Compartimos la nota de tapa de la revista Rock Salta número 18, de diciembre de 2013. Un repaso por el tour que llevó al ex Mano Negra por Rosario, Cosquín y nuestra ciudad. Días calurosos de intensidad inolvidable.
Fotos de Martín Azcárate y Gastón Iñiguez.
El Estadio Delmi arde, hace transpirar sin moverse. Históricamente, el palacio de los deportes salteño siempre fue una olla a presión que suena como el orto. Hoy no es la excepción. En el escenario montado frente a las plateas, Gambeat dispara programaciones y, como un enfermo, agita el brazo derecho por encima de su cabeza. Arenga, grita, mira a la multitud con la automatización que provoca hacer lo mismo en todas las ciudades de una gira mundial. Pero también con la energía propia del que ama lo que hace, como canta Carajo. Todavía no tocó el bajo que cuelga de su cuerpo, que espera ser sacudido durante más de dos horas y media. El guitarrista, Madjid Fahem, aparece cuando Gambeat y Philippe Teboul, el batero, ya están empezando a forzar la máquina.
Al fondo del escenario, Manu Chao mira la performance inicial de sus compañeros, franceses como él, y fuerza su propia máquina. Salta solo, en el lugar, recibe la arenga a través del retorno y empieza a precalentar a segundos de salir a escena y comandar el show más enérgico de la historia del rock en Salta. Abajo, cuatro mil personas también acusan recibo. Cuando Manu sale y se cuelga la acústica, sube la energía. Cuando el grupo empieza a cantar a coro (“¡Ya llegó! ¡Ya llegó!”), la temperatura vuelve a elevarse. Y cuando la banda arranca con un ritmo ska punk que se repetirá a través de toda la noche, la gente se conmueve. Ya fue todo. A saltar y a descargarse. Hay un rugido que baja desde la platea y llega hasta el borde del escenario. Un “vamooo” largo y potente que alcanza a erizar la piel. Porque significa mucho para una ciudad esquizofrénica que se debate entre el conservadurismo recalcitrante de iglesia omnipresente y el troskismo ganador de las elecciones. El progresismo de moda en el Norte se encuentra con el soundtrack soñado. La whipala flamea, los pueblos originarios hoy son recordados. La facultad de Humanidades se trasladó al estadio. Los turistas europeos conocen el Delmi y se cagan de calor por ese francoespañol, músico de mundo capaz de hipnotizar con canciones que parecen todas iguales, en los discos y en vivo. Manu Chao, la experiencia alterlatina post noventas purificada y envasada, con mensaje combativo que se adapta a cada lugar donde se presenta. Ya llegó.
Primera Estación: Rosario
La gira argentina 2013 de Manu Chao y La Ventura comienza el jueves 28 de noviembre en el Salón Metropolitano de Rosario, una de las ciudades que albergó al músico en el año 2000, cuando arribó al país por primera vez tras la separación de Mano Negra. El Metropolitano está dentro del predio del shopping Alto Rosario, en una zona que bordea el río Paraná, cerca del barrio Pichincha. Un lugar de edificios modernos que pretende transformarse en una versión local de Puerto Madero. Apenas unos pocos propietarios de casas antiguas resisten la tentación millonaria que les ofrecen las inmobiliarias para quedarse con sus terrenos.
Hay aire acondicionado en el galpón de esta vieja estación de trenes remodelada que aún conserva algunos vagones de antaño como piezas de museo. Es una sala VIP para conciertos. La ventilación es tan extraordinaria que no hay rastro de olor a faso. En los baños hay agua, jabón líquido y toallitas de papel. Pulcritud extrema para el hippismo urbano.
Los rosarinos todavía recuerdan el primer show de Manu en la ciudad. El que dio en el Anfiteatro Humberto de Nito, en 2000. El que empezó a edificar el mito. Las notas de esos años también lo hicieron. El suplemento No, Rolling Stone y otras publicaciones de la época daban cuenta de la llegada de ese músico que era capaz de sumergirse en las profundidades de los barrios más peligrosos y necesitados de la ciudad que le tocara visitar. Para colmo, sólo tenía un disco editado (Clandestino, de 1998) y aún sorprendía. Manu Chao era el rey en una Argentina que todavía padecía el efecto pizza con champagne que estaba a punto de explotar.
