Retazos de un paseo por latifundios azucareros: una recorrida por los ingenios de Salta y Jujuy. Despidos, anuncios de cierre y la vigencia de la caña en la matriz productiva de ambas provincias.
Por Franco Hessling y Mariano Guerrero
Fotos de Fernando Cata
Las manos resecas de Lucho Nieva llevan sellada la inclemencia del desempeño en la zafra. Podría creerse que son herencia de Luis, su padre, también de extremidades pronunciadas y curtidas. Los dos son de tez morena, rasgos fuertes y detallados y presentan una importante contextura física. Sin embargo, coinciden en la callosidad porque ambos pasaron por el Ingenio San Isidro. Su hogar aparece tras pasar un canal de agua, al costado del predio del club. Está en uno de los barrios lindantes a la fábrica, una zona de varias casas pequeñas y humildes que se ordenan simétricamente dentro de un mismo terreno. En la familia Nieva hay más de ocho hermanos y hermanas que comparten una larga historia de tradición laboral en el Ingenio. Desde el abuelo paterno, que supo trabajar cuando la planta era propiedad de los Cornejo, allá por fines de los 40, pasando por Luis, que quedó desocupado cuando se declaró la quiebra del 93.
En la actualidad, tres de los hijos de Luis trabajan para el grupo peruano Gloria. A principios de enero, la empresa comunicó el cese de actividades en Campo Santo, donde el ingenio es la polea que articula todas las relaciones económicas. Directa o indirectamente, todo el pueblo depende de la planta azucarera.
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El 19 de enero, el Grupo Gloria, que administra la producción en el ingenio San Isidro a través de las empresas Prosal S. A. y Emaisa S. A., colocó un banner en la puerta de ingreso anunciando la inviabilidad del negocio en Argentina, por lo que había presentado un Proceso Preventivo de Crisis (PPC) en el Ministerio de Trabajo de Nación. La empresa se comprometía a garantizar el salario para todos los trabajadores de planta durante tres meses, el tiempo que se estima que necesitan las autoridades del Ministerio para evaluar el PPC y proponer posibles soluciones.
A los pocos días, luego de que el miércoles 24 tuviera lugar en Buenos Aires la primera reunión entre representantes del Sindicato de Obreros y Empleados del Azúcar del Ingenio San Isidro (SOEASI), funcionarios estatales y representantes del Grupo Gloria; este último redobló la apuesta anunciando el cierre definitivo de la fábrica. Quedarían en la calle 738 familias que dependen de manera directa del ingenio. Otras 1600 se verían afectadas de manera indirecta.
El Grupo Gloria es, según su propia página web, “un conglomerado industrial” cuyas “actividades se desarrollan en los sectores de lácteos y alimentos, en cemento, papeles, agroindustria, transporte y servicios”. Sólo en la rama de los ingenios azucareros es propietario de unas ocho plantas distribuidas entre Perú, Ecuador y el norte de Argentina.
No hay trabajador en Campo Santo que no ponga en duda la versión de la empresa sobre una supuesta crisis. Los economistas Gastón Remy y Emiliano Trodler aseguraron en La Izquierda Diario que entre 2013 y 2017, el precio del bioetanol registró un incremento de 4,9 pesos a 16,8; mientras que para las cantidades vendidas no dejaron de evolucionar desde 2015. Si se toma “el precio del ´azúcar común tipo A vagón ingenio” como referencia, se observa que los precios se triplican en cinco años, con un fuerte aumento (52%) entre 2016 y 2017 para el mercado interno. Los especialistas observaron que “más allá de las variaciones periódicas, la producción se mantiene en niveles más o menos estables, con exportaciones que incluso tuvieron un aumento récord (230% en precio y 211% en volumen) en 2016”.
Luego de que el peronista Hernán Hipólito Cornejo abandonara la gobernación de Salta en el 91, su familia declaró la quiebra del ingenio San Isidro consiguiendo que el gobierno renovador de Roberto Ulloa hiciera la vista gorda a responsabilidades patronales, como el pago de indemnizaciones. Sólo algunos de los despedidos consiguieron resarcimientos tras un largo peregrinar judicial que duró, en los casos más expeditivos, una década.
