En diciembre de 2013, el músico visitó Salta y brindó un concierto inolvidable.
Es lunes 2 de diciembre y el verano decidió pegarse una vuelta anticipada por la ciudad de Salta. El Estadio Delmi, la caja de zapatos del rock del NOA, empieza a anunciar que será una noche inaguantable. Por ahora, al mediodía, sólo hay algunos plomos y asistentes preparando un asado en el estacionamiento interno, mientras Manu Chao y sus músicos prueban sonido. En los pasillos, los organizadores locales intentan conseguir artesanos “de verdad” para que suban al escenario.
A las siete de la tarde, la cerveza ya es el líquido básico de todos los que empiezan a reunirse alrededor del estadio. Unas horas después están todos adentro del Delmi, que arde, hace transpirar sin moverse. Históricamente, el palacio de los deportes salteño siempre fue una olla a presión que suena como el orto. Hoy no es la excepción. En el escenario montado frente a las plateas, Gambeat dispara programaciones y, como un enfermo, agita el brazo derecho por encima de su cabeza. Arenga, grita, mira a la multitud con la automatización que provoca hacer lo mismo en todas las ciudades de una gira mundial. Pero también con la energía propia del que ama lo que hace, como canta Carajo. Todavía no tocó el bajo que cuelga de su cuerpo, que espera ser sacudido durante más de dos horas y media. El guitarrista, Madjid Fahem, aparece cuando Gambeat y Philippe Teboul, el batero, ya están empezando a forzar la máquina.
Al fondo del escenario, Manu Chao mira la performance inicial de sus compañeros, franceses como él, y fuerza su propia máquina. Salta solo, en el lugar, recibe la arenga a través del retorno y empieza a precalentar a segundos de salir a escena. Abajo, cuatro mil personas también acusan recibo. Cuando Manu sale y se cuelga la acústica, sube la energía. Cuando el grupo empieza a cantar a coro (“¡Ya llegó! ¡Ya llegó!”), la temperatura vuelve a elevarse. Y cuando la banda arranca con un ritmo ska punk que se repetirá a través de toda la noche, la gente se conmueve. Ya fue todo. A saltar y a descargarse. Hay un rugido que baja desde la platea y llega hasta el borde del escenario. Un “vamooo” largo y potente que alcanza a erizar la piel. La whipala flamea, los pueblos originarios hoy son recordados. La facultad de Humanidades se trasladó al estadio. Los turistas europeos conocen el Delmi y se cagan de calor por ese francoespañol, músico de mundo capaz de hipnotizar con canciones que parecen todas iguales, en los discos y en vivo. Manu Chao, la experiencia alterlatina post noventas purificada y envasada, con mensaje combativo que se adapta a cada lugar donde se presenta. Ya llegó.
A las once de la noche, cuando Manu Chao ya lleva una hora de show intenso, caluroso y enérgico por la devolución impactante que obtiene del público, Carlos “El Perro” Santillán aparece en el escenario y moviliza a las masas. Se las mete en el bolsillo con un discurso infalible de tono épico. Breve y contundente, sabe expresarse y logra conmover: “Yo soy del movimiento Tupaj Katari, vengo de Jujuy. Tenemos las comunidades originarias avasalladas. 521 años de la conquista que no fue conquista, fue invasión. Y esa invasión continúa. Así como resisten los desmontes, así como resiste Malvinas en Córdoba la represión de la cana, así resisten las comunidades en Jujuy. Y nosotros tenemos que decir que esas comunidades levantan sus voces contra el desmonte, contra la minería que se lleva todo y no deja nada, nos están invadiendo. Por eso es que tenemos que resistir. Por eso, les decimos a los jóvenes: no dejen que nos vuelvan a confundir los políticos traicioneros, como hacen siempre. Nosotros somos la verdadera revolución. Los jóvenes tienen que producir el cambio”.
Más tarde, el Perro explica su vínculo con Manu: “Nos conocimos hace seis años, cuando él fue a Jujuy. Veníamos de la asunción de Evo Morales, recuperamos unos galpones para el movimiento Tupaj Katari y pudimos compartir toda una noche. Se quedó con nosotros junto a la gente del asentamiento. La lucha estaba realmente candente en Jujuy en ese momento y, como todos saben, Manu está donde está la lucha. Ellos venían de una gira por Bolivia y venían con el hacha afilada. Se quedaron ahí compartiendo y tuvimos un vínculo. Y ahora que llega de nuevo pudimos estar nuevamente juntos”. Agrega que su discurso arriba del escenario se debió a que “es lo que está pasando en la Argentina”. “Por un lado nos hablan de soberanía y por el otro venden toda nuestra patria a todas las empresas multinacionales que vienen, se asientan y se llevan todo”.
Quienes también suben al escenario son los representantes de El Tranquerazo, un acampe, que se encuentra en la Ruta Nacional 16, Kilómetro 653. Andrés Luna Diez, uno de sus miembros, cuenta que están allí resistiendo para evitar la instalación de la planta de nitrato de amonio Austin. “Estamos hace siete meses al costado de la ruta evitando que pasen las máquinas, porque el impacto ambiental de esta empresa va a ser muy importante en la zona”, cuenta. También dice que necesitan “marchas muy populares en Salta capital”. “El poder político y económico es muy fuerte pero estamos acá para pedirle al ciudadano de Salta capital que se sume a la lucha”. Asegura que de instalarse la empresa, la contaminación del río Juramento será inevitable a un mediano plazo.
Olga Fernández, otra de las representantes, dice que permitir el avance de la empresa es hipotecar los bienes de las futuras generaciones. “Tenemos un gobierno que abusa del desarrollo de la gente. Promete desarrollo, trabajo digno y no es así”, finaliza.
Quien también tiene contacto con Manu arriba del escenario es Sergio “Mula” Saracho, cantante de La Yugular, que fue invitado a improvisar unos versos en “El Viento”, o “Por la carretera”, o lo que haya sido ese medley punk en vivo que no termina de ser una canción sin parecerse a otra. “Cuando terminamos de tocar, vino el mánager y me dijo que Manu quería hablar conmigo. Fui, estaba él con la guitarra y me dijo para hacer algo sobre el tema”, cuenta el Mula, que destaca la capacidad de Manu para utilizar su música para dar a conocer diferentes causas. “Lo bueno de la música es que podés decir cosas, transmitir tu mensaje. Llega más a la gente”, explica.
Leé la cobertura completa de la gira de Manu Chao en el número 18 de la revista Rock Salta, de diciembre de 2013.