Y seguimos transitando este viaje imaginario, el cual (ya sin lugar a dudas) ha superado toda realidad, quedando en total evidencia que los códigos se perdieron y la tolerancia pasó a ser una cualidad que todos quieren tener.
Entonces nos encontramos con un público cada vez más blando, ya que ésta condición no le permite decir lo que realmente piensa, bancándose hasta algo tan horrible como tomar fernet con Pepsi o recitales organizados por cervezas que adentro no te venden ni agua. Esto no camina así.
O, citando otro ejemplo, escuchar bandas que hacen reggae o cumbia (de más está decir que éstos últimos ya tienen sus espacios y no tenemos por qué bancarlos en un reci del palo).
La única diferencia entre éstos es la ropa o el pelo (esto en Europa no pasa), cuando en otro momento esta mezcla hubiese sido repudiable. Es que tratar de ser parte y sentirse “in” tiene su precio. Y para los músicos también. Para “vivir de esto” con tanta competencia seguramente necesitarán otros condimentos. A las minitas ya se las ganaron, el ensayo y el estudio de la música seguramente “forjará esa punta de daga” para levantar bien alto la bandera del metal. En otras palabras, pegás un estribillo piola y zafás.
En fin… aburridoooo.
Nos vamos a ver boxeo o alguna peli porno soft al comedor familiar El Tata, donde sólo las águilas se atreven. Célula peronista que supo ocultar el secreto del ají que deja al intestino despedazado por mil partes. Ese lugar donde siempre habrá alguien para compartir una poesía o un “pechito colorado” con jugo.
Dicen que una vez se vio en la mesa 1 a un enano con un sombrero grande y descalzo que se pidió una mila con mucho ají y de ahí nadie más supo de él. Comedor familiar El Tata, donde comen las huestes.
Nos despedimos recordándoles que por más hundidos que estén, siempre se puede estar peor. ¿Pueden creer que existen los tributos a La 25? Sip, sip.
Publicado en la revista Rock Salta Nº18, en el mes de diciembre de 2013.