Colgada

Algo ha cambiado

Escupo un poema:

A veces quisiera tener un pene.
Soy una mujer que menstrua.
Hace 19 años ya
y todavía no se acostumbra.
A veces quisiera no menstruar.
No haber menstruado nunca.
Me gusta ser mujer.
La menstruación no tiene nada que ver con eso.
A veces quisiera tener un pene.
pero conservar mis tetas con las que amamanté a mi hijo.
Tener un pene para darle a los culos de mis amantes hombres.
Amo mi vagina 
Y le deseo la lengua
de esa chica que pasa
todos los sábados
a la 1 de la tarde.
Soy una mujer
Una mujer de ojos niñes
Un monstruo de canas largas.
A veces luciérnaga,
otras, colilla de cigarrillo.
Una mujer que menstrua,
que sangra.

Al frente mi compañera mira noticias en un portal de noticias. Nefastos titulares, nefastos los comentarios de gente nefasta en cualquier noticia. La que lee es sobre el último Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó en  Chaco. Lee y un inmenso murmullo dormita a la gente que va y viene en esta gran oficina. Santiago sigue sin aparecer.

Me pregunto qué pensará mi compañera que lee. Una vez la escuche decir que su perra era una perra feminista porque no le gustaban los nenes varones. Yo con cara de nada le escupí mi respuesta: el feminismo no está en contra de los hombres sino en contra del machismo. En ese momento pensé en qué me movía responderle. Por qué le contesto a cada persona que dice algo por el estilo. Voy escupiendo respuestas. Me pregunto si la gente sabrá algo de los encuentros nacionales de mujeres. Por lo general compran lo que leen en los diarios, lo que les dicen las noticias. Muchos miran la vida pasar por una pantalla. Yo también, no me voy hacer la boluda con eso, aunque también me tomo el tiempo de amargarme y dudar.

Por mi parte, la primera vez que fui al Encuentro Nacional de Mujeres fue en 2013. Viajamos a San Juan con mi amiga G en un bondi de Patria Grande. G conocía a las chicas y yo las había visto un par de veces en alguna marcha. Ninguna conocía San Juan. En Tucumán subieron unos chicos que iban a Mendoza al Encuentro de Varones Antipatriarcales. Todo muy tranqui. En el caluroso San Juan dormimos en el piso del pasillo de una escuela. No nos bañamos tres días.

Era la primera vez para todo. La primera vez que iba a los talleres, la primera vez que veía las plazas llenas de colores de diferentes agrupaciones. La primera vez que escuchaba discutir a una militante de las rojas. La primera vez que marchaba con una gran columna feminista. La primera vez que veía de adentro cómo se organizaban. La primera vez que veía cómo se cuidan las muchachas feministas, todas juntas y felices. La primera corrida. La primera vez que me ponía de cordón humano para bancar una marcha. Nos quedamos sin voz de tanto cantar. No me cansaba de ver a tantas mujeres todas distintas. El paraíso feminista. “Algo cambia en cada mujer que asiste al Encuentro”. Sí, algo cambia. Algo cambió ese viaje.

Con G siempre bromeamos sobre los días sin bañarnos, sobre dormir en el piso. Sobre todo eso que hicimos esos días para dejar de ser minitas. Lo dijimos tanto que G pensó una definición de minita: es la típica, el estereotipo de mujer tradicional. Minita es cuando queremos nombrar un comportamiento, actitud, sentimiento que nos retrotrae a la construcción social que se hizo de mujer. Por lo tanto, hace referencia a prejuicios y estereotipos en la manera de comportarnos. A veces somos minitas. Cuando escribo un poema a un boludo que no me dio bola o algo, es un poema minita. Y no es que no nos guste ni tampoco que nos encante ser minita. A mí me gusta el labial rojo. Rojo minita presumida. Rojo sangre menstrual. Pero también me lo pongo en la marcha, ¿se entiende? La cuestión es que mi ser mujer (y el de todas) no termina ahí. Es mucho más complejo y para eso están los encuentros. Y voy a ser obvia: los encuentros nacionales de mujeres están para discutir todo lo que viven, para marcar agenda feminista. Para abrazarse y salir a luchar.

No es ahí cuando me consideré feminista. Vuelvo hacia atrás y pienso en el momento exacto y un poco se me escapa. Y no soy una estudiosa de los feminismos. Pensarme feminista fue cuestionar la mujer que soy todo el tiempo. Qué mujer fui y qué mujer quiero ser. Digo feminista y lo digo tranquila. Lo digo bien. Combativa y hasta cariñosamente. Me encanta decirla aunque no recuerde cuándo la escuche por primera vez. Y qué loco que para algunos sea una palabra extraña: feminista. Prefieren disfrazarla diciendo “un toque feminista” o el simpático (?) feminazi. Qué loco que todavía tenga que escupir explicaciones: no, feminismo no es machismo al revés. Y no, este año no viajé (Macri gato) pero todas estábamos ahí.

Ese primer viaje reafirmó lo que se venía gestando hace mucho en mí. Eso que tardó 27 años en aparecer. Porque no mucho antes de ese momento yo me había comenzado a preguntar cosas. Y no, no me da vergüenza decir que tenía 29 años la primera vez que fui a un Encuentro Nacional de Mujeres. Ojalá aparezca en todes ese gritito de adentro que nos hace despertar. Desperté y noté la mujer que soy y pensé y deseé y, aún, construyo la mujer que quiero ser. Porque todavía no sé quién soy ni cómo terminaré. Soy un monstruo de ojos niñes. Una mujer que se pinta los labios, que menstrua, que sangra.

Publicado en la revista Rock Salta Nº25, en el mes de noviembre de 2017