Los Nieva, al igual que varios lugareños, recuerdan acongojados la última vez que el ingenio estuvo cerrado. Después de la quiebra hubo zafras accidentadas en las que se organizó la producción a través de cooperativas sin patrón pero con caudillos de la vieja burocracia sindical de los Villagra. Luego, la actividad se suspendió por un par de campañas. Eso causó migraciones, desintegró lazos familiares que anidaban en el pueblo y desdibujó la vitalidad que solía tener el lugar. Ahora el temor es que ocurra algo similar. “Esto es como en el año 92. En aquella época dejaron sin trabajo a todos, y el actual intendente –Mario Cuenca, padre de Mariano, actual secretario general del SOEASI – se benefició con eso”, subraya Lucho, contextualizando su posición crítica con respecto a la pasividad que viene mostrando el sindicato pese al anuncio de cierre.
Los testimonios ubican el punto de partida de la carrera sindical de Mariano Cuenca cuando los administradores del ingenio, donde trabajaba como ayudante de soldador, decidieron despedirlo hace unos cinco años. La influencia acumulada por el padre, que además es el presidente del Foro de Intendentes de la provincia, y la solidaridad de los trabajadores, permitieron la reincorporación inmediata de Mariano. Tras aquel episodio, en las siguientes elecciones sindicales, se coronó secretario general.
Mariano forjó un cuerpo de delegados que responde con disciplina a su mandato y que cuenta con sus propios métodos de organización. Al respecto, Mario, un trabajador calificado del ingenio, clarifica: “Él tenía un año, dos años de trabajo, nosotros que veníamos de años trabajando hicimos paro para que lo reincorporen, no porque fuera apellido Cuenca. Mire ahora como los trata a los socios: cuando hay asamblea y uno quiere opinar, no, hay que decir lo que él te hace decir o no podés opinar. Y si opinás de más o en contra de él, te expulsa del gremio”.
Una vez abierto el conflicto de San Isidro, Urtubey optó por renunciar al viaje a Davos junto al presidente Mauricio Macri. A los pocos días viajó a Lima, Perú, acompañado por su jefe de Gabinete, Fernando Yarade, para reunirse con el directorio del Grupo Gloria. El gobernador sólo trajo la certeza de que la empresa no deseaba continuar administrando el ingenio.
La caña es la matriz productiva de la economía regional. Millones de hectáreas que rodean poblaciones de enclave. Es el paisaje de diversos sitios de Tucumán, Salta y Jujuy, donde, en prácticamente todos los casos, las ciudades se fundaron luego de que existieran los ingenios.
La inconfundible pestilencia del bagazo guía la ruta de un recorrido por el corazón del ramal azucarero salto-jujeño, en pleno conflicto. Un cartel a la entrada de La Esperanza, localidad situada tres kilómetros al norte de San Pedro, Jujuy, sintetiza el avance de la frontera agrícola hacia la misma producción que se propugna desde principios del siglo XIX: “Tierra de sol y cañaverales”. En La Mendieta, a 15 kilómetros de San Pedro y 18 de La Esperanza, en la plaza principal se erige el monumento al zafrero, una escultura de un trabajador de campo en plena faena.
Aunque haya avanzado la tecnología para el tratamiento de la caña, modificando los procesos fabriles de acciones manufactureras a manipulación de maquinaria digital, la labranza se mantiene igual de indulgente. Lo testimonia la piel cobriza y rasgada de los estibadores, la musculatura de los sembradores y el andar fatigado de los encargados del trabajo topográfico. La leve joroba causada por los pinzamientos de las vértebras, típica de los cargadores de bolsas de cincuenta kilos, es otra imagen estridente de la tortuosidad de la labor en los ingenios. Para colmo, la creciente deshumanización del trabajador que propone el capitalismo sofisticado de nuestros tiempos, no hace otra cosa que profundizar las exigencias de eficiencia aún a costa de la salud del obrero, quien a su vez se expone a peores condiciones medio ambientales de las que había hace doscientos años, cuando la industria implementaba menos tecnología contaminante. Jornadas laborales interminables en los meses de zafra y un calor que enfebrece por el calentamiento global son aditamentos contemporáneos a la ardua tarea histórica de los cañeros.
