Este no es un relato más de la mitología rutera. Esto nos pasó. Cada vez que nos juntamos los protagonistas de ese momento, nos miramos, agachamos la cabeza, y como verdad absoluta decimos “sí, todos lo vimos”. Han pasado varios años, es menester dejar escrito aquel encuentro.
Para preservar la identidad de estas almas sólo serán mencionados sus apodos. Fantasía o realidad, creer o reventar, así se vive a diario. El tigre quiere ser tigre eternamente y la presa también se acostumbró a ser presa. Ni el más alto escepticismo del circo romano se atrevió todavía a dudar de aquel encuentro cara a cara entre el ala más dura del rock y el heavy metal con la mismísima muerte. El vikingo Hernán, Tony (el Moyano del rock) y los dos Falsos Profetas hermanados en la música.
La cita era apetitosa en Cosquín y las huestes del mal no podían faltar. Tocaban Exodus, Logos, Skay, Jazzy Mel. ¿Cómo perderse el momento de levantar la bandera argentina escuchando Horcas? ¡Imperdible! Estábamos hospedados en una casa vieja de techos altos a doscientos metros del predio, con el río de fondo y una parrilla gigante sombreada de ceibos y tipas. Estábamos cómo queríamos, nada podía salir mal. Éramos nosotros, estábamos vivos. Rock y heavy metal por todos lados. Era nuestro lugar.
Con la lucidez y responsabilidad que exige la ruta, emprendíamos nuestro regreso contentos por lo vivido. Más allá de Ciro, Leo García y algún otro, la balanza se inclinaba a favor nuestro. No recuerdo qué escuchábamos: Chordotomy, Banio Qimico, o alguna banda blackera que también tenía que ver con sangre. El viento nos empujaba, los árboles nos saludaban hasta casi quebrarse. Mucho pasto amarillo, el olor a paraguas viejo invadía el habitáculo del Chevrolet que nos trasladaba. Entre risas y delirantes planes imaginábamos un mundo perfecto, pero también presentíamos el final. El poder de la mente y las energías todo lo pueden. Aunque muchos crean que vivimos un escarmiento advirtiéndonos, quizás, que con algunas cosas no se jode. No sabemos.
Nunca olvidaremos el escalofriante momento. El herrumbre de los postes de luz nos sugería la antigüedad y la poca concurrencia de personas por el lugar. El quejido latoso del vidrio del acompañante agregaba misterio y suspenso a esa tarde calurosa. Con varias horas en la ruta y tomando sólo agua pueden pasarte cosas. La fata morgana nos mostraba espejos que nunca llegarían. De repente y en medio de la nada misma nos detuvo un semáforo de esos cañeros. “Mirá, qué raro este semáforo, ¿no?”, se sentía desde los asientos traseros.
Y sí, era raro: no pasaba nadie, no era un cruce. Sin ponernos de acuerdo, las huestes del mal miramos a la derecha. Uno ya está acostumbrado a ver santuarios en la ruta, muchos realizan ofrendas agradeciendo un buen viaje. Ahí había un santuario de San la Muerte con velas encendidas y cera añejada, banderas negras y rojas flameando. Nos quedamos en silencio mirando la situación insólita cuando, de repente, una persona de cara borrosa y delgada nos encaró. Comenzó a caminar hacia el auto, el viento agitaba el pelo largo, los trapos que la vestían nos dejaban sin respiración. Claro, no era el changuito de las naranjas buscando monedas.
¿Sería nuestro último aliento? Diapositivas de lo vivido en segundos, cosas que todavía nos faltaban hacer. ¡No podía ser nuestra hora! Mi acompañante preguntó “¿subo el vidrio?”. “¡Sí, subí, subí!”. Se nos acercaba lentamente. “Che, ¿vamos?”. “¡Sí, sí! ¡Metele!”. Perturbados y nerviosos, nos fuimos. Largo silencio. “¿Todos lo vieron?”, “Sí… todos lo vimos”. Sellamos el pacto de no revelar las distintas reacciones que tuvimos.
Ese día nos cruzamos con la muerte. Nos miramos, pudimos preguntarle qué hay después. Si es coherente, justa. De por qué Pappo, Civile, Balderrama. Pero no lo hicimos, no quisimos que sea el momento. Fuentes locales mostraron que no se trató de un hecho aislado. Al contrario, muchos la vieron. Está ahí, esperando. Reclamará lo suyo y vendrá a buscarnos. Entonces sí será la nota final. Pero todavía no, si es que de nosotros depende.
Publicado en la revista Rock Salta Nº26, en el mes de diciembre de 2017.