Foto: Lucas Szumsky (rockandfotos.com)
Entrevistas

Iorio en Rock Salta | El golpetear del salvaje

Repasamos la nota que fue tapa de nuestra revista con motivo del lanzamiento de Trillando la fina, una obra de raíces profundas y emociones a flor de piel. Mientras Almafuerte consiguió el mejor sonido de su historia, el prócer del metal pesado argentino convivía con sus demonios y buscaba salir adelante, sin dormir.

Por Federico Anzardi y Eduardo Pece

El mismo tipo que escribe clásicos del rock proletario y denuncia las injusticias de la sociedad, reclamando una mayor igualdad (“El pibe tigre”, “Sentir indiano”); en treinta segundos de entrevista derrapa con las cuatro ruedas, vuelca y se lleva todo puesto (“Si vos sos judío no me vengas a cantar el Himno”). Es capaz de escribir canciones que pintan paisajes de manera perfecta (“Río Paraná”), que invitan al viaje con todos los sentidos, aunque sólo se pueda escuchar (“Convide rutero”). Su pluma es un pincel nítido que absorbe los lugares y los devuelve hechos poesía. Posee una voz de tierra adentro que transmite una emoción y un disfrute equivalente a un asado con amigos, un domingo al mediodía, lejos de la ciudad. El mismo rudo bonachón de modales toscos que desprecia el dinero y cultiva la amistad deviene en demonio temible ante el menor suspiro. A diferencia del Pappo más etílico, él no te tira dos pesos (“Para que te comprés una cara nueva”) antes de cagarte a trompadas; sino que insulta y dice frases incoherentes de manera admirable. Es un AK 47 de la puteada y la declaración bestial. Dos caras de la moneda. El Harvey Dent del metal pesado argentino: Ricardo Horacio Iorio, argentino, 50 años, prócer.

Esa misma ambivalencia es la que le ha dado más de un dolor de cabeza a Iorio, más conocido como “el Richard” por la blogósfera que lo tomó como un ícono bizarro gracias a expresiones inolvidables como “tragaleche”, “hijo de Jesú” o “la concha de Dios”. Entonces, ¿cuál es el verdadero? ¿El metalero facho que bate cualquiera en lo de Beto Casella y parece no conectar con ninguno? ¿O el tipo que se aferra al micrófono, pone cara de estar diciendo verdades y escupe un gran porcentaje de las mejores letras que ha dado el rock de este país en los últimos años? A esta altura, no hay vueltas: los dos conviven en el mismo individuo, provocando uno de los pocos casos de “lo amás o lo odiás” que existen en nuestra música. Con el Richard no hay grises.

Hoy, Iorio goza de la impunidad del bronce que lo consagró hace décadas. Primero con V8, luego con Hermética y ahora con Almafuerte. Es el referente absoluto del heavy argentino, sus canciones se hicieron carne en distintas generaciones que lo veneran como el más grande y le perdonan todas. Ni Spinetta, ni Solari, ni el Carpo (García no es una opción): el 1 es Iorio.

Los que lo bancan corren con una ventaja: Ricardo sigue demostrando coherencia artística y talento gracias a su trabajo, lo que mejor le sale. Algo que desarrolla desde hace 37 años, cuando comenzó a meterse de lleno en la música. La misma cantidad de tiempo que, según él mismo, lleva sin dormir, sin descansar. A pesar de todo el ajetreo por el descontrol que lo envuelve desde hace tres décadas, sus detractores se tienen que quedar en el molde con cada disco. “Yo a ese facho no lo escucho”, es la respuesta que esgrimen los que no lo soportan ante cualquier mención de la solidez de su obra. No lo atacan por ahí porque saben que pierden. Este año, Ricardo lo hizo otra vez. Ya los había dejado a todos quietos con su inesperado disco solista (Ayer deseo, hoy realidad; de 2008) y con Trillando la fina, el flamante álbum de Almafuerte, volvió a demostrar su capacidad como letrista e intérprete.

