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Relatos de la Luna: tres partes de Sig Ragga

Sig Ragga presenta su cuarto disco de estudio, donde profundiza su alejamiento de una ortodoxia musical que nunca fue.

El reggae vernáculo tuvo -al menos pensando en alta rotación y llegada mainstream- dos grandes etapas: una inicial, vinculada a Los Pericos, y otra -más acá en el tiempo- con referentes como Los Cafres, Nonpalidece, Resistencia Suburbana, entre otras. Claro que es una generalización muy básica, pero servirá para ubicarse.

Con el género menos de moda, siguió una renovación que tuvo en los santafesinos Sig Ragga una de sus expresiones más destacadas. Su disco debut, homónimo, de 2009 llamó la atención, sobre todo por ese costado de “fusión”, expresión cuando queremos definir múltiples elementos musicales a veces indefinibles.

A partir de ahí, seguiría una profundización de esa línea en su segundo disco Aquelarre, de 2012 y ya con La promesa de Thamar, la exploración y el despegue de la ortodoxia parecen irreversibles.

Relatos de la Luna, su cuarto álbum, vino en cuotas. Dos partes de 3 canciones en 2019, y una a comienzos de 2020. Hace 2 semanas fue lanzado como obra completa, con otro orden en relación al que fue lanzado, con un video de «La luna y el castor», como corte de difusión.

Si quieren escuchar un disco sencillo, no será la ocasión. Reggae que hable del Monte Zion, de Jah, la Ganjah y esos tópicos, tampoco. En treinta segundos de una canción hay más elementos musicales que en discografías enteras, sin que eso sea objeto de mensura, comparación o una celebración absoluta.

Voy a recomendar tres canciones:

  • 1. «Disparos en el aire», una pieza por demás bella que recuerda a cierta canción francesa de los ’70, que habla de “la baba policial”, y que tiene como invitada a la gran Liliana Herrero (reciprocidad pura, dado a que Gustavo Cortés fue invitado a cantar en la versión de «Abre», del disco en el que LH homenajea a su amado Fito Páez).
  • 2. «Tocando el cielo», quizá lo más Spinetteano del disco: canciones dentro de canciones
  • 3. «Guerra«, cierre del disco con un gran machaque riffero y un teclado power metal progresivo que recuerda a Dream Theater (quedan por demás claras esas influencias en esta y otras canciones del disco).

Fuera de estas canciones, casi azarosas, es recomendable detenerse en el groove de todo el disco (de toda la discografía), y en algo no menor: la poesía de la banda. Pocos proyectos musicales tienen el vuelo poético de Sig Ragga, delatando el mutiverso de artes en el que su música se inserta. Ni hablemos de verlos en vivo. Eso ya es otra cosa.