Foto: Nacho Arnedo - Facebook Divididos
Entrevistas

Divididos | “Cualquier cosa suena mejor que Spotify”

Hablamos con Ricardo Mollo antes de los recitales en Salta y Tucumán. El próximo disco, la conexión con nuestra región y la constante necesidad de aprender.

Este jueves 22 de junio, Divididos volverá a subir a un escenario salteño. El recital será en el Estadio Delmi. Dos días después, el sábado 24, el trío hará lo propio en el Club Central Córdoba de Tucumán. Eso significa que Ricardo Mollo tendrá un día libre para poder escapar hacia Tilcara, uno de sus lugares en el mundo. El cantante y guitarrista demostró la devoción hacia esas tierras en Amapola del 66, el último disco de Divididos con canciones inéditas, publicado ya hace trece años y presentado en una noche inolvidable de marzo de 2010. En 2020, el documental Un poco más abajo del cielo mostró aún más la conexión que Mollo tiene con la pequeña localidad jujeña.

“Yo me iba un sábado a la madrugada, con el vuelo que sale a las cuatro de la mañana de acá, de Aeroparque. Llegaba allá y me quedaba hasta el domingo a la noche. O sea, era un ratito de ir a caminar, subirme, estar solo ahí arriba”, dice Mollo ahora en su casa, justo antes de un nuevo regreso al NOA. El último fue en abril de este año, también en Tilcara. Ese día, la banda compartió la proyección del documental en el mismo lugar donde había presentado Amapola… en 2010. Y Mollo, por supuesto, aprovechó para caminar y perderse dentro de sí mismo. “Dije chau, me voy, y me escapé. Por eso fuimos un día antes. Para que armemos todo, pero porque yo necesitaba ir a mi lugar y quedarme solo un rato viendo la inmensidad. Para mí hubo una revelación muy grande, entonces es volver a ese lugar a agradecer”, cuenta.

Ahora, entre conciertos por todo el país y luego de un show multitudinario en la cancha de Vélez, Divididos trabaja, como siempre, para aceitar todavía más la máquina de rock imparable que es desde que se quitó la mochila de Luca Prodan y pudo encontrar su propia personalidad. Una banda única en la escena, capaz de estar más de una década sin disco nuevo y aún así sonar con frescura. Cualquier escéptico es convencido cuando Mollo se une a Diego Arnedo y a Catriel Ciavarella arriba de un escenario para volver a hacer lo mismo de siempre como si fuera la primera vez.

Divididos en Tilcara. Foto: Facebook Divididos.

¿Cómo te quedaste con todo lo que fue el show en Vélez?
-Por suerte no hubo nada raro. Es muy extraño que no pase algo fuera de lo programado en un evento tan grande y sin tener tanta experiencia, porque imaginate que el último fue hace treinta años. Pero bueno, evidentemente acumulamos un montón de cosas como para ponerle la impronta a cada una de las partes, que fue un poco lo que sucedió. Eso que contaba en un momento de la importancia de estar en el momento del armado, de la interacción con las personas que están acompañando ese proceso desde la puesta del piso a las luces, a la estructura del escenario, viste. Y tener interacción con ellos hace que después toda esa energía quede ahí impregnada. Así que el resultado fue muy lindo. Lo tengo en mi cabeza como, salvando las distancias, el día que fui a ver a Luisito Spinetta y las Bandas Eternas en Vélez, justamente. Sentí esa misma sensación de armonía entre la gente y todo lo que pasaba. Fue como una noche ideal. Me fui de ese lugar con esa sensación. En ese momento era «qué bien que estoy». Y después de muchos días dije claro, lo que pasa es que mi sensación volvió a ese momento tan lindo del encuentro con Luis en las Bandas Eternas, así que hice un pequeño paralelismo con eso.