“Años antes se tiraban las cañas y se las pelaba manualmente, ahora va todo a máquinas”, afirma Luis Antonio “Cantera” Rueda, recientemente jubilado del Ingenio Río Grande, adonde trabajó durante 48 años. Ingresó cuando era menor de edad cumpliendo tareas manufactureras y acabó formando parte del plantel fabril que manipula equipamientos de última tecnología. Aunque recientemente jubilado, Cantera viste una camisa de labranza de las que usaba en la planta.
Cantera habla con dificultad, está nervioso; jamás, en sus 68 años, creyó que algo que tuviera para decir pudiera ser importante para alguien.
Francisco Décima se dedica a realizar viajes en su coche, opera en el ramal que une Calilegua y Libertador General San Martín, localidades del departamento Ledesma de Jujuy, homónimo del ingenio más grande de Latinoamérica. El remisero no tiene acceso a jubilación, aunque sienta el cansancio de los años está obligado a trabajar. Se calza una manga de buzo en el brazo izquierdo para aprovechar toda hora del día, aún las más soleadas, y sale a manejar.
El Ingenio Ledesma es propiedad de la familia Blaquier Arrieta. Todavía no asomaban los años 70 y la presidencia del conjunto de compañías seguía en manos de Herminio Arrieta, quien al abandonar el cargo fue reemplazado por Pedro Blaquier, precoz en entablar relaciones con las fuerzas policiales y militares en función de perpetuar su poder como señor feudal de la región. El empresario que accedió al pináculo del emporio por su matrimonio con Nelly Arrieta, la hija de Herminio, no tardó en revelarse inescrupuloso para perpetuar su condición de amo indiscutible de la zona.
El remisero lo sabe en carne propia, fue baleado durante los ataques policiales para cumplimentar la orden de intervenir el sindicato (SOEAIL), emanada por el último gobierno de Juan Domingo Perón. Francisco, como casi todos en la zona, trabajó en el ingenio; la gran mayoría de los hombres del lugar trabajaron en o para alguna de las empresas de Ledesma. Décima fue alcanzado por varios proyectiles. A cuatro décadas, sonríe al señalar una parte de su mollera por donde rozó la bala que por unos centímetros no lo ultimó. Conserva cicatrices en los brazos con los buracos causados por los proyectiles que le aportillaron los tejidos.
“A mí me balean el 21 de abril de 1975. Los milicos habían tomado el sindicato para sacar a Melitón Vázquez. Los jefes pasaron por las secciones diciendo que había amenaza de bomba y que podíamos salir, al encarar para afuera, aproximadamente a las 3 de la tarde, fuimos tiroteados. Yo recibí cuatro disparos. Una semana después, el 28 de abril, me llevan a Buenos Aires, al Hospital Piñero. Me dieron el alta el 23 de diciembre de 1975”, reseña con justeza al tiempo que pilotea su auto. “No era yo sólo, éramos varios los heridos que se trasladaron a Buenos Aires. La empresa después me indemnizó como si hubiese tenido un accidente en horas de trabajo”, remata.
Mientras conduce su remis, se entusiasma al resaltar que él no pertenecía al sindicato, lo único que hacía, obligado por la ley, era aportar una alícuota mínima de su gaje. Desconoce por qué le dispararon, aunque fueron varios los heridos no deduce una intención criminal en el accionar policial. Francisco asume que si los disparos hubiesen sido bien direccionados contra los dirigentes, no hubiese habido tanto problema. Desde su punto de vista, lo tremendo fue que los atacados, en gran número, no tenían casi relación con la conducción del sindicato.
De hecho, el remisero experimenta sentimientos cruzados con respecto a los Blaquier. Justifica su ambigüedad en que fue la propia empresa la que se hizo cargo de trasladarlo a Buenos Aires después que fue acribillado, allá por 1975.
