Avellaneda, sábado 19 de diciembre de 1998
Todavía saboreo mi triunfo inicial. Haber conseguido los videos de Huracán fue un progreso fundamental, porque me motivó a seguir y me hizo dar cuenta de que no soy el equivocado para realizar la tarea. El éxito también me dio ganas de festejar, de recordar los orígenes de la historia, cuando era apenas un niño que recién comenzaba a tener noción de lo que significaba mi padre para el mundo.
Sonrío cada vez que vienen a mi mente las imágenes, tan particulares, pero muestras de la situación excepcional que vivíamos. En ese momento las sufría, pero hoy las entiendo.
Me hacía enojar que citaran a mis amigos en una estación de servicio, los subieran a la camioneta, los encapucharan y los trajeran a jugar a mi casa sin que se enteraran de mi dirección. Era una de las duras pero lógicas precauciones de papá.
Ir al cine también era todo un trámite. En mi familia ya es clásica la frase “¿tenés el pasaporte al día? Mirá que mañana estrenan Terminator 6”.
Un episodio memorable fue cuando mis compañeritos de grado y yo tuvimos que organizar y actuar junto a nuestros padres en el acto del 17 de agosto. A papá y a mí nos tocó interpretar “La Marcha de San Lorenzo”. El simple homenaje escolar se vio casi trunco y todavía recuerdo tener que trasladarnos hasta Puerto Madryn para realizar esa única canción ante 120 mil personas, que claramente no eran del colegio.
Pero lo peor creo que fue cuando, ya adolescente, me harté de cenar medallones de lomo con ensaladas caprese, averigüé (con un GPS) mi dirección y pedí una pizza por teléfono. Recuerdo haberle dicho a la que me recibió el encargo que el portón de la casa estaba abierto, que se mande nomás. Ese fue el error.
Me había quedado dormido esperando, mientras escuchaba el disco de Plum (una banda poco conocida de los noventa); cuando escuché los disparos, la ferocidad de los perros y los gritos desesperados del delivery.
Esa noche decidí aprender a cocinar.
Publicado en la revista Rock Salta Nº6, en el mes de octubre de 2011