Trillando… apareció en septiembre, es el octavo disco de estudio de Almafuerte y el primero desde Toro y Pampa (2006). Tiene 11 canciones y se vende sólo en los conciertos. Es una evolución en el sonido del grupo, un rock pesado reconocible desde la cada vez mejor voz de Iorio (más expresiva, más personal) y sus letras; pero también en las guitarras y la música de Claudio Marciello. El Tano es la otra pata en la que se sostiene el mito de Ricardo. Sin él, su reputación habría caído mucho más. Trillando la fina es una nueva interacción entre ambos. Una sociedad que se muestra cada vez más afianzada y publicó su mejor trabajo desde A fondo blanco (1999). “Es un disco que hace crecer la carrera de Almafuerte, tiene el sonido que nos identifica: un rock metalero pesado. Creo que es un poco más simple de cómo veníamos haciendo las cosas, y sonoramente más armónico”, opina el Tano, desde su casa en San Justo, a veinte cuadras de la sala de ensayo.

Iorio, en cambio, no sabe muy bien qué decir. Al menos para esta nota. Está a punto de subir a un escenario, en Comodoro Rivadavia, y desde el teléfono su voz transmite la más temida de sus personalidades. Está hecho un cliché andante de sonidos lánguidos, guturales, pesados y listos para acelerar y mandar todo al carajo ante el primer traspié. Pero dentro de todo es amable. “¿Es una revista o está en vivo, mi amigo?”, pregunta y se pone contento cuando se entera de que su palabra va a quedar impresa: “Ah, qué alegría, mi amigo querido”. Claro que su cortesía está teñida de una tensión imposible de disimular. Su respiración es grave, pausada y profunda; y cuando habla lo hace de manera lenta, desgarrando cada letra, las sílabas, el sujeto y el predicado. Está tranquilo, pero al borde.

Foto: Jose Luis Suerte (Kamikaze Photo)

– ¿Estás contento con Trillando la fina?
– Y qué sé yo, amigo. Yo, la verdad… como dice el Nuevo Testamento de nuestro señor Jesús de Nazaret, esteee… resulta queee… hacen cosas… (Explotando y gritándole a su entorno) ¡Pará, que no era Nito Mestre, putos, la concha de tu madre! Estos putos… Hay un montón de giles hijos de puta acá, rodeándome. (Volviendo) Escuchemé, maestro: como dice nuestro señor Jesús de Nazaret en el Nuevo Testamento; las personas que se dedican sin interés a algo, luego, con el tiempo y la perseverancia, las cosas se doblegan con creces y todo viene por añadidura. (Pausa solemne) El que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado.

– Ajá.

Esa falta de interés de la que habla no es desidia respecto a la obra. Se refiere a una falta de interés piola, a no ir detrás de la guita y las ambiciones superficiales. En más de una oportunidad, Ricardo se mostró como un tipo desatado de posesiones y dueño de una austeridad que le pondría las extensiones de punta a muchos rockstars de moda. Alguien más parecido a esos hippies que quería perseguir con las “Brigadas metálicas” de V8. Sin embargo, suele exaltarse en los medios, provocando la mencionada lluvia de críticas y hasta denuncias de muchos que sólo lo conocen por esas apariciones polémicas y esporádicas. Es el problema crónico de Almafuerte y de Iorio, una falla histórica: su música no trasciende lo suficiente como para reivindicarlo frente a los ajenos que lo minimizan a un personaje del año de TVR. Ricardo lo sabe: “Dese cuenta usted (que escucha la radio, me imagino): jamás pasan mis canciones. Es igual que Edmundo Rivero: son canciones prohibidas”, dice, antes de volver a calzarse su traje más conocido.

– ¿Con V8 y Hermética ya te pasaba? ¿También te sentías prohibido?
– Como Edmundo Rivero, querido. Lo de V8…
“¿Vos conocés una canción que dice…”, pregunta Ricardo, antes de ponerse a cantar, durante diez segundos exactos, una versión de “Inundados”, de Paralamas; en un portugués a la Roberto Quenedi. Es un momento capusotteano, digno de las mejores parodias que se puedan hacer de él. Los Asspera entregarían todo lo que tienen por lograr un momento tan ricardesco como éste. Después del mini show en vivo a capela y por teléfono, la charla continúa:

– Paralamas.
– (Pausa) Sí, Paralamas y por tu hermana. A ese lo pasan y a mí no. ¿No conoce ese que dice (Otra vez, ahora es el turno de “Ai se eu te pego”, de Michel Teló)? Se quieren coger una criatura, ¿me entiende? Nunca en una canción de Ricardo Iorio van a advertir eso.

