Salta, domingo 6 de mayo de 2012
“Señor, señor –le dije al hombre de la puerta que cortaba las entradas-, ¿no empezaba a las 19 el concierto?”. El tipo (joven, apenas más grande que yo) me miró con cara de perplejidad y soltó un lastimoso “así es esto”. Eran más de las diez de la noche y el show de la banda salteña que quería ver aún no arrancaba.
Me encontraba solo en una ciudad desconocida. Para colmo, ya había consumido casi todo mi presupuesto en cervezas que aplacaran la desazón por el desplante rockero. Hablando con una chica en la barra me enteré de que acá en el Valle de Lerma todo es así, “espontáneo”, por llamarlo de alguna manera.
“En realidad la gente llega tarde y por eso se atrasa todo; pero el del sonido tampoco es puntual y los músicos son unos colgados”, me dijo la muchacha, ataviada en un look rollinga que me acostumbré a ver desde que vine a esta tierra norteña, hace dos semanas, buscando los inicios de la banda de papá.
Conociendo que en la década del setenta Salta había servido de lugar fundacional para la banda de papá, decidí caminar sus calles, conocer a su gente y brindar, durante dos semanas, el Ciclo Ricotero Reivindicador De Carlos Alberto, Necesario Tras El Agravio Injusto Promovido Por Mi Tío Edu; Que Se Quedó Con Los Videos Y No Los Devolvió.
Armé entonces las charlas, esperando un gran debate del palo que me ayudara a entender lo que había pasado; pero tuve algunos inconvenientes: el nombre fue poco entendido y la gente no asistió en el número que yo esperaba. Además, el bar que había elegido (y pagado por el uso sus instalaciones con anticipación) cerró sus puertas tras una clausura inexplicable de la Municipalidad.
Realmente, no sé a qué carajo vine a esta ciudad. Tendré una máquina del tiempo, pero los días perdidos no volverán.
Publicado en la revista Rock Salta Nº12, en el mes de octubre de 2012