Blaquier es una especie de deidad dionisíaca -mitad humano, mitad dios: desmesurado-, concita tanto respeto como idolatría, tanto pavor como envidia. Está en todas partes, en las escuelas, en los barrios construidos, en el extinto equipo de fútbol, en los nombres de las calles. Incluso está en las reuniones políticas más selectas. Se lo percibe en cada cámara de vigilancia alrededor del complejo fabril, en cada decisión del intendente de turno, en cada fiesta y cada protesta. El señor Blaquier es todopoderoso.
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El viernes 9 de febrero, pasadas las 15.30 horas, una guarnición de policías ingresó a Yrigoyen disparando contra la retaguardia de la protesta que se llevaba a cabo contra 181 despidos en el Ingenio El Tabacal, propiedad de la norteamericana Seaboard Corporation (industria) y de la decimonónica dinastía Patrón Costas (tierras). Los gases y balas de goma encontraron como primera línea de víctimas a las familias, niños incluidos, la fuerza inició la represión por el sector adonde los manifestantes habían apostado la olla popular, los tablones, un freezer y un altoparlante. La plazoleta, que incluso contaba con unos caballetes que alguien había llevado para que los niños se entretuviesen dibujando, se arremolinó por el desconcierto colectivo, el ataque por sorpresa fue furibundo y a traición.
El jueves, día previo a la represión, los manifestantes habían acordado con el secretario de Seguridad de la Provincia, Jorge Ovejero, que si se alternaban momentos de transito libre con momentos de corte, no habría represión. Embustero, el funcionario no dudó en poner a disposición una copiosa dotación de efectivos cuando el Juzgado Federal de Orán ordenó la represión. Entraron desde Orán, al norte de Salta, y emboscaron la protesta, cargando contra cualesquiera que se cruzara, sea niño, adulto, anciano.
La cacería policial fue despiadada. Sin orden de allanamiento, sólo con la licencia para reprimir otorgada por el juez federal de Orán, Gustavo Montoya, ingresaron en el domicilio de Mario “Papucha” Herrera y Mirna Ríos, donde se refugiaba un grupo de protestantes buscando evadirse del efecto de los gases. Papucha es uno de los despedidos por la Seaboard, por si eso fuera poco, recibió una invasión violenta, entraron disparando la puerta, se llevaron detenidos a dos parientes suyos menores de edad y al hijo que comparte con Mirna, de veinte años. Los polizontes también generaron “pérdidas materiales”, destruyeron electrodomésticos.
“Fue todo de sorpresa, la ruta estaba habilitada y entraron por atrás (por la plazoleta donde estaba la olla popular) tirando tiros. Me fui a mi casa, donde estaban mis hijos, mi esposa y habían ido unos compañeros. Uno de ellos se puso en la puerta para que la Policía no pudiera entrar, lo sacaron a empujones y tiraron un gas contra la puerta para que se abriera”, relata Papucha.
Yrigoyen es un pueblo con tradición de lucha sin cuartel, ante la violencia institucional-estatal, no se amedrentan como citadino, al contrario, tienen especial renuencia para aceptar el abuso de poder. En 2008, 2012 y 2016, las represiones policiales corrieron la misma suerte que el último 9 de febrero: fueron desbordadas por la resistencia popular.
Una vez que salieron del desconcierto, los pobladores, con los jóvenes a la cabeza, arremetieron contra los uniformados. Éstos, huérfanos de municiones y muy disminuidos en número, fueron retrocediendo hasta retirarse definitivamente del pueblo y de la ruta nacional 50. Allí, apenas consumada la victoria, los manifestantes volvieron a apostarse por tiempo indeterminado hasta que se liberó a los 9 detenidos, entre los que se contaban los dos menores capturados al voleo en la casa de Papucha y Mirna. La presión del corte y la bravura popular disuadieron a la Policía de mantenerlos detenidos.