Afuera del Metropolitano están los chicos de Comunidad Rebelde, que hace un año destruyeron un bunker de drogas y lo están transformando en el primer centro comunitario de la ciudad con una construcción 100% sustentable. La Comunidad está formada por vecinos y organizaciones sociales como CUBa-MTR, la Juventud Revolucionaria del Che y la TUPAC. “Tenemos una organización social que hace diez años que está en barrio Triángulo, en la zona oeste de Rosario. En diciembre de 2012 funcionaba un bunker de drogas en el barrio y con los vecinos lo tiramos abajo, a mazazos, porque ya no daba para más la situación. Idas y venidas de autos, todo el quilombo que lleva el narcotráfico. Una vez que se derrumbó ese espacio se decidió construir un centro comunitario que funcione para el barrio. Diferentes talleres de oficios, actividades culturales. Estamos en el proceso de construcción, todavía. Estamos construyendo con material reciclable, tierra, botellas, caña. Es un proceso más lento pero está bueno, porque lo estamos haciendo en forma de taller. Estamos enseñando y aprendiendo otra manera de construcción y dándole pelea al narcotráfico”, cuenta Nicolás Sanfilippo, uno de los responsables de la organización.
Comunidad Rebelde asegura que el negocio de las drogas es posible gracias a la complicidad de muchos, y señala tres actores clave: la policía, “que participa de negociados y brinda apoyo”; el gobierno provincial del socialista Antonio Bonfatti, “que le resulta imposible ocultar sus vínculos con estas organizaciones criminales”, y el gobierno nacional, que “no sólo no hace nada para resolver esta situación, sino que es cómplice, garantizando la impunidad, el libre accionar y la sustentabilidad de los negocios de narcos, canas y gobernantes”.
El trabajo de la organización posee un gran apoyo de la escena del rock rosarino. El domingo 1 de diciembre se organizó un festival a beneficio del centro comunitario. Participaron Cielo Razzo, Vudú, Carmina Burana, The Koalas, Chicos Vaca, Gonzalo Aloras, Degradé, entre otros.
Para Nicolás, el centro comunitario “es una pequeña salida”. “Con esto no se acaba el problema, pero es un paso adelante. Y la idea es difundirlo por todos lados, para que en otros barrios, otros vecinos se animen a tirar abajo a los bunkers. Lo que pasa es que como hay mucha complicidad con los políticos y la policía, se vuelve a armar”, explica.
Su manera de pensar, intentando crear pequeños pero significativos impactos, concuerda con lo que el propio Manu Chao dijo este año en una entrevista al diario español El País: “Buscar una solución global está fuera de mi alcance, me rindo; pero existen soluciones a escala local”, declaraba, y ponía ejemplos: “El huerto es autoabastecimiento, trueque, relación humana, es revolución. Tocar en bares es otro ejemplo”, agregaba.
Comunidad Rebelde es sólo uno de los distintos movimientos sociales que se concentran esta noche en el Metropolitano. Manu Chao tiene esa capacidad de nuclear diferentes causas. Los que se acercan allí saben que tienen una gran posibilidad de difundirse. Ahí están, entonces, distribuidos en diferentes stands, asambleas contra la minería a cielo abierto, otra por los derechos de la niñez y la juventud, y los chicos de Comunidad, que además venden los discos de La Semilla, el grupo que está en el escenario.
La Semilla es una banda rosarina con dos discos editados. Con influencias folclóricas y melodías andinas, el grupo se asemeja a Arbolito: rock fusionado al extremo. Con causas sociales como premisa, uno de los últimos temas que hacen es “El humahuaqueño”. Al verlos se perciben ciertas ganas de estos chicos de haber nacido en el NOA para poder vestir con mayor autenticidad buzos de llama y poseer una fuerte marca regional que en ellos no parece muy natural. “La idea de esta banda es la igualdad y la alegría”, dicen. Hay mucha nariz de payaso entre el público, algo que confirma el carácter del grupo. Antes de despedirse, los músicos piden que la movida autogestiva de Rosario aguante.
A las 21.50, aparece Manu Chao junto a La Ventura. Como Bob Dylan, Manu reinventa su música y provoca confusiones en la audiencia, que por momentos tarda en reconocer qué canciones está escuchando. Así, una pieza dulce como «Minha galera» puede encajar en el formato rumba ska punk que el ex Mano Negra ofrece con su enérgico show, que en Rosario no pasa de tibio, de intensidad de manual.
