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Está D-Mente

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Andrés Gimenez, que estuvo hace días trabajando en Salta con Santuario, charló con Rolling Stone. RS te muestra la imperdible nota de Daniel Jimenez.

Andrés Giménez: el nuevo camino del animal

Cantó en la banda heavy con mayor éxito internacional del país. Se deprimió cuando tuvo que desarmarla y, rescatado por León Gieco, hoy dice que el metal argento tiene que abrir la mente y generar su propio Ozzfest.

Hay pocas cosas que conspiren más contra una entrevista que el incesante galope de maza y martillo de un grupo de albañiles. Para llegar al departamento de Andrés Giménez, discretamente perdido entre el empedrado de Caballito, hay que subir una escalera que conecta con el primer piso. Dos metros debajo del luminoso ventanal que enfoca su cocina, el vecino programó julio como mes de reformas y los ruidos no van a parar aunque el invierno baje la persiana a las seis de la tarde. A Andrés pareciera no molestarle. Hace diez años que el cantante y guitarrista de DMente, hoy con 43, se fue de la casa de sus viejos en Ituzaingó. El mismo lugar donde durante una década ensayó A.N.I.M.A.L., la banda heavy argentina de mayor proyección internacional de toda la historia.

Vecinos de un barrio obrero del oeste del Gran Buenos Aires, los padres de Andrés no entendieron muy bien cuando su hijo de 16 años les dijo un día: «No quiero ir más a la escuela; quiero ser músico y rockero». La secuencia posterior fue la esperada: intenso conflicto familiar y un joven iracundo que deja el colegio en segundo año y se va a vivir a lo de un amigo en pleno ataque de rabia adolescente. Al otro día, su mamá lo fue a buscar y regresó. Aunque ya estaba convencido sobre la decisión que había tomado. «Yo quería ser rockero y heavy metal, y no quería otra cosa, por eso mis viejos después me entendieron. Y no sabés las cosas que vio mi mamá en esa casa. se levantaba y por ahí estaba el gordo de Ratos de Porão, los Cavalera, León Gieco, Mollo, que comía pan con chicharrón que hacía mi papá; pasaba de todo en esa casa. Y yo me iba de gira con A.N.I.M.A.L. a Estados Unidos o Europa y, cuando volvía, me quedaba con ellos. Hasta que pude juntar un poco de guita y mudarme solo, pero sigo ayudando a mi vieja como siempre», explica.

A.N.I.M.A.L. va a aparecer varias veces en la charla y siempre sus palabras van a ser de agradecimiento, Pero, al mismo tiempo, dejan entrever un recuerdo con emociones mezcladas. «Cuando se terminó fue un garrón para mí. Yo armé A.N.I.M.A.L., lo fui a buscar a [Marcelo] Corvata, fui a buscar a Aníbal, a Martín… era una familia de verdad, junto con el Niño [Andrés Vilanova] y Alejandro Taranto, nuestro manager. Y cuando se fue Marcelo para mí fue un flash. Después empeoró, porque se dijeron muchas pavadas y hoy, que hace cuatro años que con Corvata volvimos a hablar, no hay ningún problema. Como proyecto, A.N.I.M.A.L. duró quince años; por eso me parecía un pecado terminar con algo que costó tanto. Yo no podía ver que se terminara. Para mí era una enfermedad, una locura, no me llegaba agua al tanque. Hasta que un día me levanté y les dije a Martín Carrizo y a Titi La Polla [la última formación] que sentía que no se valoraba lo que era A.N.I.M.A.L. Y lloré grosso acá en mi casa. No servía que siguiera así una banda que entregó todo y en la que cada uno de los que pasó dio todo; no tengo rencor con nadie y tengo la mejor con todos. Los que no tienen onda conmigo es porque no deben valorar lo que A.N.I.M.A.L. les dio.»

Vestido de negro y en contraste con el sillón blanco donde toma el mate que se enfrió hace una hora, Andrés asegura que la disolución del trío y los meses previos a la formación de D-Mente fueron igualmente confusos. En ese momento, una sola persona pudo sacarlo del pozo emocional y creativo en que se encontraba: León Gieco. «Pocas veces estuve tan triste», dice. «Recuerdo que me quedé encerrado acá, en este departamento, y no quería ni tocar la guitarra. Hasta que León empezó a llamarme por teléfono para hablar conmigo, pero no podía atender a nadie. Al quinto día atiendo y me dicen que León quería que saliera de gira con él. Así que me subí al micro con Gieco, que no dejó de hablarme en diez días. Me dijo: «Vos sos un pilar de la música de metal acá; estar arriba o abajo del escenario no cambia el valor de lo que yo siento por vos, así que ahora volvé a tu casa, agarrá la guitarrita, cantá, armá una banda y salí a rockear». Cuando volví armé D-Mente.»

