El bajista repasa varios momentos con el Carpo en su flamante autobiografía.
La editorial Planeta acaba de publicar Vitico, el Canciller, el libro de memorias de Víctor Bereciartúa, uno de los bajistas más conocidos del rock argentino, un aliado histórico de Pappo.
Vitico, nacido en 1948, se incorporó a la escena del rock nacional en sus primeros años. Tomó notoriedad cuando a principios de los 80 formó Riff, un cuarteto de rock puro que encabezaba Pappo y que tuvo varias etapas a lo largo de los años. Incluso después de la muerte del Carpo.
En su libro, Vitico repasa varios momentos con Pappo. “Lo conocí en un boliche que se llamaba Frisco y quedaba en un sótano. A los tres minutos de conocernos ya habíamos hecho una amistad que iba a durar toda la vida”, cuenta.
“De Pappo me impresionó todo: cómo tocaba, el sentido del humor que tenía, su astucia. Sin tener estudios importantes, se notaba que se las sabía todas. Un tipo con mucha calle y mucha fuerza física. En muchos sentidos éramos iguales, aunque yo fuera de Barrio Norte y él de La Paternal. Fue la unión de los dos barrios porque nunca jamás tuvimos alguna diferencia en ese sentido. De todos era el único que no tenía ese prejuicio de ‘cajetilla’ que habían armado alrededor de mí. A Pappo no le importaba de dónde venía cada uno. Coincidíamos en que todo ese asunto eran pavadas. Al poco tiempo empecé a ir a su casa y tocábamos con el Negro Black en trío”, sigue.
Vitico tiene muy presente la primera vez que vio a Pappo sobre un escenario a fines de los 60. “Fue como ver un plato volador”, dice. “Al lado de él, todos quedábamos como unos boludos. Tocaba la guitarra como los de afuera, como los tipos que escuchábamos en los discos. Fue algo único. Los borró a todos. Porque era el único que sabía cómo subir el volumen. Así de distinto y mejor”, sigue.
“Pappo era un coloso. Inmortal”, opina Vitico en el libro publicado hace pocas semanas. “Cuando se fue, me agarró tal tristeza que empecé a beber el doble que lo que tomaba entonces. Cantidades astronómicas de vino tinto y whisky: dos o tres botellas de vino por día más unos cuantos whiskys. Pero hacer eso no me sacó de encima la tristeza que tenía por no tenerlo más a Pappo, y ahí me di cuenta de que no servía; de que me estaba engañando y tenía que aceptar la realidad. No había cantidades que me alcanzaran y por más borracho que estuviera, Pappo no iba a volver”, dice.