Luis d’Orieux ya era una leyenda del rock tucumano cuando debió enfrentarse con un hecho que terminó de convertirlo en mito. La historia del baterista sin piernas que no para de tocar.
Por Eduardo Marcé
Fotos: gentileza Luis Dorieux
La historia reciente de Luis d’Orieux recorrió el país y el mundo. Notas en diarios, radios, especial en un programa de la TV pública, páginas de internet. La historia de un baterista que, contra todo pronóstico, y después de sufrir amputaciones en sus dos piernas, sigue tocando su instrumento, que ama con pasión. “Van a tener que cortarme la cabeza para que deje de tocar”, fue una de sus frases de cabecera en esos tiempos difíciles, cuando su reeducación musical se hacía cuesta arriba.
Pero si sólo nos centramos en eso, nos estamos perdiendo de conocer la rica historia del baterista más prolífico de Tucumán. Una historia que arranca hace casi ya cincuenta años y que el mismo Luis cuenta: “Tenía 13 años, trabajaba en Tito Sport (N. del R: célebre y desaparecida juguetería de la Galería La Gaceta), limpiaba, acomodaba los juguetes, y entre todas las cosas que había, estaban unas baterías marca Omel. Y me compré una, pagada con mi trabajo. Ese fue el comienzo de tener algo para empezar a encaminarme con el instrumento”. Sus primeros referentes venían del jazz hasta que, como todos en su generación, llegaron los cuatro de Liverpool.
Si ustedes, púberes, creen que no se puede vivir sin internet, celulares, tablets, y todo eso, bueno alguna vez se pudo. ¿Y cómo podía hacer un aspirante a baterista para aprender sus primeros golpes? “Acá en Tucumán casi no había bateristas, no había quien enseñe. Los pocos que había eran tipos muy grandes que tocaban en la banda del ejército. No me llegaba información, justamente por eso hacía mis propios rudimentos, no había tele, ni internet, pero veía lo que hacían otros. La única que había era ir los fines de semana a un cine, y en el intermedio de las películas estaba el noticiero de Sucesos Argentinos, y a veces ponían bandas, algunas big bands que había en el país, y uno, como podía, veía cómo se tenía que tocar, cómo se agarraba un palo. Un tipo que te traía un libro de afuera, para hacerte ver una hoja te cobraba un dólar. Entonces directamente aprendí solo, fui autodidacta, recién de grande pude ver mucho de los videos de clínicas. Ahora muchos chicos pueden estudiar por internet, podés tomar clases por Skype.”
Un joven Luis d’Orieux, entonces, que comienza su carrera a fines de los sesentas, pero lejos de ser una época de glamour y psicodelia, para Luis fue muy distinto. “Los lugares donde se tocaban en esa época eran los nightclubs, cabarets, y después en los clubes donde se hacían los bailes ‘exclusivos’ donde se tocaba desde las diez de la noche hasta las cuatro, cinco o seis de la mañana. Cambiaban los cantantes, algunos músicos y el baterista seguía tocando porque no había reemplazo; no tenían disc jockeys, en esa época no existían, sólo ponían música para que la gente se siente y descanse. Fue esa la época que me dio tener un gran training para tocar cualquier tipo de música, porque se tocaba desde chamamé hasta rock & roll, tenías que ser muy dúctil, y esa ductilidad me la dio esa época.”
Las bandas comenzarían a llegar después de unos intentos en la secundaria, con Luis ya integrado en la escena tucumana, se encontró con otra leyenda (pero no le digan así, porque no le gusta), el bajista Esteban Cerioni. “En el 72 nos pasábamos horas, todos los días, escuchando música con Esteban, y con él hice mi primera banda de rock progresivo, que se llamó La Piedra, con Carlos Minitti (guitarra y voz), Rodi Gil (guitarra) y Rodi Castro (teclados y arreglos). Le pusimos muchas ganas para tratar de hacer algo distinto, canciones netamente progresivas, hicimos dos teatros y Rodi tuvo que ir a la colimba; se cortó eso y nunca más nos juntamos. Después Esteban ya hizo Redd. Está la sed de volverlo a hacer, Esteban me dice que lo hagamos, falta un pequeño empujón, gracias a Dios todavía estamos todos. Despues toqué mucho con bandas de covers, en esa época no había muchos bateros, así que tocaba en dos o tres bandas. Había que vivir, ya tenía chicos y tenía que velar por una familia. No tenía un laburo seguro todavía, y entonces había que tocar, tocaba en esas bandas. ¿Viste que en esa época había bandas que le ponían nombres de frutas? Bueno, yo tenía una que se llamaba Frutilla, otra Fresas. Ylas bandas con títulos de los discos de Santana, como Abraxas, Tabú. Eso me dio mucho trabajo. Algunos dicen que no se puede vivir de la música, pero yo empecé viviendo de la música netamente.”