“Ricardo es un tipo explosivo”, opina Marciello, que completa la banda junto a Beto Ceriotti en bajo y Bin Valencia en batería. El guitarrista lo conoce en profundidad a Iorio y sabe cómo tratarlo y también marcarle los puntos. “La otra vez estábamos en Rosario, tocando. Viene, se acerca y me dice ‘Tano, ¿hace cuánto que estamos juntos?’, y yo le respondo que 17 años. Él siguió hablando. Parece que me vino a preguntar para comentar el tiempo de trayectoria, el tiempo laburado. Te digo esto porque hace años que trabajo con él, que nos vemos. Ahora estamos un poco más distanciados, no en la relación o en la amistad, sino en los viajes, porque él vive a 700 kilómetros de Buenos Aires. Entonces si vamos a Córdoba, por ejemplo, nosotros vamos con un micro y el va con su vehículo, porque no le conviene venir hasta Capital. Lo conozco de una manera y de esa manera nos tratamos siempre. Han pasado cosas en la vida que quizás nos han hecho fortalecer o cambiar ciertas actitudes o cambiar la óptica de ciertas cosas, pero en la vida personal de cada uno. Las conversaciones son a veces muy cómicas, otras veces son serias, pero no llegamos a confrontar de manera muy discrepante, o llegar al límite de una conversación violenta, como la hemos tenido en otras veces anteriores; porque somos unos tanos cabezones. Pero sí hemos limado muchas asperezas como cualquier sociedad. Ya nos conocemos y sabemos hasta dónde. Entonces, cuando se puede llegar a armar alguna diferencia, lo hablamos al toque: ‘Che loco, ésta me parece que no va. Me parece que tenemos que tratarnos de otra manera’, y es ‘Listo, listo’. Pero no tenemos muchas conversaciones así, es más lo que nos divertimos, nos contamos los viajes, cómo llegamos.”

Ante tanta exposición en los medios, los fanáticos que no se escandalizan sino que se divierten con muchas de las cosas que Iorio dice, bautizaron a sus frases como “Ricardescas”. El blog Mutantes es un emblema en eso de rescatar las máximas del Richard, que abordan diversas temáticas: “La cumbia villera es un problema de desnutrición infantil”, dijo una tarde por la Rock & Pop, en una conversación desde un teléfono público que se le cortaba a cada rato y él intentaba mantener pidiendo “moneda, amigo, moneda” a los que pasaban a su lado. Otra: “Me chupan la pija los fans y la concha de su madre, porque cuando yo tuve hambre ningún forro pelotudo culo roto que se puso una remera de V8 me vino a dar de comer”, le escupió a un ignoto adolescente que lo estaba entrevistando para un fanzine. El audio, uno de los primeros eslabones en la construcción del mito, circuló durante años, creando un culto a la puteada ioresca que encontró su máxima expresión poética en el famoso “¡Y la concha de Dios que estamos unidos!” de ese himno que es “A vos amigo”.

Foto: Jose Luis Suerte (Kamikaze Photo)

El Tano da una razón lógica para esos arranques: “A mí también me pasa, según el momento que me agarrás. Quizás me hablás otro día y te digo ‘loco, no tengo ganas de hablar’, ¿me entendés? A veces las predisposiciones no son las mismas. A mí Ricardo me causa mucha gracia. Hay veces que quizás le digo ‘¿Viste lo que hablaste en la nota? Bueno, tené cuidado con esto’. Capaz me da bola o me dice ‘Es que yo quise decir esto, quedate tranquilo, Tano’. Y hay otras veces que lo escucho hablar y me cago de risa mucho. Tiene unas salidas, unas formas de decir las cosas, que es increíble.”

