Discos

Eterna Risa: el nuevo disco de Bruno Arias

Bruno Arias lanza su quinto disco solista, acaso el más rockero de su carrera.

En los últimos años, y sobre todo durante el gobierno de Macri, la figura pública de Bruno Arias abandonó cualquier apariencia de prescindencia política. De hecho, fue una de las voces que agitaron contra MM en cada uno de sus shows, con consignas del tipo: “…a ver ese pogo andino/el que no salta el amigo del gato!”.

Sin embargo, más allá de cierta tentación en ver ahí un artista que disfraza su sequía con consignas y adhesiones a causas, la realidad muestra lo contrario, o más bien un complemento: un músico que disputa el sentido de lo cotidiano mientras sigue componiendo, grabando y mostrando material nuevo, algo que no es tan común en la música de raíz folclórica actual, más propicia a reversionar eternamente las mismas canciones de siempre.

En líneas generales, la apuesta musical de Eterna Sonrisa (2020) va de la mano de una banda grande, con la formación estandar, con base rítmica (bajo, batería, algún bombo legüero por veces muy presente) a lo que se suman teclados, charango, guitarra eléctrica, vientos andinos y violines. Salvo «Misa de Cangrejillos», un instrumental del gran Ricardo Vilca y «El pueblo unido», himno setentista de los chilenos Quilapayún (que Bruno incorporó a su repertorio en homenaje a las luchas populares de Bolivia, Chile y otros países latinoamericanos en 2019), los restantes once temas del disco son nuevos, o al menos con poco rodaje. Quizá podríamos sumar a la lista un fragmento de «Te voy a contar un sueño», de Jacinto Piedra, en el track «La espera» que -casualmente- tiene mucho de homenaje al gran cantautor santiagueño.

Además de esto, es interesante destacar el gran trabajo musical que tiene el disco, en la orquestación, los arreglos y cositas extras que antiguamente solían denominarse como folclore de proyección. Vale la pena detenerse, en esa intersección entre forma y contenido.

Sugiero especialmente, detenerse en tres canciones:

1. «En Maimará» (de Ricardo Di Clemente), acaso mi favorita, con esa intro tan a lo Djavan (quizá mi músico brazuca favorito), que luego deriva en tinku carnavalero y cierra con un freestyle que habla de la salchipapa, no sin haber mencionado “la unión obrera” que se hace lugar en… ¡Maimará! Se notan las manos del gran Javier Lozano, que pasó por las filas de Luis Salinas y es uno de los grandes tecladistas de la música popular argentina de las últimas décadas. En la batería está de invitado Jota Morelli. Si no sabes quien es, Google it.

 2. «Río de Cholitas» (en coautoría con Federico Toledo) es sencillamente bonita. Una sayita (Huayno Caporal) con intro en violines y vientos andinos, síntesis acaso de la multiculturalidad jujeña y muestra de la precisión orquestal de la banda. Párrafo aparte, da gusto oirlo a Becho Riveiro tomando la primera voz por momentos, todo un acto de justicia poética para quien es y ha sido uno de los cumpas musicales históricos de B.A.

3. «Sahumaditos» (en coautoría con Joaquín Storni y Pachi Alderete), es un huayno, y recuerda la vieja descripción que el Cuchi (¿viste una llama trotando? ¿te subiste a un Citröen?) daba como instrucción para aprehender el ritmo. Me gusta, porque sin restarle a la cadencia tiene una onda más instrospectiva, en sintonía con el Agosto andino, de sahumerios, Pachamama y ciclo agrario. La línea del bajo, a cargo de Leo Villagra (otro “mostro” que supo alternar en las filas de la banda de Lito Epúmer), el canto de Ángela Irene (una cantante con más de 40 años de trayectoria) y el cierre en plan coplero (con Marita de Humahuaca, y Jesica Carrasco, entre otrxs) completan el asunto.

No suelo detenerme en discos de folclore. Salvo honrosas excepciones, la monotonía que trasunta en sus expresiones masivas, espanta. Este disco se deja escuchar muchas veces y, parafraseando a un conocido colega comunicador de rock local, vaya si da sed escucharlo.