Y ese laburo seguro que no tenía en ese momento llegó trabajando en Comunicaciones… ¡de la Policía! “Entré a la policía y al año y pico llegó el golpe del 76, me mamé todo el proceso adentro, era radio operador teletipista. El título habilitante me lo da Isabelita en la Casa Rosada. Después viene lo del golpe, y como era radio operador de la presidencia pude seguir trabajando, mientras funcionarios que pertenecían a partidos políticos iban presos. No se llevan muy bien la policía con el rock. Yo logré equilibrar eso y que por muchísimos años no sepan que yo era músico de rock. Estuve treinta años en la policía. Hasta le enseñé a tocar la batería a un jefe. La música me dio muchas satisfacciones, y mi trabajo me permitió que yo pueda hacer música. En esa época ensayábamos en lugares muy cerrados con colchones a la vuelta, en las puertas, con luz roja para que no haya filtraciones de luz, a escondidas lamentablemente. Igual tuve un buen pasar, a pesar de ser una época muy jodida. Increíblemente tocábamos, hacíamos shows en algunos pubs, en algunas escuelas; cuando había toque de queda, se terminaba muy temprano. Por suerte nadie me jodió. Cuando vuelve la democracia, en el 83, de solo estar salen los pubs, las bandas, se empieza a tocar como loco. Estaban todos guardados, tenían unas ganas de salir a tocar terribles.”
Los primeros años de la democracia, esa primavera alfonsinista, trae también una de las bandas que marcó la carrera de Luis: Fuzz, con Julio Herrera en bajo, Luis Lezcano en guitarra y voz, y un recién llegado y casi adolescente Chechi Bazzano, que luego también formaría parte de la formación clásica de los Peces Gordos. “Con Fuzz pude tener la oportunidad de tener una banda que sentía demasiado, tocábamos muchísimo, hacíamos pop rock y era increíble cómo nos contrataban en boliches, era una banda con muchos talentos. Era impresionante tener esa banda. A partir de Fuzz empecé a acompañar a músicos que venían a tocar de Buenos Aires, hice de sesionista para grabar o tocar. Tocábamos mucho, vivíamos mucho y bien.”
Ya entrados los 90, llegamos al grupo que marcó la carrera de Luis. “Hablo más de los Peces que de mí”, dijo en algún momento. Todas sus anécdotas terminan, de una u otra manera, desembocando en los Peces Gordos, una de las bandas que se hizo grande en el Norte sin necesidad de apuntar la mira a Buenos Aires. “Con los Peces cumplimos en marzo veinte años. Muchos shows, a veces de tres a seis por fin de semana. Comenzaron siendo una banda de covers, se tocaba en todo el Norte, después mezclabamos los covers con los temas nuestros, grabamos el primer disco y con eso laburamos casi veinte años. Me admiro que hayamos trabajando tanto con un solo disco, y todavía hay gente que no lo conoce, y eso no nos daba tiempo de entrar a grabar el segundo disco, teníamos el material, lo tocábamos. Se tocaba un viernes, por ejemplo, en tres lugares distintos de Salta, primero en un pub; después íbamos a un boliche, terminábamos y pasábamos a otro boliche. Al otro día partir a Jujuy, empezar en un pub, tocar en un boliche, y seguíamos por el interior de Jujuy, hasta llegamos a tocar en bailantas. Todo eso se extraña, trabajamos muchísimo, por todo el Norte, cuando contábamos en Buenos Aires lo que se trabajaba acá, varios se querían venir a vivir.”
Uno de los primeros shows importantes de los Peces Gordos fuera del circuito de pubs fue en el Centro Cultural. Allí llegaron después de tocar maratónicamente, jueves y viernes, por el Norte. Luis cuenta cómo había sido esa semana: “Pasamos derecho al Centro Cultural, llegamos y se acostaron a dormir todos en el escenario, hasta que armamos las cosas, y después del show nos fuimos a cambiar a la madrugada para ir a Santiago del Estero. Era una vorágine, se tocaba muchísimo, pero había muchas pilas, era increíble en los viajes. Era tremendo, se extraña. Yo tengo las mismas ganas, no se me caen.”