Recargado emocionalmente, Andrés fundó DMente en 2006 y debutó ese mismo año con disco homónimo y formación nueva, la misma que aún lo acompaña: Cristian «Gula» Cocchiararo en bajo, Lisardo Alvarez en guitarra y coros y Marcelo Baraj en batería. Hoy, con dos producciones más desde su nacimiento, Valiente eternidad (2008) y Morir para nacer (2009), un perfil más hard rock y un público que crece lenta pero sostenidamente, Giménez dice que al iniciar esta etapa quiso hacer todo lo contrario de lo que se esperaba, y que ese precio, de alguna manera, se paga. «Podría haber hecho algo más fácil… un A.N.I.M.A.L. II. Podría haber elegido el camino más fácil para que aceptaran más rápido mi música. Y yo quería otra cosa, necesitaba otra cosa; experimentar un costado más rockero. Así nació DMente. Sé que hay mucha gente a la que no le gusta y que siempre me pregunta cuando vuelve A.N.I.M.A.L., pero trato de buscar nuevos objetivos. Y… sí, caer es difícil», reflexiona, y no descarta una reunión con Corvata, en el caso de que el destino así lo quiera: «Ojalá algún día, sin dejar D-Mente, podamos dar un show con A.N.I.M.A.L. Sería grandioso, porque hubo mucha gente que no nos vio en vivo, pero yo no soy el que decide. Yo no soy dueño de la vida de la gente. Para mí siempre va a ser un placer ser un «ex A.N.I.M.A.L.». Soy un agradecido. Esa banda me dio la oportunidad de hoy no estar muerto o robando, porque en el barrio donde me crie iba para ese lado. De treinta amigos músicos que tenía, quedamos cuatro vivos. Los demás se murieron todos: SIDA, pico, suicidios, la policía. ¿Cómo no voy a ser un agradecido de la música?».

En 2009, tantos kilómetros de ruta compartidos entre Andrés y León decantaron en una idea novedosa para los dos: armar un proyecto conjunto en que D-Mente fuera la eléctrica y pesada backing band del santafesino. El choque de fuerzas terminó en Un León D-Mente, disco que avanza sobre el repertorio clásico de Gieco, con el tratamiento musical agresivo del cuarteto. Para un buscador nato como él y un valiente y curioso peregrino como León, el viaje no podía terminar ahí: el 21 y 22 de enero pasado fueron el número de apertura de Metallica en River. En las dos noches, el creador de «Yo soy Juan» salió con la soledad de una guitarra a enfrentar a un mar de remeras negras como el chino desconocido que se paró frente a los tanques en la Plaza de Tiananmen.

«En el camarín, León decía: «Che, salgan ustedes y después voy yo»», cuenta Andrés. «Y yo le dije: «Mirá, man, a vos te pusieron un chumbo en la cabeza para que dejaras de cantar y seguiste cantando y sos más heavy metal que todos los que están ahí.

Así que ahora salí vos solito con la acústica, cantá ‘La memoria’ y explicá por qué hiciste esa canción. Nosotros no vamos a salir». Y lo hizo. Y fue brillante: el chabón está más allá de cualquier postura».

Giménez asegura que actitudes como ésa, o los cruces de figuras del metal nacional con artistas de otros géneros -como los mix entre Claudio O’Connor y Babasónicos; y Tipitos, Horcas y Kapanga y él mismo con Mercedes Sosa y Abel Pintos (es su productor)- son importantes para proyectar una conciencia basada en la tolerancia. Pero, al mismo tiempo, el cantante y guitarrista es crítico y no cree en los estereotipos del heavy. «El metal no es solamente una campera de cuero o una pose, es un sentimiento, aunque suene a frase hecha. Pero se tiene que entender bien el sentimiento. Es parte del alma, es parte de la estructura interna de uno. Uno elige: yo soy metalero. Y no todos tienen la oportunidad de vivir toda la vida de metaleros. Hay gente que puede y hay gente que, como yo, se le cae el pelo y se lo tiene que cortar. Y si tenés un hijo no podés salir con la birra en la mano: tenés que tomártela en tu casa. Y los pibes que salen a laburar, muchas veces se tienen que sacar los piercings. Por eso es respetable el sentimiento y la pasión que lleva una persona defendiendo eso.»

Si bien no se reconoce como un referente de los últimos veinte años del metal argentino, sí es consciente de haber sido parte de una banda que le movió los márgenes al género pesado en este país. Andrés sabe que ése es su universo; y es donde le gusta estar. Desde allí, imagina un futuro con una escena metalero más unida y poderosa. Semillas de esperanza que encuentra en cada pequeño pueblo por donde pasa con D-Mente. Para él, todos los actores del heavy deberían buscar lugares comunes donde organizar movidas metaleras, pero en una órbita más abarcadora: «¿Por qué no podemos generar un Ozzfest propio acá?», se pregunta moviendo la cabeza. «Si todos nos diéramos un poco más la mano, existirían ese tipo de festivales en Argentina. Que todas las bandas que estamos en el metal, el hardcore, el punk, el stoner, fuéramos más amigos y nos llamáramos más por teléfono, y montar un festival con artistas de estos estilos con escenarios alternativos y treinta bandas nuevas para seguir moviendo el ambiente.» También hace un mea culpa en nombre de todo su gremio: «Los músicos tenemos parte de la responsabilidad, porque los que entregamos información somos nosotros. Yo tuve la posibilidad de grabar con Lemmy, recorrer América latina, hacer giras por Europa, codearme, estar de igual a igual con los que juegan en primera y caminar el interior de Argentina, y veo que hay mucha materia primera, muchos pibes con ganas de hacer heavy. ¿Qué tiene de bueno que seamos sólo diez los dueños de la movida? ¿En qué ganamos? En nada. Tenemos la misma pasión para la música que los ingleses, los norteamericanos o los suecos. Entonces, ¿por qué no lo hacemos? El día que unifiquemos en lugar de dividir, el metal en Argentina no va a ser un bicho raro; va a ser un movimiento tan grande que a todas las bandas de metal se les va a tener más respeto. Y eso se logra abriendo el cerebro. Sólo así va a crecer la historia».

Fuente: Rolling Stone