Lo que más repercutió fue la invitación a La Renga, que fue no solamente un hecho artístico sino también un gran gesto político sin decir demasiado. ¿Cómo lo ves ahora?
-No, yo lo veo como un gesto de familiaridad. Porque político, después empiezan todas esas especulaciones que no suenan, que no tienen acordes, y que se refieren a cosas que están fuera de la relación con ellos, que es de hace muchos años. Yo los conozco a los rengos desde que trabajamos con Despedazado por mil partes. De hecho tocaron una canción de ese disco («El final es en donde partí»), y de hecho tocó él (Chizzo) con la guitarra que yo le presté para grabar ese disco. O sea, había toda una cosa emocional muy linda, que la verdad no la quiero empañar con un tinte político, que tiene una relevancia pequeña al lado del momento donde te encontrás con compañeros de ruta cediéndoles tu escenario y que la gente los reciba de esa manera. O sea, fue explosivo lo que pasó. Sube La Renga y la gente se puso feliz. Entonces, para mí ahí está el verdadero resultado.

Bueno, pero es un poco inevitable pensar en ese gesto político. Y muchas de las reaccionas han sido ésas: que por algo La Renga subió cuando no puede tocar tan seguido en Capital. Fue un gesto más allá de la sensación de ustedes.
-Sí, sí. Es un gesto amistoso de decir che, acá están los rengos, van a tocar un tema. Y fue festivo como pasaba a veces, cuando empezábamos en los bares, que venían amigos, o yo iba a algún show, y decían vengan, toquen, y terminabas intercambiando instrumentos. Y la verdad que como la idea inicial era tratar de replicar un Teatro de Flores en una cosa de una magnitud demencial para lo que es Flores, entonces se replicó hasta en esa filosofía.

-¿Y a vos qué te gusta más? ¿El pequeño Teatro de Flores o seguir tocando en estadios si así se pudiera? ¿O te da igual?
-El asunto es que las cosas sucedan. Como sucedió en Vélez y como sucedía en Flores. A mí me encanta tocar en Flores porque volvés a esa situación de la interacción cercana. Pero logramos eso en un lugar muy grande que no creo que se vuelva a repetir pronto. En septiembre tocamos en el Movistar Arena y eso, pero no pierdo el corazoncito de seguir yendo a Flores, obviamente.

-Otra cosa que hicieron hace poco fue ir a Tilcara a ver el documental de aquel paso en 2010. ¿Cómo viviste esa proyección con la gente ahí cerca de nuevo?
-Otra reflexión de un momento mágico. Porque ahí hubo una magia hasta con el servicio meteorológico (se ríe). No le faltó condimento a eso desde lo emocional, a lo épico de seguir tocando bajo la lluvia. Tenía tanto condimento lindo que llegó el momento de soltarlo. Viste que hay cosas que en un momento decís bueno, ya está, soltemos. Lo despedimos. ¿En dónde? En donde fue. En un momento fue muy loco ,porque estás como en el pueblo, ¿viste? Y lo que sucede son cosas de pueblo. Entonces estaba ahí, viendo cómo armaban y se acercaban las personas a charlar. Y algunos a rememorar el momento que pasó en aquel encuentro en el 2010. Y en un momento teníamos que salir del predio pero estaba entrando la gente. Yo iba en una camioneta y se trabó todo, porque claro, el paso era de dos autos, pero había gente caminando de los dos costados y autos estacionados. Entonces colapsamos y quedamos ahí, parados. Entonces bajé la ventanilla y empecé a saludar a cada uno de los que iba hacia el lugar (risas). Así que fue un encuentro muy cercano, además de la proyección. Fue una interacción con la gente. Un momento de verdad muy lindo, muy feliz.

