Coberturas

Monos cordobeses

Los Arctic Monkeys dieron un show histórico en el centro del país. El imponente Orfeo se vistió del mejor rock inglés de los últimos años y contó con la inmejorable apertura de los desaforados The Hives.

Fotos gentileza de En Vivo Producciones

Después de algunos histéricos rumores y especulaciones, finalmente los Arctic Monkeys aterrizaron en la Docta en una fecha que elevó la vara de manera increíble. En uno de los mejores estadios del país para ver música en vivo, la posibilidad de recibir a la banda inglesa en su mejor momento (sin que esto signifique encapsularlos ni condenarlos a años venideros llanos) sonaba muy tentadora, y su set estuvo a la altura de las circunstancias.

Desde muy temprano se comenzó a apreciar movimientos en torno al Orfeo, y si bien hubo algunos malentendidos de producción que no le permitieron a los locales Odoghan abrir la fecha, el público respondió de manera favorable a la cita para el momento de apertura de The Hives, a las 20. El proceso de ingreso era súper fluido y constante.

Apenas diez minutos después de la hora pautada, las luces se oscurecieron, se iluminaron los ojos rojos de la figura gigantesca que ilustraba el telón de fondo (en una suerte de desquiciado titiritero), y el grito ensordecedor del público comenzó a dejar oír el memorable tema de la película Tiburón. De repente, el suspenso crecia en forma de vientos y contrabajos entrecortados, violines que asechaban lentamente mientras elevaban las frecuencias hacia lo más agudo que puede soportar un pelo sin erizarse, y ese fue el momento ideal para la salida presurosa de los suecos a escena. La batería aceleradísima indicó que la intro vendría con «Come on».

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Pese a las complejidades alámbricas que gustan mantener, los hermanos Almqvist estuvieron hiperquinéticos a lo largo de todo el escenario, y pusieron a prueba a los plomos ninjas que custodiaban sus pasos de manera sigilosa, mientras se divertían e interactuaban con el público. El pie del micrófono era revoleado a cualquier lado, pero se reponía de manera casi mágica en la parte trasera de la línea de ataque, junto a los amplificadores. Lo mismo para el guitarrista Niklas y su afán de lanzarse contra la valla cada dos temas. El cable era un reel que lo traía de vuelta a su posición aunque no la mantuviera por mucho tiempo.

“Los magníficos Hives están en el escenario”, decía Pelle en un tierno (aunque de a ratos un tanto bochornoso) español, manteniendo esa actitud parlanchina durante todo el set. Los momentos más álgidos fueron, sin dudas, «Tick tick boom» y «Walk idiot walk», donde el cantante resaltó la gracia argenta de corear los riffs. Con «Two kinds of trouble», uno de los temas nuevos que están tocando en esta gira (el otro es «I’m alive») equilibraron el set garage con un poco de tonalidad punk, apoyando una viola californiana que se abría paso sobre un colchón de palmas del público.

Lo suyo duró una hora reloj, y el trato fue más que justo para coronar una presentación perfecta donde no hubo ninguna clase de reproches. El cierre, como se esperaba, fue con su imbatible «Hate to say i told you so».

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El escenario se vaciaba en un trabajo de hormigas, donde una multitud de lemmings levantaban y acarreaban cosas en todos los sentidos, de manera que se pudiera cumplir la media hora estimada de espacio muerto entre bandas. Lo lograron con creces, y el clima intimista e imponente se garantizaba con grandes columnas traseras de luces, y una estructura enorme que reflejaba el diseño conceptual del último disco de Arctic Monkeys, donde una onda modulada en amplitud se trazaba sobre un fondo negro.

A las 21.40, la banda de Alex Turner largó su show con «Do I wanna know?» y «Snap out of it». La campera oscura y el pelo cuidadosamente engominado realzaban la figura de frontman completamente seguro de lo que hace, algo que encontraba respuesta inmediata en un dominio fabuloso de posición, acompañado por los coros melódicos de Matt Helders (paradójicamente esbozados mientras destrozaba la batería). El impacto de la primera impresión era demoledor, y la solidez de la puesta en escena deslumbraba. La lista seguía y «Arabella» mantenía el tren de presentación del disco que los trajo de gira a Sudamérica, aunque inmediatamente le salió al cruce el primero de los clásicos: «Brainstorm».

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El cuarteto ofrecía una capacidad interpretativa conmovedora y poco diálogo en general, convirtiéndose en quinteto o septeto según ameritaba la ocasión, con la incorporación de otra guitarra, teclas y algún respaldo percusivo. «Don’t sit down ‘cause i’ve moved your chair» y «Dancing shoes» volvieron la cosa completamente taquillera, y el cambio de ritmos mostraba que aún quedaba mucho por ver.

Con respecto a la lista de temas, no hubo grandes variaciones en relación a lo que los monos vienen haciendo en la gira, especialmente si se la compara con los shows de Buenos Aires y Colombia, pero las casi nueve mil personas que colmaron el estadio recibieron una interesante dosis (con sus respectivas desproporciones) de los cinco discos de la banda, desde el hit radial «I bet you look good on the dancefloor» hasta «Crying lightning».

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El tono romanticón que la noche pedía estuvo cubierto en distintos tramos por «No. 1 party anthem», en guitarras acústicas, el coqueteo pasajero con «Mardy bum» antes de terminar el show, y la versión intensa de «505» antes de cerrar la primera seguidilla de 17 canciones. La vuelta con los bises llegó sin demora ni falsos amagues, y dos pelotas espejadas a los costados del escenario tiñeron todas las paredes y el techo de un ambiente cósmico y multi estrellado. «One for the road», «I wanna be yours» y «R U mine?» dieron el cierre definitivo para una noche que será recordada por muchísimo tiempo. 

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