Por momentos, la banda se asemeja a Manga de Boludos, el grupo ficticio de fiesta perpetua de Peter Capusotto: no paran y parecen estar haciendo el mismo tema una y otra vez. Pero son diferentes: aparecen “Clandestino”, “Desaparecido”, “Bongo Bong”, “King Kong Five”, “Mala vida”, “La vida tómbola” y varios más. Tras dos horas y cuarto de intensidad precisa, las seis mil personas abandonan el Metropolitano con un sabor agridulce. El concierto del 2000 sigue pesando en los rosarinos.
Próxima Estación: Cosquín
Dos días después, el 30, el show se traslada a la ciudad de Cosquín. Es un sábado muy caluroso en la ciudad de Córdoba, pero en Cosquín la tarde es fresca y primaveral. El clima serrano que se vive ayuda a recordar las primeras experiencias del Cosquín Rock, que comenzó en 2001 en esta localidad y ahora se realiza en Santa María de Punilla. Comparada con la edición 2013 del festival, la Plaza Próspero Molina es un lugar pequeñísimo, aunque le hayan sacado todas las butacas. Aquí sólo caben 15 mil personas.
A las siete de la tarde, la tranquilidad reina en las calles y en la plaza principal del pueblo. Todos charlan, bailan, toman, fuman y cantan sin problemas, hasta que deciden entrar al predio del show. La paz se ve destruida por la fuerza cordobesa, que confunde control con exceso de autoridad y confirma que ser policía es una de las peores cosas que le pueden pasar a un ser humano. En Rosario son acusados de connivencia con los narcos. En Córdoba apretan el puño y se hacen los heavys innecesariamente, con soberbia.
La policía cordobesa revisa. Como en Los Simpsons, hace inspección de billeteras. Un chico aparentemente ebrio es interrogado. Le preguntan cómo se llama, si tomó y por qué lo hizo. A otro le encuentran pastillas, le preguntan para qué las tiene. El pibe contesta que son recetadas. Otro se ve obligado a abrir el estuche de sus lentes y a mostrar el paño que usa para limpiarlos. Curiosamente, la requisa minuciosa no incluye las zapatillas.
Ante las protestas de la gente, los policías se hacen los boludos y toman por boludos al resto, diciendo que esa severidad es “normal” en todos los conciertos. Ante la respuesta negativa de la gente, que sabe que el control está siendo exagerado, los oficiales aseguran que es así en todos los conciertos de Córdoba. Finalmente, dicen que es así en todos los conciertos de la zona de Punilla. Nunca pierden. Siempre una palabra más para justificarse. Con todo, la marihuana pasó igual y adentro venden baldes de escabio. En la Próspero Molina todos están del orto y nadie provoca disturbios.
Adentro del predio hay banderas y stands con folletos y planillas para firmar. Se destaca Tierra para la vida digna, que asegura que el déficit habitacional en Córdoba es del 48%. Exigen que la tierra no se contamine y sea para quien la trabaje y la habite.
Además, la ONG Conciencia Solidaria habla sobre el peligro de la energía nuclear. Informa que la ley 9526, que prohíbe la mega explotación minera en el territorio provincial, corre el riesgo de desaparecer tras el pedido de inconstitucionalidad que realizó la Asociación de Profesionales de la Comisión Nacional de Energía Atómica junto con la Cámara de Empresarios Mineros de Córdoba.
El escenario Atahualpa Yupanqui, meca del folclore, es gigante para la escenografía de Manu. En Rosario entró justa. Hoy, el telón de fondo con diversas consignas (“Desalambremos esta vida”, “No a la mina”, “Ni un pibe menos”, “Ni una piba menos”), queda desproporcionado, parece casi olvidado.
A las 20, aparece Nenes Bian, un multitudinario grupo cordobés de cumbia, cuarteto y rock. La fórmula es precisa: letras de humor y denuncia con ritmos cambiantes que buscan no decaer jamás, a lo Caligaris. Comienzan cantando para poco menos de 200 personas. Terminan media hora después, después de cantar contra la policía.
La Cartelera sube a las 20.45. Muy buena banda de cumbia, reggae y ska, con reminiscencias a Karamelo Santo. También cantan contra la cana. Suenan bárbaro, son una fiesta en serio. Se van muy aplaudidos después de hacer dos bises.