-Tilcara fue la presentación de Amapola, que hasta ahora es el último disco de estudio de temas inéditos. ¿Cuándo viene un disco nuevo de Divididos? ¿O con singles alcanza?
-Está pasando eso, que la inmediatez y la falta del objeto… O sea, hay cosas que extraño mucho. Extraño mucho el objeto. Extraño mucho el disco, qué sé yo. Perdón, eh (Se para y vuelve con el vinilo de Wish You Were Here, de Pink Floyd). Extraño mucho esto (se ríe). Extraño los formatos que tienen para mí una connotación emocional muy grande. Porque además de la música es lo tangible, que es una cosa que se está perdiendo gracias a la virtualidad. Terminamos hablando por una pantallita, yo termino escuchando música en este teléfono, y es como que no queda nada. No queda esa cosa a la que por lo menos yo estoy acostumbrado por edad, por lo que viví. Entonces, nosotros sacamos varios temas así, en este formato single, si querés llamarlo. Ahora salió el «Saltarín», que es otro tema que corresponde a todo este trabajo que estamos haciendo. Ahora, en lo inmediato, hay varios temas que ya están medio terminados, pero siempre te queda la desazón de decir «¿Qué hago con esto?». ¿Un CD? Si ya la gente no tiene el aparato reproductor. Un par te dice «no, yo sí lo tengo». Pero hoy la gran mayoría tiene plataformas donde tienen millones de temas en un celular. Entonces, lo que nos queda como refugio, que eso sí hay que sostenerlo, es el vinilo. Que es una manera de conectarte con tu esencia y con las cosas que a mucha gente la sensibiliza. Así que en algún momento va a aparecer un disco nuevo, si esa era la pregunta (risas).

-Y la segunda es cuándo.
-No, yo a la ansiedad la abandoné hace tiempo. Saldrá cuando terminemos los temas y estemos conformes con lo que hay. Porque como no hay una presión interna… La presión externa es relativa, viste. La presión más importante es la interna.

-O sea que salga cuando salga, el disco saldrá en vinilo, no en CD. Eso ya parece una decisión.
No, no es una decisión, es entender si eso es posible, si no se perdió el formato definitivamente. No te olvides que de un año a otro las cosas cambian de una manera muy vertiginosa. Y de un año a otro las cosas vuelven también de una manera vertiginosa. Hoy se está hablando del casete y ya empezó mucha gente a ver con ternura el CD. Entonces yo no sé qué va a pasar. Lo único que sé es que cualquier cosa suena mejor que Spotify.

-Ustedes al principio de la banda sacaban un disco cada dos años. ¿Qué pasó que antes podían componer más rápido y ahora se toman otro tiempo?
Quizás teníamos más tiempo de reflexión. Siempre me acuerdo de Fiona Apple, que hizo un disco hermoso y al año siguiente tuvo la presión discográfica de tener que sacar otro disco, que la llevó a hacer un disco que no la dejó muy convencida. Y a la vez eso se trasluce, porque cuando vos escuchás el primer disco y el segundo decís «¿Qué pasó acá?». Y… el apuro. Entonces, la verdad que ser esclavo de eso o pensar que en un momento nosotros hacíamos un disco cada dos años… Y bueno, qué bueno que en ese momento hicimos un disco cada dos años. Hoy las cosas que pasan son otras, entonces estamos viviendo y disfrutando de otras cosas que no tienen que ver con la novedad.

-Una vez Gillespi dijo que ustedes pueden componer la música de un montón de temas muy rápido, pero que las letras les cuestan mucho. ¿Es así?
Es así (risas). Las letras salen, lo que pasa es que a veces es el momento de la sincronicidad. Porque a las letras las componemos con Diego. Nos juntamos en una mesa y empezamos a hablar de nuestras vidas y a hablar de las cosas que nos pasan y terminamos encontrando una reflexión. A partir de esa reflexión desarrollamos la letra. Es un poco lo que paso con «Cabalgata» en su momento, lo que pasó con «Insomnio». Te estoy hablando de los temas que ya compusimos, que ya están ahí. Pasó con «Mundo ganado» y también con los otros que todavía no salieron y están esperando. Están esperando también eso: cómo resolvemos el tema de las formas en que salen. Para que no sigan saliendo así, dispersos.

-¿Y la idea de regrabar los discos anteriores quedó en 40 dibujos o puede salir otro?
Sí, puede pasar, puede pasar. Hoy estamos tratando de terminar estos temas nuevos, que ya de por sí están bastante formateados. Tenemos tres o cuatro ideas musicales que no tienen letra, que ahí es donde viene esto que comentaba Gillespi.

-¿Cada cuánto se juntan por semana?
Seguimos teniendo una regularidad de martes y jueves.

