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¿Quién dijo que todo está perdido?, de Gastón García Marinozzi

El libro analiza la importancia de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, de Fito Páez.

¿Quién dijo que todo está perdido? Biografía de una canción (Turner Libros, en Argentina a través de Océano), de Gastón García Marinozzi, es el flamante libro de este periodista argentino radicado en México, un trabajo que indaga en “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, quizás el tema de mayor importancia en la carrera de Fito Páez.

Para el autor, “Yo vengo a ofrecer mi corazón” es “la última gran canción latinoamericana”. Se trata de una afirmación que invita al debate. ¿No hubo, en los 36 años que pasaron desde su aparición, un tema a la altura? García Marinozzi aporta sus argumentos a lo largo de unas 250 páginas. Pero no lo hace en soledad, se nutre de una buena cantidad de entrevistados y entrevistadas que opinan sobre la obra de Fito. No habla cualquiera: Joan Manuel Serrat, Armando Manzanero, Eugenia León, Andrea Echeverri, son sólo algunos de los nombres pesados que toman la palabra en este libro.

¿Quién dijo que todo está perdido? se divide en dos partes. La primera habla de la música popular como testimonio, como voz de la sociedad. La música como unión colectiva y esperanza. “Para que no los impongan las instituciones, los movimientos sociales necesitan que sus juglares escriban sus himnos. Aunque luego se institucionalicen, esos versos nacen de aquel artista que sabe recoger aquello que flota en el viento”, se puede leer en el libro.

García Marinozzi hace un repaso general y de a poco nos lleva hacia Fito. Cita a la canción testimonial o de protesta, va de “Bella ciao” y la chanson francesa a Bob Dylan. Pasa por Billie Holiday, por la música de pre y post guerra, llega al folclore, se detiene en el tango y desemboca en Páez, casi una síntesis de todas esas influencias.

“Yo vengo a ofrecer mi corazón” forma parte de Giros, el segundo disco de Fito, publicado en 1985, “el año emblemático de la primavera democrática”. La canción se convirtió de inmediato en un himno posdictadura que tuvo en Mercedes Sosa a una abanderada que la catapultó al mundo. Con su exportación comienza la segunda parte del libro, que da cuenta de la importancia del tema en Latinoamérica y España. Pablo Milanés dice que es una canción “perfecta”. En Chile recuerdan cómo sus versos fueron citados en un caso de derechos humanos. Otros testimonios muestran que el tema resurgió (¿o nunca se fue?) durante la pandemia.

Varias de las entrevistas fueron realizadas para un documental sobre los treinta años de Giros dirigido por Diego Álvarez que todavía permanece inédito. García Marinozzi participó del trabajo y comparte esa experiencia, la redirige a “Yo vengo a ofrecer mi corazón” y confirma que mientras haya injusticias, habrá utopías, y que allí estarán las canciones para sostener las esperanzas.

– ¿Una canción no cambia el mundo pero puede mejorarlo?
Lo hace más soportable, al menos en esos tres minutos que dura una canción. La canción, como cualquier artefacto cultural, tiene la posibilidad de mejorar las vidas, aunque sea de manera efímera. Puede parecer una ilusión, pero ahí están Los Beatles, Bach o «Despacito» para pasar el rato. Lo que cada uno quiera y elija. Puede ser un pequeño milagro.

– ¿Por qué “Yo vengo a ofrecer mi corazón” es “la última canción latinoamericana”?
Es el final de una tradición y de una estirpe, la de aquellas canciones que creían que sí podían cambiar el mundo. Esto fue así desde los 60 o 70, donde todo gesto artístico podía ser un gesto político y por lo tanto, en la época, revolucionario. Esta canción es el último coletazo de ese mundo. Lo que la diferencia de todas las demás es que se la sigue cantando. Las otras son solo para nostálgicos. Esta sigue viva y tiene la capacidad de adaptarse a cada momento: puede ser una canción de amor, también de resistencia, de esperanza, de comunión. La cantan en las marchas por los desaparecidos de Ayotzinapa en México, en casamientos y contra el COVID. No encuentro otra canción que tenga esta vigencia.

– Muchos testimonios fueron tomados del documental de los 30 años de Giros. ¿Podrías contarme un poco sobre ese trabajo, tu participación, y por qué aún no se pudo ver?
– A mi me invitó el director Diego Álvarez, a quien Fito le había pedido que hiciera algo para la celebración del aniversario de Giros. Planeamos la gira que se hizo por todos estos países y el documental. Hay muchas horas grabadas, cosas muy buenas, muchos invitados. Y sobre todo un Fito lleno de energía ante un público que se le rendía en cada ciudad. Los teatros estaban llenos de chicos que ni siquiera habían nacido cuando salió Giros y se sabían todos los temas de memoria. Ojalá alguna vez salga.

– El libro muestra la influencia de Fito en muchos países. ¿Te parece que en Argentina no nos damos cuenta de su magnitud en el continente?
Fito supo hacer una carrera emocional por Latinoamérica como ningún otro la hizo. Fue el camino que abrió Soda Stereo, por supuesto, y que desaprovechó -o no necesitó- Charly. Pero Fito siempre estuvo ahí, girando por los países desde sus inicios. A veces fueron giras con grandes aparatos de marketing y todo el apoyo de las discográficas, pero otras, muchas, fueron shows chiquitos, con bandas mínimas o sólo con el piano, pero siempre conectando con la gente. Es un artista que juega de local en todos lados. Es exageradamente argentino, pero a la vez local en Santiago o en el DF, ni qué decir en La Habana. Fito canta con los de música ranchera, los de cumbia, los folclóricos y con los más rockeros. Tiene esa alma brasilera, o de Mercedes Sosa, de todos cantan con todos. A pesar de que cada viaje tiene un disco nuevo, porque él siempre va a otra velocidad, cuando empieza con las canciones de toda la vida, es irresistible. En el libro se dice que «Yo vengo a ofrecer mi corazón» es una canción más latinoamericana que argentina, y puede ser.