“A veces le digo las cosas y está pensando en otra. O sea, no me escucha. Le digo ‘Escuchame pelotudo, ¿me escuchás lo que te estoy diciendo?’, ‘Ah sí, sí, Tano, perdoname’. A veces tengo que decirle las cosas diez veces. Y a veces el me cuenta las cosas veinte veces”, sigue Marciello, mientras se ríe recordando anécdotas de Ricardo. “Cuando vi lo de Beto Casella me entré a cagar de risa por las reacciones que tenía. Y estoy acostumbrado a verlo así, pero de pronto en el programa se metió en otras cosas y abrió la boca y dijo sus barbaridades como si estuviera en el living de la casa. Y a mí me pareció sensacional, qué sé yo. No veo a otros artistas sentarse a decir esas cosas o a hablar de esa manera. No somos chicos lindos del rock. Yo ya no sé cómo puede reaccionar Ricardo. Capaz que nos bajamos del micro y le cae un pibe de una radio y le dice ‘Pero andá a la concha de tu hermana, pendejo. No me rompás las pelotas ahora’. Y tal vez después, en el camarín viene el mismo pibe y le dice ‘Mirá, ¿podemos hacer una nota?’, ‘Sí’, ‘Yo te hablé hoy a la tarde’, ‘Pero pibe, vos tenés que esperar, ¿no te das cuenta?’. O sea, lo veo también haciendo esas cosas. Y bueno, el es así, yo no conozco cómo son los demás en la intimidad. Por ejemplo, yo hoy estoy re predispuesto a darte una nota. Pero yo no soy muy notero, ¿viste? Capáz que otro día me preguntás si podemos hacer la nota y ‘¿te parece, loco?’, y vos me decís ‘Sí’, y te la doy. Pero después se quieren meter en cosas muy profundas y yo lo agarro y le digo, ‘Pará, pará, pará. Esto es así: somos una banda de metal pesado que hace 17 años que estamos tocando, damos vueltas por todo el país porque nos encanta, hablamos de nuestro país, tenemos cierto toque tradicionalista. Pero no me vengas con la filosofía hindú o tibetana’. Miranos un poco como somos, porque no hay mucho más que esto, es un perfil directo, no encierra cosas extrañas, mensajes entrelíneas, ¿viste?”

El mensaje, sin embargo, está. Las letras de Iorio son su alma abierta. En la última década se volvieron aún más confesionales. En Trillando la fina, Ricardo parece reconocer esa doble faceta que lo acompaña. “Si me ves volver no me atiendas ni me abras la puerta. Loco, solitario y enredado. No soy yo”, canta en “Si me ves volver”, una de las canciones más desgarradoras del disco, donde su voz se transforma en el mensajero de esa bestia interna, que por una vez no sale para hacer bardo, sino para decirle al mundo que hay que tener cuidado. En “Mi credo”, hace una enumeración de creencias pasadas, mostrándose como alguien confiado que fue decepcionado por todos. El tema finaliza con una frase contundente: “¡Qué gil que fui!”.

“Yo soy un pobre hombre, un pobre infeliz. Un hombre que cometió el pecado más grande que comete el ser humano: no fui feliz”, dice Ricardo, igual de tenso pero más sereno, por una vez hablando con la misma voz con la que escribe sus letras.

– ¿Pensás que no estás a tiempo de ser feliz?
– No, señor. Yo creo que cuando tenía la edad de (los integrantes de la banda) Airbag se me tendría que haber dado la posibilidad. Ahora yo soy un hombre muy viejito. Usted dirá por qué. Porque hace 37 años que no duermo, pibe.

– Sin embargo, lograste poder vivir donde soñabas y estás viviendo de la banda. Recuerdo una frase tuya de hace algunos años…
– (Interrumpiendo) ¿Poder vivir de qué?

– Poder vivir de tu banda, de Almafuerte, haciendo la mús…
– (Interrumpiendo otra vez) No querido, no, estás confundido, hermano; no. Para nada, querido. Jamás tomé un rédito de esto. Rédito lo tiene Paz Martínez, un par de pájaros los dos. Rédito lo tienen todos los que vienen. Ahora viene Kiss. Ponelo en tu revista, pibe. Lo que piensa Ricardo Iorio es esto: ¿sabés por qué viene Kiss a la Argentina? Pa llevar falopa, boludo. ¿Qué te creés, que vienen a complacer a los rockeros? Vienen pa llevar falopa, pibe. ¿Por qué te creés que vino Liza Minelli? ¡Pa llevar falopa, pibe! ¡Despierten, giles, miren a Capusotto!

