El libro repasa las visitas de grandes del género a nuestro país.
Este libro conquista al lector desde la primera página. Grandes del jazz internacional en Argentina (1956-1979) es un trabajo ideal para cualquier melómanx. Su búsqueda es simple: contar cómo fueron las visitas de las leyendas del jazz en nuestro país. Detrás de ese objetivo hay una cantidad de historias magníficas relatadas desde un lugar de admiración por la música que provoca identificación inmediata.
El libro fue publicado el año pasado por Gourmet Musical. La edición es muy atractiva, plagada de fotos y material de archivo, además de un diseño cuidado que realza el contenido. El autor es el periodista Claudio Parisi, que desde 2001 realiza programas de radio especializados en jazz. Actualmente conduce La Herrería todos los viernes a la medianoche por AM 1550.
Grandes del jazz internacional en Argentina no es un libro excluyente. No hace falta ser un experto en la música de Louis Armstrong o Bill Evans para leerlo. Funciona como una buena puerta de entrada al género para los curiosos. Los conocedores van a poder disfrutar los detalles de las historias contadas por músicos, periodistas y otros personajes locales que convivieron durante algunos días con artistas como Dizzy Gillespie, Nat “King” Cole, Sammy Davis Jr., Stan Getz, Count Basie y muchos más. Desde zapadas (o “pizzas” en la jerga jazzera) hasta grabaciones o simples comidas y charlas. De todo eso hablamos con el autor.
– Me interesa saber cómo trabajaste y cuánto tardaste. ¿Las entrevistas salieron por los programas de radio o fueron hechas para el libro? ¿Anduviste por hemerotecas y archivos?
– Las entrevistas arrancaron en diciembre del año 2005 y el primer boceto del libro lo llevé a la editorial aproximadamente a fines del 2017, así que tardé alrededor de doce años. No dedicado cien por ciento a esta tarea pero sí con mucha constancia. Lo que yo traté de buscar en el libro es que no fuera una guía integral de fechas, nombres de grupos, músicos, teatros y temas, sino un gran anecdotario basado en más de cien entrevistados, entre músicos, periodistas, productores, melómanos, coleccionistas, fotógrafos. Respeté y transcribí textualmente sus palabras y recuerdos, tal cual me lo contaron, sobre los encuentros con los ilustres visitantes. La mayoría de las entrevistas fueron realizadas para este objetivo, salvo unos pocos recuerdos que saqué de notas de los programas de radio. Las consultas a archivos de diarios y revistas no fue lo más importante de esta investigación. En la mayoría de los casos recurrí para chequear algunos datos o acompañar algún relato, pero en su gran mayoría el libro está contado directamente por sus protagonistas.
– Me sorprendió lo accesibles que eran los músicos que llegaban al país. Incluso algunos más ariscos, como Coleman Hawkins, se quedaban en la barra de un bar. ¿Eso era una cuestión de época o tiene que ver más con ciertos códigos de los músicos de jazz?
– Yo considero que los músicos de jazz son y fueron accesibles en todas las épocas. En la actualidad muchas veces los que impiden el vínculo o contacto con el público y colegas son todo el entorno, tanto los productores locales como los equipos que acompañan a estos visitantes. Por ejemplo, el cuarteto de Cannonball Adderley en el año 1972 estuvo sólo 24 horas en Buenos Aires, y desde que llegaron a Ezeiza hasta que se fueron al otro día se la pasaron permanentemente junto a Nano Herrera, Roberto «Fats» Fernandez, Gustavo Bergalli, Jorge «Negro» González y Carlos «Pocho» Lapouble. Por otro lado, en el periodo que abarca el libro la mayoría de las estadías eran más extensas, por lo general una o dos semanas. Eso también hacía más posibles los encuentros, jam sessions, comidas, incluso hasta grabaciones. En la actualidad los grupos llegan, dejan las cosas en el hotel, prueban sonido en el teatro, hacen el concierto, van a cenar y al otro día se van.