Al día siguiente, el sábado 10 de febrero, las patrullas que circulaban alrededor de Yrigoyen correspondían a las fuerzas nacionales, Gendarmería y la Federal. Los “milicos” siempre encontrarán resistencia cuando se trate de imponerse con violencia a cualquiera en Yrigoyen. Mirna y Papucha, aunque destrozados por lo sufrido, siguen confiando en la lucha, vuelven a la plazoleta para continuar peleando por la reincorporación.
Un par de días después de la represión, en la misma plazoleta por donde entraron los azules, Silvia Concha, esposa de Ubaldo Palavecino, otro de los 181 separados de sus puestos de trabajo, cuenta que no esperaban los despidos: “Estamos muy angustiados por la situación. Están imposibilitando todo tipo de progreso que pueda tener el pueblo. Nos quieren hacer desaparecer como lugar, como familias. No hay posibilidades de conseguir otros trabajos en la zona”. Resalta que los propios administradores de El Tabacal recientemente emitieron declaraciones celebrando el crecimiento de la producción.
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A fines del año pasado, el gobierno jujeño encabezado por el radical de Cambiemos, Gerardo Morales, anunció que una firma de capitales colombianos, Omega Energy, ofrecía 100 millones de dólares para quedarse con el Ingenio La Esperanza, administrado por síndicos estatales desde que naufragaran las experiencias al frente de la industria de los grupos privados Jorge y Roggio.
Según la versión de Morales, Omega Energy imponía una condición para concretar la compra: que la planta de trabajadores fuera de 600, para lo cual, antes de la venta, el estado jujeño debía suprimir 338 puestos laborales.
Las familias en la calle iniciaron un proceso de lucha que, aun con las extorsiones de Morales y su runfla, pervive hasta estos días en pelea por la reincorporación. Las mecánicas persuasivas del Gobierno de Jujuy para debilitar la lucha por la reincorporación pasaron principalmente por ofrecer jubilaciones tempranas, reubicaciones -sin reconocimiento de antigüedad ni otros derechos- en dependencias estatales, e indemnizaciones redondeadas hacia arriba. Las mecánicas disuasivas, en cambio, se hicieron ostensibles en una brutal represión a la única medida de fuerza realizada hasta el momento, el 19 de diciembre último, y la detención de manifestantes, algunos de los cuales pasaron varios días en la cárcel y todavía están procesados. El corte de aquel 19 de diciembre se dio luego de que las bases se impusieran en una serie de asambleas que la conducción sindical no pudo timonear.
Una fracción de trabajadores auto organizados que supera la centena, apoyados por el PTS-Frente de Izquierda, sostiene la lucha para que no se pierdan los 338 puestos de trabajo en el ingenio. Impulsan actividades diversas para hacer trascender la vigencia del reclamo obrero, y un fondo de lucha para que el hambre no agote las fuerzas de pelearle a un régimen tan persuasivo como disuasivo. Las familias de estos trabajadores conformaron una comisión de mujeres, imprescindible para atisbar energías en una lucha que lleva dos meses y medio.
María Flores tiene cuarenta años, vive y creció en el lote El Puesto, sitio donde están radicados trabajadores de campo del ingenio. Allí, el espíritu comunitario mana de una profunda opresión, las condiciones de precariedad son asombrosas, al punto tal que las viviendas no cuentan con baños propios, a lo largo del loteo se distribuyen letrinas de uso comunitario. “No tenemos apoyo de nadie, los únicos que están en la lucha son los trabajadores y sus familias, los que manejan el sindicato nos dejaron solos”, explica sin un ápice de resignación, en pie de guerra.
Ricardo Juárez trabaja hace 25 años en el ingenio, es oriundo de La Esperanza y tiene menos sensibilidad por los despedidos que por lo que entiende como la degradación del pueblo causada por la decadencia del ingenio. Antes se organizaban actividades culturales, se financiaba el equipo de fútbol para la liga de los veteranos y, mientras lo dice reflexiona, “había más puestos de trabajo”. Desde finales de los 80 a esta parte, se pasó de unos cuatro mil trabajadores a menos de mil, con la intención de que queden sólo 600. Balbucea en un soliloquio inentendible, luego puntualiza: “El ingenio empezó a decaer a principios de los 90, cuando los Jorge declararon la quiebra”.
