Venimos, estamos y nos vamos. ¿Qué pasa con los discos, con los recuerdos, con lo que fuimos? ¿A quién le importa?
Las campanas suenan anunciando tu muerte, tu tiempo se acabó. Vienen a buscarte y vos ahí parado, desconcertado, con tu mochila cargada de chucherías que sólo vos sabés lo que valen. Solamente vos conocés el amor que tiene cada objeto. Me pregunto: ¿Y ahora qué pasará con todo esto? Quién cuidará estos tesoros.
Entre vientos y pensamientos embarcados en amargura recuerdo aquel primer casete TDK que tuvo la grandeza de copiar canciones en la radio, algunas pisadas por el locutor, que con mucha suerte alguien llegará a escuchar. El holograma número 1 del álbum de Transformers, el vinilo de Nina Miranda. Ni hablar de la cantidad de CDs, vinilos, revistas, entradas, pósters, libros, el auto restaurado, que tienen un valor claramente relativo y no sé si alguien de los que queden pueda llegar a comprender. Con seguridad no.
¿Será que la reticencia a construir nuevos recuerdos dijo presente? Ni cuenta nos dimos y nos aferramos a recortes de diarios, a reliquias materiales que recuerdan épocas y momentos donde nos hemos sentido plenos y, por qué no, felices. Crecer es una trampa y caemos a diario en la vil idealización de lo vivido, sintiendo esa nostalgia que susurra diciéndonos «ya no lo vas a volver a tener». Y a pesar de todo eso que alimenta nuestra obsesión de coleccionar, tu tiempo terminó, ya no podés hacer nada. Sabiendo esto, ¿no puedo retroceder en el tiempo? Por lo menos dos años para decidir qué hago con mis cosas.
Nada podés hacer. Todo será vendido o regalado. Escucho los lamentos del subconsciente, su tristeza y negada resignación. Tanto para nada.
6.30: suena el despertador.
¿Acaso mis plegarias fueron escuchadas? Gracias Civile, Balderrama, Pappo. Gracias Rony, gracias Tony. El infierno debe estar encantador. Tengo algo más de tiempo, aunque siempre se puede estar peor. Esto no podía terminar así. Con nada hemos venido y así nos iremos. Tener la capacidad de celebrar el pasado, darnos cuenta de que podemos construir nuevos recuerdos con otros recortes disfrazados en otros vinilos, o en otras personas. Compartir momentos, que es lo único que nos hace perdurar. Tratar de llegar al final del camino con la mochila lo más liviana posible. Y no trasladar esa responsabilidad afectiva a los que quedan.
Todo esto pensaba El Falso Profeta mirando el boleto de colectivo con número capicúa. Su suerte seria para todo el día.