– ¿Cuál es la historia que más te gusta del libro? ¿Por qué?
– Es muy difícil elegir sólo una, ya que hay muchas que son increíbles o desopilantes, como la de Armstrong detenido en una comisaría porteña, Mingus atendido una noche en la guardia del Hospital Fernández, Count Basie en una jam session en el departamento de Carlos Tarsia. También hay imágenes que son historias en sí mismas, como la foto que Tito Villalba le sacó a Oscar Peterson por el ojo de la cerradura de la puerta del camarín.
Pero hay una anécdota que me contó el querido Jorge López Ruíz y que me emocionó desde el momento que la escuché, cuando la desgrabé y cuando la escribí. La voy a citar tal cual me la contó él:
“Ahí, en Rendez Vous, tocaba con el grupo que dirigía Kiko Cuaraza, un pianista de décima. Pero tocaban Pichi (Mazzei) y el Bebe Eguía, el más grande músico de jazz que hubo en este país. Era como mi hermano. Hay una anécdota buenísima del Bebe cuando vino Gillespie. Resulta que el Bebe ya estaba muy enfermo: tenía un solo riñón desde hacía muchos años y el que le quedaba estaba hecho mierda, así que tenía muchos dolores. Sufría muchísimo.Tenía treinta y pico de años pero estaba hecho mierda. Esto, de hecho, sucedió unos poquitos meses antes de su muerte. Cuando vino Gillespie, el Bebe estaba internado pero se escapó del hospital para ir a verlo. Era muy bajito, así que en el palco donde estábamos con Horacio Malvicino lo teníamos agarrado para que pudiera ver el show. Ya no tenía muchas fuerzas. Terminó el concierto, nos fuimos al Rendez Vous y lo llevamos al petiso, que se sentó en un sofá lateral para verlo tocar a Billy Mitchell. Terminó de tocar, se fue con una mina al fondo y dejó el caño ahí.
En esa época había un personaje que estaba siempre alrededor de los músicos que se llamaba ‘Luzbelito’. ‘Che, Luzbe –le dice el Bebe–, traeme el saxofón del negro’. Luzbelito, todo asustado, le dice: ‘Pero, ¿te parece? Se puede enojar’. Entonces el Bebe insiste: ‘Vos traeme el saxofón de Billy Mitchell’. Se lo trae y lo apoya en el suelo. Justo en ese momento se había sentado al piano Phil Woods, empezó a hacer los acordes de Body and Soul y el enano se enganchó a tocar con eso. Como ya no tenía fuerza para sostenerlo, el caño seguía apoyado en el suelo. Mirá como habrá sido lo que estaba tocando el enano que Billy Mitchell, que estaba en el fondo con una mina, empezó a mirar, vino siguiendo el sonido, llegó hasta donde estaba tocando el Bebe, se arrodilló delante de él y lo empezó a mirar. No lo podía creer. Se le caían las lágrimas: ‘Nunca vi una cosa igual –decía–, ¿quién es este tipo?’. Le preguntaba a todo el mundo: ‘¿Quién es?’. Lo abrazaba y lo besaba. Lo que tocaba el Bebe era terrible. Y, en una circunstancia como esa, era evidente que transmitía algo muy fuerte”.
– Tengo entendido que estás armando la segunda parte. ¿Qué nos podés contar?
– Un día hablando telefónicamente con Leandro Donozo, editor y titular de la editorial Gourmet Musical, surgió la idea de arrancar con la segunda parte del libro aprovechando la cuarentena. Comenzar con algunas entrevistas por medios digitales ya que muchos músicos, periodistas y demás personajes están con más tiempo libre y predisposición a las charlas. Aparte por estos medios no hay límite de distancia, lo podés hacer con alguien que está en tu ciudad o en otro país. Así fue que arranqué haciendo algunas entrevistas abarcando, en principio, desde el año 1980 hasta el 2001. Después veremos si es posible o se hace muy extenso y hay que reducir el período.