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A juzgar por la situación actual del Grupo Jorge, administrador preeminente del Ingenio Río Grande, en La Mendieta, a escasos 18 kilómetros de La Esperanza, la aducida “quiebra” en La Esperanza fue antes una excusa para huir del lugar evitando gravámenes patronales que una situación de crisis económica genuina. Según el balance de toneladas de la zafra 2017, el Ingenio Río Grande es el tercero con mayor volumen de producción, sólo detrás de las monumentales infraestructuras de El Tabacal y Ledesma.
“Sabemos que este ingenio es uno de los que menos conflictos tiene, los trabajadores ganamos bien y tenemos, dentro de todo, buenas condiciones de trabajo. Hay que tener en cuenta lo que pasa en los otros ingenios, pero igualmente eso depende de cada una de las administraciones. Tenemos que saber que estamos bien pero podemos estar mejor, si nosotros no peleamos por nuestros derechos los vamos a perder. Por ejemplo, nos quieren volver polifuncionales, no amplían los puestos de planta permanente ni se incorporan nuevos trabajadores”, opina Ramón Herrera, de 56 años, que trabaja en la fermentación de alcoholes desde 1994.
Es el único ingenio del ramal adonde hay dos sindicatos, uno para los obreros y trabajadores de campo, y otro para los empleados administrativos.
Ricardo Juárez, el trabajador de La Esperanza que recordaba que los Jorge habían comenzado la degradación del ingenio por su falta de preocupación por actividades externas a la estricta producción zafrera, no se equivocaba. El ingenio apostado en La Mendieta se desentendió de cualquier aporte para mantener la Asociación de Tiro y Deportes Río Grande, que, como su nombre devela, fue fundada y mantenida por mucho tiempo por los dueños anteriores del ingenio.
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Igual que en los principios del Estado-Nación rioplatense, la economía regional de la zona salto-jujeña descansa fundamentalmente en la zafra, además de otros productos primarios, algunos producidos por los propios ingenios, como los cítricos. Por estos días, todas las patronales cañeras se declaran en crisis, argumento que usan para anunciar cierres y despidos. De todos modos, las utilidades del rubro siguen en alza, los derivados de la caña se han diversificado y los ingenios no sólo producen azúcar refinada, también orgánica, alcoholes y biocombustibles -sobretodo bioetanol-. Ledesma, además, produce frutas y papel, mientras que El Tabacal cuenta con una usina generadora de energía eléctrica, parte de la cual le renta al Gobierno de Salta.
El dios dionisíaco de Ledesma emana por todas partes, es inevitable sentir su presencia panóptica en cada lugar de su terruño. “El problema no es que vayan a creer que sos policía, van a creer que te manda Blaquier”, advierte un empleado del ingenio ante la consulta periodística por la reticencia de trabajadores para dialogar. El clima de miedo es una constante, si pudo participar de la desaparición física de un intendente, Blaquier puede cargarse a cualquiera, y en connivencia con cualquier gobierno que no amenace con expropiarlo.
En El Tabacal la opresión es también ostensible, las estrategias de los administradores, Hugo Rossi y Juan Carlos Amura, son igualmente intimidatorias. Además de contar con la violencia policial puesta a disposición por el gobernador Juan Manuel Urtubey, igual que Morales en Jujuy, la patronal se ocupa permanentemente de sembrar pavor entre los trabajadores y pobladores/as. El Grupo Jorge no es menos indulgente, su homólogo Gloria amenaza con cerrar y el gobierno de Morales intenta desguazar La Esperanza. ¿Todos están en crisis? ¿A qué se debe?