-¿Y cómo trabajan su propio material en esos ensayos, teniendo tan aceitado el trabajo? ¿En qué hacés hincapié para que la banda siga sonando como suena, o aún mejor?
En la intuición. Es muy difícil racionalizar eso. Es lo que baja. Siempre pasó eso. Ayer me pasó que se me ocurrió una melodía a partir de un grito que hizo alguien en la otra cuadra. Estábamos ahí, en el ensayo, y escuché en una obra en construcción a alguien que gritó dos notas. Me quedé con esas dos notas y empecé a armar una melodía. Dije «no me la tengo que olvidar, no me la tengo que olvidar». Paf, me la olvidé (risas). Y sí, pasa. Pero a veces estamos tocando y a partir de un acorde, a partir de un sonido, me baja una melodía y empezamos a trabajar sobre eso. Otras veces estoy acá en casa y agarro una guitarra y también sucede eso. Pero no es «hoy voy a componer una canción». En un momento lo hice. Me encerraba todos los días y tenía que componer una canción. No importaba si era buena, mala, lo que sea. Era el ejercicio de componer. Que es un poco lo que le pasa a mi cabeza todo el tiempo. Yo estoy caminando y se me ocurren cosas. A veces las puedo plasmar y otras veces no.

-Hace poco se cumplió un año del fallecimiento de Kiling Castro, su histórico mánager. ¿Cómo lo recordás? ¿Cómo se manejaron desde entonces?
El manejo técnico se arregla. Lo que queda es la sensación del amigo que se fue. Yo tenía una relación, que la tengo (se ríe) con él desde el año 74. Toda una vida pateando juntos. Y eso es lo que te queda. Lo recuerdo siempre con una sonrisa. Lo hablamos con Diego y siempre que lo hablamos es volver a sonreir, porque era un tipo muy gracioso, además. Era entrañable.

-¿Hay algo que aprendieron de él que todavía aplican con la banda?
Sí, qué sé yo. Nos criamos juntos, o sea que hay códigos que fueron llevando a un lugar inalterable. Empezás a manejarte con esos códigos. Es un poco la filosofía que tomamos de nuestros referentes. De Luisito Spinetta. Una manera de comportarse que uno comparte con los amigos y coincide en que la vida va más o menos por ese camino. Haciendo el tuyo, pero teniendo en cuenta que hay pares que van por ese camino. Entonces, lo que queda del bigotudo es eso: las horas caminadas, los momentos vividos de grandes cosas, de pequeñas cosas. De momentos de resolver, conflictivos, donde estuvimos siempre ahí, cuidándonos las espaldas.

-Hablando de amigos que ya no están, hace poquito inauguraron una estatua de Luca en Hurlingham. ¿Te enteraste?
(Se ríe) Sí, me escribieron y yo repliqué en Instagram porque todo eso está hecho con mucho cariño. Es muy loco que el tano termine ahí en Hurlingham. Las vueltas de la vida, alguien que nació tan lejos de acá. Y eso me pone muy contento, porque en tan poco tiempo ha dejado una huella muy linda.

-Y hay otra estatua de Sokol.
Sí, bueno, pero Sokol es local, y es merecido. Porque Ale también era otro tipo que irradiaba un estado de ánimo hermoso. Lo que pasaba para afuera era lindo. Alguien que lo ves y te saca una sonrisa son las personas que vos tomás y que quedan ahí en el lugar de decir «es por acá el camino».

-Mientras decías esto estaba pensando en la letra de «Amapola del 66». En eso de la ingenuidad del rock, una cultura que te marca una manera de pensar, pero al mismo tiempo es comida por la industria y está llena de contradicciones. Sin embargo, uno puede rescatar cosas para moverse. ¿Es así?
Es que la ingenuidad tiene la posibilidad de acercarte a la percepción. Entonces ahí es donde el alma está pura. Después viene todo lo otro, que uno tiene que aprender a sacar el escudo y la espada, no para atacar sino para defenderse de esas cosas. Un poco la filosofía de las disciplinas chinas o japonesas que hablan de eso, del arte de la defensa. Es estar preparado para lo otro, pero no perder eso. No perder esa cosa que te lleva a tener contacto con la intuición o con el niño que vive adentro tuyo. En general tiene que ver con eso, con mantener vivo a ese ser que vive dentro tuyo.