Con todo, Iorio sabe a qué atenerse. En medio de la vorágine puteadora, se frena, hace una pausa, baja 40 cambios y pide, con voz seria y preocupada: “Bueno… esto no lo pongas”. Acaba de decir algo que de ser publicado seguramente le traería más de un quilombo con la misma gente que se empecina en marcarle los puntos. Y Ricardo ya está cansado de que lo persigan, o que lo dejen en banda. Lo mismo le sucede con su música. Trillando la fina apareció seis años después que Toro y Pampa, entre otras cosas, porque no hay una discográfica dispuesta a pagar lo que Almafuerte cree que vale su trabajo. Por eso, la caja en la que viene el disco está repleta de sponsors, parece una revista barrial. Es un verdadero laburo a pulmón y trae adentro el mejor sonido que haya tenido el grupo en toda su historia. Por eso el título resulta adecuado: la banda cosechó la mejor semilla que sembró sin la ayuda de nadie.

“Hacer un disco vale 300, 400 mil pesos y nosotros no somos gente de billete”, aclara Iorio. “No nos paga nadie -continúa. No olvide esto: somos solos (pausa). Si yo tuviese problemas con la droga ¿quién pagaría 50 mil pesos por mes para que yo me interne? ¿Charly García, Palito Ortega, Calamaro? No, nosotros somos solos, amigo”. El Tano confirma la teoría de Ricardo: “Este disco lo producimos ejecutivamente nosotros mismos, no tenemos un sello discográfico que nos haya puesto el dinero para el estudio ni nada. Es como que invertimos y a medida que se van vendiendo los discos se van recuperando todos los gastos de estudio, grabación, edición y demás. Todavía no tenemos ninguna propuesta de algún sello o alguna distribuidora que lo quiera agarrar. Seguramente van a haber, porque estos organismos trabajan de esta manera, ¿viste? Quizás se lo ofrecés y te lo tiran abajo, pero cuando sale a la calle y ven la respuesta que tiene se acercan a ver cómo pueden negociar y ver de qué manera lo pueden tener como artistas exclusivos y difundir”. El Tano afirma sus dichos con un método similar al de Ricardo, se pone a cantar: “Lo que pasa es que están todos en el ‘chiqui bum, chiqui bam, chiqui taka, chiqui bum’, están todos con Chayanne y esas cosas. No ven al rock como un negocio y no se dan cuenta de que el rock podría ser un gran negocio. Es como que la postura de los empresarios que quieren artistas de rock es decir ‘tenemos esta punta, los podemos pasar por acá’. Yo te soy sincero, es muy importante la parte de la difusión de una banda. Vos imaginate que cuando un sello multinacional agarra un grupo suena veinte veces por día una canción y llega a todo el país. Pero, desde mi humilde visión, yo creo que Almafuerte girando hace su propia difusión. Lo mismo que Divididos, fíjate que presentaron su disco en Tilcara. Y nosotros lo presentamos en La Pampa. Y La Renga si presenta un disco va a hacer un desastre, porque capaz que tocan en Tandil y meten 150 mil personas, ¿entendés? Es una locura. Por eso te digo, y no porque me chupe un huevo todo… aunque en cierta forma sí me lo chupa, porque yo cuando hago las cosas las hago por pasión y por amor, por los seguidores de la banda. Yo veo que a lo largo de estos años, el público de Almafuerte se fue renovando. Nosotros en el año 95, antes de que salga Mundo guanaco, nos iban a ver parejitas, que después de 17 años formaron una familia y hoy sus hijos nos van a ver. Y a veces van con sus padres que te cuentan de cuando te iban a ver hace tantos años. Entonces me importa un carajo pensar dónde podríamos colocar un disco para que se pueda vender. Nosotros llevamos nuestro disco a cada lugar donde tocamos, ahí se vende con la entrada. Nos interesa que le llegue como primera medida a nuestros seguidores y a la gente que le interesa saber y escuchar en vivo y luego llevarse el disco el día del show. Ojalá tuviéramos más interés de parte de los empresarios y que respeten las condiciones del músico, porque pensá que un material los tipos se lo quedan cinco o diez años y bajo otras licencias los editan y los venden en otros países que vos ni te enterás. Entonces, cuando vienen esos usureros a ofrecerte migajas, decís ‘dejá, el disco me lo vendo yo en mis shows’.”