En el medio de toda esta vorágine, estando de una gira y de forma casual, se le diagnostica diabetes. Sin bajarse de giras y shows, empezó a sufrir las consecuencias del trajín, llegando a subir a tocar vendado y medicado, a riesgo de agravar su salud. La curación no cicatrizaba y Luis empieza a sufrir pequeños cortes que iban subiendo desde la planta de los pies. “Me están cortando como salame” era una de esas clásicas frases que usaba para dejar un poco más tranquilos a los que se preocupaban por él. Sumado a esto, varias convulsiones en el seno de la banda hacen que se termine la primera etapa de los Peces, aunque continuaría tocando con Sargento Cruel o por unos meses con Tripas Calientes, en ambos junto a Chechi e Iguana Abregu, sus laderos en los Peces. Pero el dolor le impedía continuar, haciendo que tomara la decisión de cortar una pierna para que la enfermedad no se propagara más de lo aconsejado.
Lo que a algunos los hubiera hecho dejar y añorar épocas pasadas, en Luis sólo generó más ganas de seguir tocando. Desarrolló un sistema para poder tocar un pad que dispara un sonido de bombo, y adaptó el resto de la batería a su nueva manera de tocar. Retroceder nunca, rendirse jamás, y nunca mejor dicho. “Cuando volví en el 2010, fue cuando me cortaron la primer pierna, y a los quince días ya estaba tocando en mi cumpleaños; empecé a la una de la tarde, y eran las diez de la noche y seguía tocando. Cuando me cortan la segunda pierna, a los doce días Marlene, mi hija menor, vuelve a reunir a los Peces, y yo no estaba tocando bien, pero tenía las ganas. Y cuando estaba cerca el recital, el Iguana tiene un accidente, se cae y se quiebra la muñeca. Digo vamos a esperar a que se ponga bien y yo ya voy a estar a tiro para tocar. Mientras tanto yo voy a practicar. Empezamos a ensayar y ya tenía los temas prácticamente como los tocaba normalmente, a mi manera, o a mi nueva manera de tocar. A los cinco meses tocamos en Plaza Independencia, como para foguear, y esa fue mi primera tocada sin las piernas, y el regreso en el Teatro Alberdi, ese fue el regreso de los Peces, y hasta ahora mi última tocada con ellos, en julio del 2011. Cuando volvimos pensábamos hacer el segundo disco, pero no lo hicimos, pero en el show pusimos mucho temas nuevos, y grabamos un DVD.”
Esta vuelta o renacer de su carrera, trajo aparejado el reconocimiento no sólo local, sino a nivel nacional e internacional. Desde 2010 en adelante Luis viene dando clínicas y charlas de motivación, llegando incluso a Las Vegas en el reconocido Drum Camp y participando de la última NAMM, esa suerte de expo mundial de instrumentos, invitado por la marca de platillos que usa, Exodus. Allí viajo con Pablo Pacífico, cantante de los Peces, y llegó a registrar su paso en un programa de TV, junto a músicos mexicanos y de USA. “Cuando Chechi e Iguana me dicen que no podían seguir tocando, que no tenían nada que aportar a la banda, me vino una desilusión tremenda. 59 años, casi 60 ¿y comenzar de nuevo? Estoy haciendo otras cosas, la música siempre me va dando para hacer otras cosas, charlas de motivación, clínicas, demostraciones, sigo tocando, pero mi banda son los Peces. Yo estaba por tirarme para atrás, pero Pablo me dice ‘cómo vamos a dejar, si esto es lo nuestro’. Siempre tocamos los dos, cambiamos músicos constantemente, pasaron casi treinta músicos en estos 20 años. Es increíble haber hablado a tres chicos y que sientan tanto honor por tocar en esta banda, me llena de orgullo y satisfacción. Seguimos con ellos, y con Pedro Gómez, que fue el primer bajista de la banda, y Luis Corvalán, un blusero de hace más de cuarenta años. Creo que hay Peces para rato todavía.” Su actual casa de Villa Carmela, ciudad cercana a Tafí Viejo, es su refugio donde tiene su sala. Esa que guarda sus memorias, grabadas en fotos, recortes de diarios, afiches, parches autografiados por las luminarias que pasaron por su casa, donde tiene su colección de DVD, que amplia constantemente gracias al generoso aporte de sus amigos, donde aún ensaya y da clases. Desde allí se conecta al mundo gracias a Facebook, siempre atento a responder consultas. Y, claro, allí tiene sus baterías. Esas que arma y desarma con pasión, y hace sonar solo como él sabe. “Soy feliz con todo lo que me dio la música y me sigue dando. A pesar de ciertas adversidades que uno tiene en la vida, pude seguir tocando y haciendo música, mal, regular, o bien. Nunca me puse a fijar si soy un gran o regular baterista, o soy un baterista malo pero que toca y le hace gustar a la gente.”
* Nota publicada en la revista Rock Salta N° 16 (Agosto/Septiembre 2013).