Una de las razones nodales de esta coyuntura lejos está de pérdidas en los márgenes de ganancia o de exceso de fuerza de trabajo empleada, pues en realidad se vienen sosteniendo y hasta aumentando los volúmenes de producción, el problema radica en la incomodidad patronal ante los derechos laborales conquistados y la reciente supresión de beneficios a la exportación de bioetanol. Esto último como efecto del Pacto Fiscal abrochado a fines del año pasado por el Gobierno de la Nación y los gobernadores alineados, entre los que se cuentan Morales y Urtubey. El Tabacal, por citar sólo un ejemplo, hasta ahora recibía créditos fiscales como forma de pago por la compra de energía que la Provincia hace para abastecer a las poblaciones de Yrigoyen y alrededores. Los nuevos regímenes ajustan esas condonaciones tributarias. Con la misma dificultad que los hombres experimentamos la deconstrucción del enraizado machismo, las patronales azucareras utilizan el argumento de la crisis económica para manifestar su verdadero malestar: la pérdida de privilegios. Solapadamente, aprovechan la coyuntura impositiva para justificar reducción de personal, para eludir obligaciones patronales, y para decapitar las organizaciones gremiales y cualquier atisbo de activismo.
La explotación de la caña y sus dividendos, no obstante, seguirán. La matriz zafrera pervive desde principios del siglo XIX y, mientras el país sostenga el modelo, tiene larga vida por delante.
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El secretario general del SOEASI da a conocer a la prensa local que ya habría “varios inversores interesados en comprar el ingenio San Isidro”. “A todos les pediremos que mantengan todos los puestos de trabajo y el convenio colectivo. Hasta el momento, el Grupo Gloria no ha manifestado interés alguno por vender, sino que plantean irse”, agrega. Además, indica que como “plan B”, “en caso de que la intransigencia del Grupo Gloria no se modifique, el Estado provincial tiene un cuerpo de leyes que permiten la expropiación y estatización de la empresa y la reactivación del ingenio, manteniendo los puestos de trabajo y respetando los derechos adquiridos de los azucareros”.
Previamente a la reunión de Urtubey en Perú, el hermano del gobernador y senador nacional, Rodolfo Urtubey, había declarado en contra de la estatización. Santiago Godoy, presidente de la Cámara de Diputados de la provincia, se despachó en el mismo sentido.
Consultado para este artículo, Mariano Cuenca insiste en las dos posibilidades anteriores. Sobre la impaciencia manifestada por algunos trabajadores por la falta de medidas convocadas desde el SOEASI, Cuenca dice que “dentro del expediente presentado por la empresa al Ministerio de Trabajo de la Nación (PPC) no se puede tomar ningún tipo de medidas de acción directa hasta que no finalicen los plazos de dicho procedimiento”. Y asegura que se están realizando asambleas.
“No sólo se está coordinando acciones con los sindicatos azucareros que conforman la Federación Azucarera Regional, sino que también se solidarizaron activamente distintas organizaciones sociales, sindicales y políticas de distintas provincias de Argentina, ya que no es un hecho aislado el que hoy estamos viviendo los azucareros, sino que estamos padeciendo como clase social a lo largo y a lo ancho del país una avanzada del capitalismo organizado y amparado por las políticas del gobierno nacional”, responde, tras ser consultado por las opciones que se manejan, más allá de la caravana azucarera y los acuerdos dirigenciales plasmados en la FAR.
La tarde sofocante en Campo Santo, mientras se comparte el jugo en lo de los Nieva, arroja una idea: la gestión obrera del ingenio ante un eventual retiro de la empresa.
Luego de rememorar la experiencia fallida de cooperativas de trabajadores dirigidas por la conducción del sindicato en los años 94 y 95, don Luis Nieva insiste con una vieja discusión que supo tener con sus compañeros de labores: “En aquel tiempo había un grupito que decía ‘muchachos agarremos nosotros el ingenio’. Pero nos tenemos que plantar todos hasta el final. Trabajemos nosotros, porque aquí cada uno sabe trabajar. El que sabe regar la caña, el que sabe preparar el azúcar, el que sabe hacer el análisis, el que sabe cargar basura. ¿Cuántos años venimos trabajando? Yo ya tengo 27 cosechas, conozco el ingenio como la palma de mi mano. Todos tenemos conocimientos y sabemos. ¿Por qué nosotros no podemos agarrar el ingenio?”.
Artículo publicado en el número 28 de la revista Rock Salta, de marzo de 2018.