sería la canción más obvia. LaForma hace lo propio con parte de su repertorio y suele tener como invitados un ensamble andino (charango y vientos) en cuanta ocasión puede. “Aymara”, de CalmaNiño es una canción importante, y no sólo por el ritmo de carnavalito que tiene sino por la letra, un gran inventario de signos identitarios de la región cultural.

La lista de cruces e influencias podría seguir, desde “El Tinku” de El Barco del Abuelo a los coqueteos con la comparsa de Gauchos de Acero o Anguila Macabra. Pero hay que detenerse en una canción que es paradigmática: a principios de la década pasada, los hermanos Corimayo (Horace y Bacalao) tenían un grupo, Airbag, luego devenido en Siddhartha Gautama y quizás su canción más conocida fue “La danza de los vilcas”. Y la pausa obligada viene porque en esa canción se reconocen algunos elementos de cruce que están muy bien planteados: en el medio de la canción hay un fragmento de baguala-vidala, luego da paso a un fragmento de comparsa, y cierra con una parte de huayno, retomando luego la forma original de la canción. Toda esta parte referida se canta a dos voces, tomando armonizaciones vocales en contrapunto, a veces disonantes, al mejor estilo Dúo Salteño. Para aplaudir de pie.

Una última imagen, en este caso es un recuerdo: en un festejo de cumpleaños, en la zona de la estación de trenes, hace más o menos diez años, Perro Ciego realizó el show más mestizo de su carrera. Los chicos invitaron al poeta Jesús Ramón Vera, junto a una comparsa y tocaron juntos un tema. Ver ese show, con los tambores y todo el plumaje en escena era escalofriante. En el mismo show, junto a Nelson Coronel (actualmente en La Renegona y por esos tiempos en El Loco Tito), hicieron una versión que mezclaba “Stirt It Up”, de Bob Marley con “Doña Ubenza”, de Chacho Echenique (miembro del Dúo Salteño).

Seguro que el tema no se agota en estas líneas, pero al menos puede servir para pensar un poco sobre el tema y plantear un poco el debate. El rock en nuestra provincia no es ni va a ser nunca como en el centro del país. Ahí está su riqueza y sus posibilidades. Así es el hibridaje.

Publicado en la Revista Rock Salta N°7, en noviembre de 2011.