Hay un sentimiento de mayor pertenencia en las bandas cordobesas que no se percibía tanto en Rosario. Quizás sea un espejismo provocado por el camuflaje cuartetero, o quizás sea la precisión con la que los dos grupos sintonizaron el momento y decidieron cantar contra la policía, a una semana de la Marcha de la Gorra, producida en Córdoba. La movilización exigía la derogación del Código de Faltas provincial, que permite a los uniformados detener a la gente bajo la ambigua figura del «merodeo», sin un control judicial.
Casi a las 21.50, un hombre se sube a una escalera y comienza a pintar “Fuera Monsanto” con una brocha blanca, sobre la parte superior del telón de fondo. A medida que va completando la frase, la ovación se va incrementando. La Plaza está repleta cuando, de golpe, con las luces encendidas, aparece Manu, aplaudiendo a la gente. Saluda y dice que es un honor tocar en este escenario con tanta historia. Inmediatamente le da el micrófono a quienes lo acompañan, un grupo de activistas contra la instalación de la empresa de herbicidas y transgénicos Monsanto en la zona de Malvinas Argentinas, en las afueras de la ciudad de Córdoba.
“Estamos luchando contra la multinacional Monsanto en Malvinas Argentinas hace tres meses. Sabemos que estamos luchando contra un monstruo. El gobierno nacional, el provincial y el intendente son cómplices. Nos están golpeando y amenazando. Sabemos que es una multinacional que viene a expulsar a los campesinos, a talar los árboles, a adueñarse de lo que es nuestro, a adueñarse de nuestras semillas. Pedimos por nuestro derecho a la salud y a la vida”, dice Sofía, una mujer que pertenece a las madres del barrio Ituzaingó Anexo Córdoba. Mientras ella habla, Manu sostiene una bandera alusiva. Tras los discursos, todos se retiran bajo aplausos.
Pocos minutos después, las luces se apagan y comienza el show de La Ventura, que esta vez se revela mucho más intenso que en Rosario. El lugar, la gente y la banda están más predispuestos, se les nota en las caras. Además, el sonido y las luces son impecables, ayudan mucho. El público está tan encendido que no para de arengar. Manu se golpea el pecho con el micrófono y todos lo acompañan con palmas. Es un solo de corazón amplificado. Atom Heart Manu.
Sobre el final, Amparo Sánchez aparece de invitada. Amparanoia, la Manu Chao femenina, como intentaron promocionarla a mediados de la década pasada, es mucho más que una copia del francés. Con su voz conquista a todos y se va aplaudida, dejando con ganas de más.
Próxima Estación: Salta
Es lunes 2 de diciembre y el verano decidió pegarse una vuelta anticipada por la ciudad de Salta, que se ve asediada por un sol apocalíptico que provoca cáncer de todo. El Estadio Delmi, la caja de zapatos del rock del NOA, empieza a anticipar que será una noche inaguantable. Por ahora, al mediodía, sólo hay algunos plomos y asistentes preparando un asado en el estacionamiento interno, mientras Manu y sus músicos prueban sonido. Poco después aparecen los músicos de La Yugular, la banda de reggae de Perico, Jujuy, que está cobrando cada vez más notoriedad a fuerza de personalidad musical, letras comprometidas y una soltura cada vez mayor en el escenario. En los pasillos, los organizadores locales intentan conseguir artesanos “de verdad” para que suban al escenario.
A las siete de la tarde, la cerveza ya es el líquido básico de todos los que empiezan a reunirse alrededor del estadio. La increíble disparidad de precios en Salta se percibe en los menús económicos por veinte pesos (plato principal, sopa y pan) y los vendedores ambulantes que encajan las latas de Quilmes al mismo precio.
A las once de la noche, cuando Manu Chao ya lleva una hora de show intenso, caluroso y enérgico por la devolución impactante que obtiene del público, Carlos “El Perro” Santillán aparece en el escenario y moviliza a las masas. Se las mete en el bolsillo con un discurso infalible de tono épico. Breve y contundente, sabe expresarse y logra conmover: “Yo soy del movimiento Tupaj Katari, vengo de Jujuy. Tenemos las comunidades originarias avasalladas. 521 años de la conquista que no fue conquista, fue invasión. Y esa invasión continúa. Así como resisten los desmontes, así como resiste Malvinas en Córdoba la represión de la cana, así resisten las comunidades en Jujuy. Y nosotros tenemos que decir que esas comunidades levantan sus voces contra el desmonte, contra la minería que se lleva todo y no deja nada, nos están invadiendo. Por eso es que tenemos que resistir. Por eso, les decimos a los jóvenes: no dejen que nos vuelvan a confundir los políticos traicioneros, como hacen siempre. Nosotros somos la verdadera revolución. Los jóvenes tienen que producir el cambio.”