Seguramente llegará la oferta de alguna discográfica. Trillando… está obteniendo muy buenas críticas, no sólo de los seguidores acérrimos de Iorio: también de la prensa y la mayoría de la patria rockera argentina. La evolución de Ricardo como cantante y su continuidad como letrista producen una combinación infalible con la música de Marciello. El guitarrista se destaca como siempre y ahora goza del reconocimiento de sus pares. El final con el instrumental “Caballo negro” termina de elevar al disco a la altura de clásico. “Me alegra el reconocimiento”, agradece el Tano, y sigue: “Lo que no me alegra son las coronas, porque yo ahora estoy tocando la viola en mi casa, lo hago porque soy un guitarrista intuitivo y aprendí a tocar en la esquina de mi casa cuando era chico. Son casi cuarenta años de tocar la guitarra, donde tampoco imaginaba que iba a vivir de la música. Por eso me gusta el reconocimiento, por una cuestión de sacrificio y de invertir la vida, no sólo ocho horas por día para tocar como Steve Vai. Yo toco como me sale a mí, tengo influencias porque soy un guitarrista orejero. Como escucho a los rockeros escucho a guitarristas puntanos, salteños, tucumanos y a los del sur. Y me gusta el tango, el jazz, el folclore, el blues y el rock. Quizás todas esas influencias me permitieron conectarme con músicos de otras agrupaciones y participar de sus discos, cosas que hacen a la trayectoria de uno, para que oyentes o periodistas sepan de quién se trata cuando hablan de uno. Son bien recibidos los reconocimientos, y que sirva para otros guitarristas que quieran hacer música pesada como hacemos nosotros. Yo me considero un guitarrista de rock y dentro de eso toco cosas hasta donde me da el cuero. En donde no conozco bien, no me meto.”

En tanto, Iorio sigue construyendo su lugar de cronista del sur de la provincia de Buenos Aires. Las letras de Trillando la fina rebalsan Pampa, campo y cosechadoras. Nadie más que Ricardo podría haber usado de título un término tan poco rockero como “Glifosateando”. La letra de “Pal recuerdo” podría ser usada sin tapujos por la Secretaría de Turismo de la provincia. Sin ser folclorista, la tierra lo acompaña, el suelo lo elige para que cuente todo lo que pasa por allí. Él mismo se encarga de explicar (a su modo, claro) por qué cree necesario reflejar su entorno: “Porque tenía las pelotas rotas de escuchar a Peteco (Carabajal), a Mercedes Sosa, al Chaqueño (Palavecino), cantando “luniiiiiita tucumaaaaana”. Chúpenme la pija de la luna, con labios leporinos. Desde Trelew a Tierra del Fuego, esa es mi música, esa es mi Patagonia. Antes tenía rotas las pelotas, ahora tengo carcomida la cabeza de la chota.”

Almafuerte seguirá moviéndose por las rutas, presentando su nuevo disco, aún sin fechas en el NOA a la vista. La última vez que la banda estuvo por la región fue en julio de 2010, ofreciendo shows polémicos en Tucumán y Salta. En esa oportunidad, Iorio le pegó con el micrófono a un pibe que estaba en la valla y después se mostró en baja forma, dejándole su lugar al Tano en varias ocasiones. Fueron recitales desinflados, un poco decepcionantes. Para el público del Noroeste, entonces, es necesario un reencuentro que lave las heridas y limpie la imagen. Trillando la fina ya es el primer paso para esa futura resurrección.

* Entrevista publicada en la revista Rock Salta Nº13 (diciembre de 2012).