Colgada

El tesoro de los inocentes

Estoy en la obra social. Tengo el número 406, va en el 284 y no traje nada para leer. Flota el malestar de la gente, el murmullo ensordecedor de cualquier oficina. Sobresale la voz de un nene que está sumergido en su juego, que no entiende del tedio. En la pantalla Crónica y C5N en mute. No parece una oficina del Estado. Los zócalos de Crónica alertan “La navidad de oro”, “Llega la navidad y estamos medio caídos”, “El viernes hay que armar el arbolito”, “¿Cómo llega Papá Noel en el 2017?”. Todo acompañado de testimonios de comerciantes con cara de preocupación.

La tele anuncia algo que los supermercados ya hicieron desde mediados de noviembre. Llega diciembre (triste, real) y reforzamos nuestro espíritu tilingo, digo navideño. Ayer un amigo dijo “ya fue el submarino. AHORA EMPEZÓ EL MUNDIAL”. Y me explicó (gracias macho) que había sido el sorteo de los países. Parece que ya fue todo: Santiago, Rafael, el submarino.

Entre el murmullo, el mute y el tedio todavía suena la voz del nene que juega. Será esa voz o la tele pero de repente recuerdo cuando era chica. Vuelvo a los diez años (RE grande): mis viejos me regalaron una bicicleta rosa y blanca. Bueno, Papá Noel me regaló. En mi casa se creía en cosas. En dios. Ahora sólo siguen creyendo mis viejos. Yo creía. Este recuerdo no es sobre la bici blanca y rosa de nena, ni tampoco es cómo perdí la virginidad con una bici (exagero, pero pasó), este recuerdo es sobre la inocencia. Es cierto que todavía parezco inocente cuando alguien me hace un chiste y yo digo ¿ENSERIO? con los ojos grandes como emoji mientras que del otro lado con ojos en blanco me dicen no (boluda). Esa otra inocencia de mi yo de niña era distinta. Pura, podríamos decir.

Siempre pasamos las fiestas con mis padres y mis hermanos, en casa. Lejos de la otra familia. Familia éramos sólo nosotros, mi hermano mellizo y yo. Creo que me aburría bastante. Mi hermano salía a jugar con los chicos del barrio y yo creo que no. Yo vestía un enterito blanco y rosa que amaba y después odié. Había olor a navidad. Todo ese día lo hay desde temprano, incluso hoy. Mi recuerdo esta en mute igual que la tele. Veo las luces del arbolito y noto mi ansiedad porque veo regalos y nombres y no veo el mío. Veo que todos brindan y se saludan y en un parpadeo una bici creció en mi árbol. Una bici que no tiene nombre pero que es mía así, de golpe. Mágicamente.

No sé por qué me ataca ese recuerdo. No sé tampoco cuándo empecé a odiar las fiestas. Probablemente cuando empecé a querer salir. Eso no importa mucho ahora. Creo que siempre pensé la navidad en relación al rito, al tedio (como el de esta oficina) a las obligaciones de familia. A no hablar de política, ni de religión ni de nada como en cualquier reunión familiar. Y en realidad siempre la pasé bien con mi familia. Nunca tuvimos problemas demasiado serios como para no estar tomando algo en navidad y hablando boludeces. Tampoco es que ahora soy menos boluda. Veo alrededor y me preocupa la inocencia de todos. Puedo ver las cabezas de la gente comprando cosas en las peatonales cuando los bondis pasan por la San Martín. ¿Vemos las cabezas de todos? ¿Todos la pasan como yo?

La cabeza me va a explotar entre las palabras: reformas, inflación y mi pesimismo berreta acomodado. Porque ¿qué hago con lo que pienso? ¿Qué hacemos todos? Cómo dice amiga G: “¿Cómo sería si fuésemos Violencia Rivas y de verdad rompiéramos con todo nuestro conformismo? Entre que nos quejamos hay gente que posta no tiene nada. Me rio del cross cósmico que me aplasta la jeta porque, lejos de ser hippie, las contradicciones también hay que bancarlas. Por otro lado, dice G, las fiestas también son una metáfora de cierre, de nuevo comienzo. Lo necesitamos para seguir dentro de esa gran máquina que parece comernos. Para resistir.

Lo veo al nene irse, ya mucha gente se fue y parece ganar el silencio. En eso me llegan dos mensajes: en uno un amigo me cuenta que le gusta la navidad porque va a su pueblo y su mamá hace sanguchitos de atún. En el otro mis amigas empiezan a organizar el año nuevo que pasaremos juntas. Sonrío. Ahí está la resistencia.

Publicado en la revista Rock Salta Nº26, en el mes de diciembre de 2017