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Woodstock: la película

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Se editó en DVD una versión de 4 horas del filme de Michael Wadleigh: mucho más que músicos tocando para medio millón de espectadores. RS te cuenta más.

Durante los últimos seis meses dos de las tres editoras de video hogareño más importantes de la Argentina cerraron definitivamente sus puertas. Signos de estos tiempos de piratería rampante, pero también de ciertas estrategias de distribución y explotación que no supieron adecuarse a nuevos hábitos sociales y económicos. En esta era de vacas flacas para la edición de DVDs en nuestro país, la aparición de Woodstock, 3 días de paz y música en su versión especial para coleccionistas es lo más parecido a un oasis para el mercado local. Se cumplen por estas fechas cuarenta años de aquel populoso encuentro en las afueras de Nueva York, excusa ideal para revisar toda una serie de paradigmas ya en desuso (o quizás no tanto): el hippismo, las contraculturas de los años 60, el antibelicismo beligerante, el uso de drogas recreativas como camino hacia el autodescubrimiento y otros etcéteras. Centenas de notas, reportes y ensayos se acercan a estas cuestiones, al tiempo que celebran el aniversario del recital que parece encarnar y simbolizar la esencia de toda una generación de norteamericanos. Pero. ¿qué pasa con Woodstock, la película? ¿Es algo más que una simple sucesión de músicos tocando para medio millón de espectadores? La respuesta es, sin dudas, afirmativa. Volver a ver el film de Michael Wadleigh (editado en su versión extendida de casi cuatro horas, que incluye una serie de segmentos musicales no presentados en el corte original de 180 minutos) permite disfrutar no sólo de uno de los momentos creativos más altos en la historia del rock sino también hurgar en el espíritu de época de aquel 1969 que algunos supieron conseguir.

Woodstock arranca con una secuencia en la cual el armado del escenario en medio de una granja va dejando lugar a la preocupación de los organizadores por la eventual -finalmente confirmada- presencia de un número de participantes muchísimo mayor al esperado. Con el correr de las horas el festival terminó siendo una fiesta gratuita y abierta a todo el mundo que pudiera acercarse al lugar, en la cual la falta de alimentos y servicios básicos de higiene fue suplida por la solidaridad de los propios asistentes y la población del lugar. Si la comida escaseaba la marihuana y el LSD lo reemplazaban como alimento espiritual (uno de los locutores anuncia a la audiencia que cierto ácido de color marrón es de mala calidad, desaconsejando su uso; por allí aparece un flaco que afirma que la mejor droga es fabricada por el cerebro a partir de la meditación, pero nadie alrededor parece hacerle caso). Mientras Richie Havens y John Sebastian, los primeros en abrir el juego musical, comienzan a desgranar melodías sobre las tablas, las cámaras del equipo de documentalistas permiten que algunos de los asistentes reflexionen y compartan sus impresiones y sentimientos personales sobre el evento en particular y el mundo en general. En esos momentos la película se transforma en un inesperado túnel del tiempo, en el cual expresiones anacrónicas como groovy o far-out reaparecen una y otra vez en boca de jóvenes dispuestos a romper con los usos y costumbres sociales, políticas y protocolares de la generación precedente. Los chispazos de intimidad comunitaria -¡imposible olvidar esos baños nudistas de chicos y chicas dispuestos al amor!- se entrelazan con los momentos musicales de manera rítmica, con diversos crescendos y descensos, alternando la pantalla angosta con el widescreen multicuadro que se transformó en sinónimo de la película. El montaje del film, realizado entre otros por un joven Martin Scorsese, sería de allí en más un modelo a seguir por los mejores documentales musicales del futuro, aquellos que logran transplantar a la pantalla la transmisión de energía producida entre audiencia y músicos.

En Woodstock están registrados para la posteridad algunos momentos clásicos: la extraordinaria rendición de Joe Cocker de «With a Little Help from My Friends», la primera presentación de The Who en los Estados Unidos, los gritos inmortales de Janis Joplin, el broche de oro con Jimi Hendrix arrancándole a la guitarra su famosa versión del himno norteamericano. Los discos tres y cuatro de esta edición especial están dedicados a una enorme cantidad de material extra, no sólo a varios segmentos que documentan la realización del largometraje -ganador del Oscar a Mejor Documental en el año 1970- sino, fundamentalmente, a presentar por primera vez al público momentos del mega recital que nunca fueron vistos con anterioridad, tanto de músicos que sí aparecen en el film como Santana, Sha Na Na y The Who como de tantos otros que quedaron fuera del montaje, como Credence Clearwater Revival. A poner los disquitos en el reproductor y subir el volumen al máximo.