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Un año sin el Flaco

Se cumple el primer aniversario de la muerte de Luis Alberto Spinetta. Desde entonces, su música se expandió y hoy lo tenemos presente en cada canción. Nuestro homenaje. 

La tarde en que Luis Alberto Spinetta murió, en Salta llovió como la última vez. Mucha gente lloraba, las radios rotaban su música, los barrios por fin tenían una razón para inundarse. Fue una despedida silenciosa. Incrédula. De solitaria red social. No hubo homenajes públicos, pero sus canciones sonaron en todos lados. De golpe, nos dimos cuenta de lo gigante que había sido el Flaco.

A nivel país sucedió lo mismo. Sus discos empezaron a aparecer completos y en buena calidad en You Tube; la tapa de Pescado 2 comenzó a viralizarse por todas las pieles sensibles que querían tener tatuado un pedacito de su obra. Las radios, los canales, las revistas, los diarios y los portales lo pusieron en tapa, en el copete, en el título y en la bajada. Se reeditaron libros y álbumes, y cierto material histórico (como el especial de La Mano de 2006 o el vinilo original de Artaud) se volvió carísimo. 

El 2012 lo encontró a Spinetta flotando en las aguas del Río de la Plata, el lugar que eligió para que sus hijos arrojaran sus cenizas. Lo halló en la conmovedora “Águila amarilla”, de Illya Kuryaki, donde su hijo Dante devolvió las gentilezas que su papá había iniciado en 1977 con «Canción para los días de la vida». En el homenaje de Pedro Aznar, que grabó un disco hermosoEn los tributos que hicieron muchísimos músicos en un montón de ciudades. 

Nunca puede ser buena la muerte, la confirmación definitiva del no va más, del ya fue, vieja. Olvidate. Quedate con tu recuerdo y no jodás más. Pero diferente es saber el valor positivo que una muerte puede dejar. La partida de Spinetta hizo que su música hoy sea más escuchada. Que canciones que estaban ahí, guardadas para algunos pocos que no podían llenar un estadio para cinco mil personas; resuenen en los oídos de un montón de personas que se acercaron por curiosidad, por morbo, por culpa sonora o por andá a saber qué.

Con Spinetta muerto nos quedamos como nieto arrepentido por haberla tratado mal a la abuela; como un novio que se da cuenta tardísimo de que su muchacha no estaba tan mal después de todo; que, en definitiva, era casi lo mejor que le podía suceder. Con el Flaco pasado al arpa ya no podemos ir a gritarle nada, ningún chiste a lo Capusotto, o algo para que conteste con su habitual genialidad. Ni decir “Bueno, sí, pero a veces me aburro en sus recitales”. Hoy, la mayoría vendería a la madre para conseguir una entrada para ver al Spinetta más embolante y caprichoso.

Aún así, lo estamos escuchando. Tarde, pero seguro. Como pasó con Pappo, con Luca, con tantos otros. Gracias a la parca, hoy Spinetta es inmortal.