El periodista, editor de Rock Salta, aborda el universo Páez en tiempos de Ciudad de Pobres Corazones.
“Después del horror me empecé a dar manija y compuse, que era lo único que podía hacer. Incluso como terapia. Es así, no quiero cuestionármelo.
Me pasó lo que me pasó, quiero tocar música y voy a hacer lo que me salga”
Fito Páez
Los libros sobre rock en Argentina tienen una larga trayectoria. Sin embargo, más allá de algunos títulos que hoy son clásicos, hace poco más de una década comenzó a darse una producción que sin llegar a tener dimensiones de boom editorial, habilitó la publicación de un sinfín de títulos de diversa índole y temática. También permitió la reedición de esos libros que queríamos leer y no se conseguían. Si bien las multinacionales que regulan el mundo del libro forman parte de este movimiento, debemos reconocer a la editorial Gourmet Musical como el buque insignia de este proceso.
Bajo ese paraguas, nos llega el libro debut de Federico Anzardi, un trabajo que tiene varias entradas y que tranquilamente podríamos reseñar desde múltiples perspectivas. Si bien hay un eje que aparece como obvio -el proceso de gestación del disco Ciudad de Pobres Corazones– escapa al cliché y resignifica eso de cómo acercarnos a un artista, parte de su vida y de su obra.
Antes que nada, es un gran ejemplo de periodismo de investigación: resume el trabajo de cuatro años donde el autor pudo entrevistar a 78 personas, que van desde el ex gobernador santafesino José María Vernet, pasando por los periodistas Pipo Lernoud y Carlos Polimeni; lxs músicxs Litto Nebbia, Machi Rufino y Liliana Herrero; los cineastas Alejandro Agresti, Fernando Spiner e incluso el mismo Fito Páez, por pasar lista a algunos nombres. Un trabajo donde además Anzardi transitó esa cartografía rosarina, el barrio donde vivían las abuelas de Fito, la locación del momento cero que da origen a todo: el asesinato de sus dos “madres” Belia y Pepa , junto a Fermina, la empleada doméstica de la casa, cursando el tramo final de su embarazo.
También es un libro de historia, que más allá de pantallazos anteriores y posteriores, tiene su eje en un periodo de 9 meses (noviembre de 1986 – agosto de 1987), que inicia con un crimen múltiple y culmina con el recital en Obras donde se presenta el disco, con Don Cornelio y la Zona abriendo la fecha.
Y acá hay algo para destacar: muchos libros de rock, al igual que esos viejos libros de historia que nos hacían odiarla, son anecdotarios vacíos de contenido, centrados en el héroe, fechas y datos inútiles: prácticamente desgrabaciones de entrevistas, editadas y pasadas al papel. Este no es el caso, ya que superando esa mirada tradicional, más que un libro de historia asemeja a lo que en la academia se llama microhistoria: poner el foco en un “momento” puntual, en un sujeto, un momento de la vida y en esa reducción de la escala, poder dar un panorama denso de la complejidad del proceso histórico analizado. Y vaya que eso está bien hecho.
El libro nos acerca a la geografía de un barrio y a partir de un evento -un suceso policial- nos muestra: algunas prácticas de la policía santafesina post dictadura; los vaivenes de la carrera musical de un músico argentino en ascenso; la forma en que se hacía periodismo de rock en esos años; el momento de cambios tecnológicos en la forma de componer e interpretar música; un pantallazo al mundo audiovisual de mediados de los ochenta; la dinámica de vínculos íntimos que lo sostuvieron en el peor momento de su vida. Quizá cada uno de estos sub-temas, ameritaría un libro en particular.
En términos artísticos, Ciudad de Pobres Corazones consta de dos obras: el disco en sí mismo, y otra en formato audiovisual, que se construye con el cineasta Fernando Spiner y un gran equipo de técnicos, actores, actrices y bailarinxs.
Un disco que se graba en Estudios Panda, bajo la tutela de Mario Breuer y Mariano Lopez, justo cuando Sumo termina After Chabón; un film que tiene como locaciones la disco Paladium y el edificio donde actualmente están las Galerías Pacífico: un antiguo centro clandestino de detención de la última dictadura, que en el relato del libro cala hondo en Arturo “Portugués” Santana Das Dores, operador de video que durante el rodaje reconoce el lugar donde en 1976 estuvo “chupado” por un grupo de tareas. El libro también da cuenta de ello.
En términos estéticos es la fase más oscura de Fito, donde abandona a ese pibe idealista que había venido a ofrecer su corazón y que componía canciones que abrevaban en las fuentes del primer rock argentino y de cierto folclore renovado. Es la transformación en ese personaje denso, casi border, que comulgaba sacramentalmente con el escabio y el Lexotanil, y que se moderniza musicalmente de mano del culto a Prince, algo que ya se esbozaba en el EP Corazón Clandestino.
Más allá de las entrevistas, hay una trama donde aparecen personajes como el Negro Olmedo, el Flaco Spinetta, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Pappo, o Luca Prodan (en un recorrido interesantísimo, de ser hostil con Fito a pedirle perdón y actuar como extra en el audiovisual referido). Trama que atraviesa que en la coordenada espacial atraviesa la Rosario natal, la Buenos Aires donde se radica, el Tahití del porro pakalolo donde gesta gran parte de las canciones, la Cuba del amor y cierta redención transitoria.
Esta reseña sería injusta si no da cuenta de la pluma de Anzardi: a partir de una introducción que tributa a la mejor novela policial, muestra a lo largo de la obra un tránsito narrativo exquisito: para que el fan lo disfrute, pero también para que alguien que no tiene idea de quién es Páez, disfrute de una hermosa lectura. El capítulo final es una joya, con una tensión digna del estilo González Iñárritu, donde el relato de distintos procesos se va intercalando e intersectando, hasta enlazarse en un final necesariamente vincular.
Hay cosas peores que estar solo tranquilamente podría ser el guión de una película, a partir de la pérdida y el encuentro con las mujeres de su vida: el momento inicial ya descripto, un momento de inflexión con Fabi Cantilo como protagonista (sin ese empujón, ¿habría disco?) y que cierra con la aparición de Cecilia Roth.
Sabemos que Fede va a odiar esta coda, pero es necesaria. De hecho, gran parte de su trabajo de editor es hacernos ver lo innecesario de ciertas cosas que escribimos, a veces rellenando de más, a veces pecando de pretenciosos, a veces de ingenuos. Pero esta vez vamos a desobedecer, por rigor periodístico y por tributo a la amistad.
Nacido en Concordia (Entre Ríos), llegó a Salta en 2003 buscando quién sabe qué y se quedó hasta 2016, salvo un breve impasse porteño unos años antes de radicarse definitivamente en Buenos Aires. En ese lapso, fuimos varios quienes compartimos (y seguimos compartiendo) trabajos vinculados al periodismo de rock hecho desde provincias periféricas. Compartimos trabajo, techo, comida y mil historias.
Entonces, es imposible desvincularse emocionalmente y escribir sobre este libro, porque hay algo que nos hermana con dos personajes marginales de la trama: Mario Costello (el fan tucumano) y su amigo José María. Y es esa sensación de sentirnos bichos raros en nuestras comunidades, siendo fans (no sólo de Fito, sino de Charly, Spinetta, Los Redondos, etc.) y desde ahí acércanos a este oficio. Eso nos hermana con Fede y con mucha gente a lo largo y lo ancho de ese país que arranca luego de la General Paz.
Uno de los nuestros se fue persiguiendo un sueño, la peleó, tuvo su oportunidad y metió un golazo. Eso nos alegra, y demasiado.
El staff de Rock Salta está de fiesta.