Más tarde, el Perro explica su vínculo con Manu: “Nos conocimos hace seis años, cuando él fue a Jujuy. Veníamos de la asunción de Evo Morales, recuperamos unos galpones para el movimiento Tupaj Katari y pudimos compartir toda una noche. Se quedó con nosotros junto a la gente del asentamiento. La lucha estaba realmente candente en Jujuy en ese momento y, como todos saben, Manu está donde está la lucha. Ellos venían de una gira por Bolivia y venían con el hacha afilada. Se quedaron ahí compartiendo y tuvimos un vínculo. Y ahora que llega de nuevo pudimos estar nuevamente juntos”. Agrega que su discurso arriba del escenario se debió a que “es lo que está pasando en la Argentina”. “Por un lado nos hablan de soberanía y por el otro venden toda nuestra patria a todas las empresas multinacionales que vienen, se asientan y se llevan todo.”
Quienes también suben al escenario son los representantes de El Tranquerazo, un acampe, que se encuentra en la Ruta Nacional 16, Kilómetro 653. Andrés Luna Diez, uno de sus miembros, cuenta que están allí resistiendo para evitar la instalación de la planta de nitrato de amonio Austin. “Estamos hace siete meses al costado de la ruta evitando que pasen las máquinas, porque el impacto ambiental de esta empresa va a ser muy importante en la zona”, cuenta. También dice que necesitan “marchas muy populares en Salta capital”. “El poder político y económico es muy fuerte pero estamos acá para pedirle al ciudadano de Salta capital que se sume a la lucha”. Asegura que de instalarse la empresa, la contaminación del río Juramento será inevitable a un mediano plazo.
Olga Fernández, otra de las representantes, dice que permitir el avance de la empresa es hipotecar los bienes de las futuras generaciones. “Tenemos un gobierno que abusa del desarrollo de la gente. Promete desarrollo, trabajo digno y no es así”, finaliza.
Quien también tiene contacto con Manu arriba del escenario es Sergio “Mula” Saracho, cantante de La Yugular, que fue invitado a improvisar unos versos en “El Viento”, o “Por la carretera”, o lo que haya sido ese medley punk en vivo que no termina de ser una canción sin parecerse a otra. “Cuando terminamos de tocar, vino el mánager y me dijo que Manu quería hablar conmigo. Fui, estaba él con la guitarra y me dijo para hacer algo sobre el tema”, cuenta el Mula, que destaca la capacidad de Manu para utilizar su música para dar a conocer diferentes causas. “Lo bueno de la música es que podés decir cosas, transmitir tu mensaje. Llega más a la gente”, explica.
Tras el show más caluroso de la gira, donde la lista de temas, el vestuario y los recursos escénicos se repitieron, Manu Chao y La Ventura se van del país, rumbo a Chile, donde los esperan otras realidades.
Mientras tanto, en Rosario, Córdoba, Salta y otras ciudades del país, la policía termina de cargarse a la sociedad pocos días después de los conciertos. Los acuartelamientos y los diferentes saqueos produjeron divisiones profundas, hicieron emerger al Micky Vainilla de clase media que muchos argentinos llevan adentro. Algo ya empezaba a oler raro durante el show en el Delmi: la policía salteña, recientemente beneficiada con superpoderes que le permiten hacer requisas sin orden judicial, no supo controlar una estampida de gente sin entradas, con el concierto empezado, y optó por la salida fácil, la de repartir palos. En Tucumán, la policía paró, provocó el caos, negoció un nuevo sueldo y salió a reprimir en el Día de los Derechos Humanos. En menos de dos semanas, el clima de revolución inminente, de sí-se-pue-de que transmitían los conciertos de Manu, fue pisoteado por una realidad amarga. Harán falta muchos conciertos nuevos para poder forzar la máquina otra vez.
Artículo publicado en el número 18 de la revista Rock Salta, de diciembre de 2013.