-Recién mostraste el vinilo de Wish You Were Here y me preguntaba si de ahí viene todo eso. No de ese vinilo, sino de todo lo que representa. Yo asocio esto que hablamos con esa formación. Esto de invitar a La Renga, los compañeros, Kiling, Luis Alberto. Un mundo, un imaginario. Una escena que está conectada.
Total, claro. Es la filosofía que uno elige. ¿Cómo quiero mi vida? ¿Por dónde me voy a manejar en esta vida? Y hay muchos caminos. Cuando te encontrás con pares. Cuando yo era chico y te encontrabas con alguien con el pelo largo, decías «ah, hay otro». Éramos pocos. Te mirabas y había un gesto de complicidad con esa persona que no conocías pero que había elegido un camino parecido al tuyo. Y después eso se va manteniendo a través de los años. Y lo loco es que hoy, con el pelo corto, porque no me crece así, largo como me gustaría, seguimos pensando de la misma manera. Con Diego seguimos hablando como si no hubiera empezado la década del 80.

-¿Te sentís de veintipico en tu cabeza? ¿Con esas ideas?
Te diría que menos. Me siento de cuatro años (risas).

-Con todo por delante.
Sí, sí. Si vos me preguntás y querés ir al fondo, sí. Cada uno tiene una edad de su niño interior. El mío tiene cuatro años. Es un ávido, es una esponja que está esperando absorber cosas del mundo para discernir y quedarse con lo que más le haga bien. Yo sigo con ese temperamento.

-«Un niño nace» todos los días.
Es que más o menos es así, como decía la canción. Yo toqué en esa canción.

-El ukelele.
Exacto. Mirá qué loco: voy a un estudio de grabación, invitado por Luis, porque para grabar ese disco, La la la, yo le presté una guitarra. Me llama y me dice «¿No tendrás una Stratocaster para prestarme?». Entonces le llevé algo que yo sabía que le iba a gustar, que era una guitarra que le había puesto un mango de Roland, que es más plano, tiene un radio menor. La llevé y le encantó. Entonces me dice «Mañana vamos a estar en ION, si querés venir». Entonces fui. Yo andaba todo el tiempo con un ukelele y estaba (en el estudio) escuchando la canción. Me fui para adentro de mi mismo y me puse a tocar una melodía sobre eso. Y creo que fue Fito que me dijo «Che, está bueno eso que estás tocando». Y yo me quedé como diciendo «uy, me metí donde no tenía que meterme» (risas). Y me dice «¿No lo querés tocar?». Entonces me metí en el estudio, me pusieron un micrófono y grabé ese pequeño instrumento dentro de una atmósfera de sintetizadores. Viste que la canción tiene naves, como decía Luis. Las «naves» eran esos colchones y sintetizadores que se formaban generando ese clima. Y dentro de ese clima de naves electrónicas aparece un instrumento pequeño de madera.

-Muy loco, porque en Sumo no lo usabas.
-Sí, lo llevaba de viaje.

-Pero en los discos no.
No, no. Me acuerdo bien: el ukelele me lo prestó Jorge Crespo, que ahora es mánager de Las Pelotas y que fue compañero de ruta en la época de Sumo. Me dijo «Me dejó un amigo este ukelele», que era hermoso. Y se lo pedí prestado. Entonces lo llevaba y estaba todo el tiempo tocando cositas. De hecho el «Camarón Bombay» nace con ese ukelele. Nace en Chile, en una vuelta que pegamos yendo a tocar a la Quinta Vergara, en Viña del Mar, con Sumo.

-Que se intoxicaron, ¿o no?
No, no nos intoxicamos. Comimos camarón bombay, que era el plato más caro. El que se intoxicó fue el productor que nos llevó, porque intentó ahorrarse un día de hotel. Nos saca del hotel a pasear por Viña, paramos en un restaurant a comer y entonces dijimos «¿Así que te quisiste ahorrar la plata del hotel?». Y pedimos el plato más caro que había.