Buenos Aires, martes 20 de marzo de 2012
Vine a visitarlo a papá, sin que me vea, a pocos meses del comienzo de su colapso. En estos días tormentosos empieza su desequilibrio. La revelación de que mi padre en realidad era un millonario sin escrúpulos, que se alegró con la mano dura que comienza a reinar en estos tiempos, me inquieta.
Si bien él siempre se jactó de haber ganado su dinero de manera legal, al conocerse que tenía 13 palos en el banco se le complicó mantener su postura de “artista independiente al que se le hace difícil” lograr tal cosa. Desde esa infame revelación monetaria, sus otrora fanáticos desangelados comenzaron a verlo como un burgués tentado por el ocio y la comodidad de los millones y se despegaron paulatinamente de su figura.
Eso ayudó a generar el colapso, pero, como Syd Barrett, papá sólo necesitaba una excusa para disparar su locura. Un detonador que apaciguara los sueños y despertara las alucinaciones, las fantasías menos permitidas por su inconsciente.
Además, la visita que Roger Waters (otro ex Floyd, nada casual) le hizo en Leloir durante dos domingos seguidos alimentó su megalomanía apagada y reprimida por la cultura de los pibes anti caretas, a la que temía en secreto.
La suma de esos hechos lo terminó de condenar: especialmente cuando lo vio a Waters actuando en The Wall. La escena en la que el músico dispara ráfagas de ametralladora sobre la audiencia lo terminó de fascinar, ya que siempre quiso hacer algo parecido… pero en serio: cada vez que volvía de un show multitudinario, lleno de guita, soltaba su costado más gorila.
En estos días pude apreciar ese colapso. Quizás, recuperar los videos retrase la clara enfermedad mental que poseía y pueda vivir sus últimos años en una inquietante paz.
Publicado en la revista Rock Salta Nº9, en el mes de abril de 2012