En su disco debut, el grupo se alimenta de influencias globales y ofrece media hora intensa de conexión terrenal.
Cuando el disco de Chimbe comienza el mundo se vuelve oscuro, con tonos azulados. Toda referencia a la vida cotidiana se desvanece. La música tapa la posibilidad de conexión con el presente y nos deposita en un espacio incierto que no responde a una sola dimensión ni a un solo tiempo. Inquieta y atrae con la misma intensidad.
El disco se publicó en noviembre del año pasado. La banda se alimentó de influencias globales, del folclore latinoamericano a los sonidos orientales, el rock y la electrónica, para construir un trabajo que pone al hombre y su relación con la tierra como principal concepto. Es música que muestra una salida a este presente devastado.
Mucho tuvo que ver la búsqueda personal de Andrés Fortunato, líder del grupo, aunque él prefiere considerarse algo así como un director de un proyecto que incluye voces diversas.
“Desde chico tuve la suerte de poder viajar mucho por el mundo con la música. Desde la investigación académica, con orquestas, con instrumentos ancestrales también, entonces tengo un trabajo muy fuerte de investigación sobre los instrumentos étnicos de América y del mundo. Eso me llevó a visitar y eventualmente convivir con comunidades, tribus de todas partes. Oceanía, China, Sudáfrica, los países árabes, Amazonas, Perú, México. Realmente es una vida rara la que llevo (risas)”, cuenta Andrés al explicar esa fascinación que siente por lo que podríamos llamar “ancestral”, sonidos, referencias y culturas que parecieran no tener peso en la nueva normalidad.
“La verdad que al viajar tanto lo que descubrí es que todo eso no se terminó. Porque siempre se habla de la ancestralidad, del respeto por la naturaleza, de lo ceremonial como algo de un tiempo pasado. Pero lo que experimenté es que sigue vivito y coleando en todo el planeta. Que hay una tendencia de los medios de comunicación, de las redes, de las grandes capitales del mundo a decir que estamos en una especie de progreso y evolución donde todo eso es arcaico y no sirve. Pero, oh casualidad, estamos en una pandemia (se ríe) en donde las grandes empresas y toda esta visión del mundo han tirado tanto de la cuerda que ni siquiera sabemos por qué razón estamos ahora encerrados en nuestras casas y tratando de no contagiarnos. Así que es una especie de postura nuestra, de mensaje”, explica.
Ese mensaje llega con mayor contundencia a través de las canciones, que son muy visuales, no sólo desde las letras sino desde la construcción de los climas y sonidos que poseen. Temas que pueden ser interpretados por coros cavernosos, como sucede en “Sembrador” o en “Madre de la lluvia” (con Carca), piezas que se podrían relacionar con el trabajo de otros artistas actuales, como Shaman Herrera. Pero también con Pink Floyd: «Canto para la Picadura de Culebra» suena como una revisión todavía más psiquiátrica de «On the Run», aquel fragmento alucinado incluido en The Dark Side of the Moon.
Andrés está convencido de que el grupo puede apuntar hacia una realidad que por más lejana que parezca no es imposible. “Sería ridículo decir que volvamos a vivir en aldeas hechas de barro y paja, pero sí por ahí se puede llegar a escuchar a estas sabidurías ancestrales y construir un futuro un poco más amigable para los que estamos”, dice.
Pero no todo es ancestralidad. Más allá de algunos instrumentos utilizados, la tendencia no es novedosa en el mundo del rock. “En las grandes bandas eso está. En los Doors todo el tema del chamanismo aparece. En Zeppelin hay un concierto con una orquesta egipcia”, dice Andrés, que prepara la presentación en vivo del disco para algún momento posterior a la pandemia, o cuando las condiciones lo permitan.
“Estamos terminando de cerrar el formato en vivo para intentar salir a presentarlo -dice-. Es como una puesta un poco más de espectáculo, además de la música. Tiene una cuestión visual, performática, instrumentos muy llamativos combinados con los instrumentos modernos del rock y la electrónica. Que sea como ir a vivir un ritual donde el público va a tener su interacción. La idea también es separar un poco ese límite entre el escenario y la gente. Una realidad alternativa”.