La banda liderada por Ricardo Mollo presentó, finalmente, su nuevo disco en Tilcara. RS estuvo presente y te cuenta cada detalle del show. Después de diez años, Divididos volvió a Tilcara para presentar Amapola del 66 con un concierto inolvidable.
Fotos y video: Pablo Choke Torramorell
«El treinta y ochooooooooooooooooooooooo…»
Ricardo Mollo subió al escenario montado en el predio cercano a la Laguna de los Patos, a un kilómetro de distancia de Tilcara, y rechazó con un gesto la propuesta de sus asistentes de hablar a través de un megáfono. Eran las seis y media de la tarde y la intensa lluvia que se había desatado en el cielo tilcareño había obligado a tapar y a desenchufar todos los equipos e instrumentos que estaban listos para la presentación oficial de Amapola del 66, el nuevo disco de Divididos.
Durante algunos -interminables- minutos, corrió el rumor de que el show se cancelaría por lo que todos los presentes temblaron y putearon no sólo por el frio y los ocho años de espera. Entonces Mollo, Diego Arnedo y Catriel «Cachorrita» Ciavarella («Cacho de día, Rita de noche») salieron a escena para transmitir con presencia y señas algo que se pudo haber interpretado como «qué bajón, sunescan daluna buso» (?) y dar a entender que no sólo los superclásicos se deben realizar sin agua.
«¡El treinta y ocho, Moshooo!»
Tilcara recibió a Divididos algunos días antes del sábado 27: la banda estuvo tocando el miércoles (“para tres gatos locos”) y volvió a hacerlo el viernes, mientras filmaban escenas para un futuro DVD. El sábado, el día decidió volverse un tanto histérico, cual jovencita con ganas de romper las bolas con mil vueltas y no ir directamente a los bifes, y pasó de caluroso a fresco, de nublado a radiante y finalmente a tormentoso y frio.
Mientras los grupos y solistas de la zona desplegaban su material, en mayor medida folclórico, la gente comenzó a agolparse hasta superar la nada despreciable cifra de doce mil personas. Miles de fanáticos, seguidores y muchos que no van ni en pedo al Delmi pero a Tilcara sí porque queda re loco y lo podés comentar en el Facebook aprovecharon la ocasión para pasear y ver en vivo a la banda más importante del rock argentino actual.
Cerca de las seis de la tarde una combi acercó a la banda hasta el escenario mientras los plomos y asistentes dejaban todo listo para que comience el concierto. Pero la mencionada lluvia hizo que todo se atrase y que finalmente la banda arranque casi a las ocho.
“¡Dale! ¡El 38!”
Ya sin lluvia, y con el cielo menos cargado, Divididos volvió a subir al escenario para, esta vez sí, presentar su disco. Ese pedazo de animal llamado Catriel Ciavarella comenzó con una introducción que derivó en “El arriero” y que marcó las claves del show: contundencia y virtuosismo en partes iguales. El grupo comenzaba a apurar a la tropa por esos cerros, que iluminados servían de perfecta puesta en escena. “Arrancamos, con la bendición de la Virgen”, dijo Mollo antes de tocar la primera canción del nuevo álbum, “Hombre en U”, que también es la primera que se escucha si pagaste los setenta pesos por el CD o si lo tenés en mp3 y no dejaste el Winamp en modo aleatorio.
La hitera “Buscando un ángel” fue la siguiente canción de la lista, que respetó el orden del disco en la primera parte del show. Le siguió, como era de esperarse, “Mantecoso”, la canción que habla de los sueños adolescentes de ésos dos músicos que vienen tocando hace treinta años juntos: “una pared de equipos al re palo”. Al respecto habló el guitarrista al presentar el tema: “Cuando éramos chicos soñábamos con eso, pero decían que era difícil, como también dijeron que no íbamos a poder llegar hasta acá con tantos equipos”. Pero ahí estaban, en Tilcara, con la letra de la canción hecha realidad. Un verdadero muro de equipos que transmitía un sonido inapelable.
“¿Se dieron cuenta dónde estamos?”, tiró Arnedo para los que todavía no se habían percatado del contexto. Inmediatamente llegó “Muerto a laburar”, la cuarta canción del disco y quinta de la noche. La misma que vienen presentando hace varios recitales y que parece hablar de Luca Prodan (“Hoy, sos el morbo pasión, capo del algodón, bandera y ringtone”). Fue uno de los puntos más altos de la noche, especialmente en la segunda parte de la canción, donde se notó a la banda afiladísima y en perfecta conexión.
– Alguien del público: “¡El treinta y ochoooooooooooooooooo!”
– Varios del público: “¡Está cargado!”
Después de preguntar si se encontraba presente algún tucumano –y recibir una gran respuesta positiva-, Ricardo Mollo les dedicó “Vientito del Tucumán”, el poema de Atahualpa Yupanqui que musicalizaron en Gol de mujer. Aunque antes de comenzar la canción aclaró: “En realidad somos todos lo mismo. La única diferencia es que ustedes respiran mejor que nosotros”.
“Vientito del Tucumán” y la canción que le siguió, “Par mil”, confirmaron el excelente momento que vive la garganta de Mollo. A los cincuenta y dos años, el hombre que comenzó prácticamente imitando a Luca y que a mediados de los noventa incitaba a escuchar los discos de Divididos con un intérprete a mano, está cantando mejor que nunca, con una claridad sorprendente y alcanzando registros conmovedores.
Luego de los dos clásicos apareció en escena la primera invitada de la noche: Micaela Chauque, la coplera que había formado parte de los números soporte. Chauque acompañó en sicus a Diego Arnedo, quien guitarra en mano se despachó con “Avanzando retroceden”, la canción que habla de lo que según el Cóndor (el apodo del bajista) es lo más importante: el amor; y que es uno de los pocos momentos de calma del último disco.
Continuó lo que Mollo bautizó como “un mix jujeño – santiagueño”. Subieron al escenario Gustavo Patiño, Sandra Farías, Juan Saavedra y Nicolás “Kelo” Herrera, más los pequeños Aurelio Giménez y Nazareno Saavedra para acompañar al grupo en violín, bombos y baile en “La flor azul”, la chacarera que compuso Mario Arnedo Gallo, el padre de Diego y que está incluida en Amapola….
Le siguió una extraordinaria versión de “¿Qué ves?”, con Franco Tolaba en sicus y con ese Gandalf del NOA que es Juan Saavedra, quien se llevó todas las miradas con su baile. Los Amigos de Vilca, el grupo de músicos que acompañaba al extinto Ricardo tomó protagonismo en la emocionante y coreada versión de “Guanuqueando”, la canción que Divididos publicó en Vengo del placard de otro luego de interpretarla por primera vez en agosto de 2000, durante la inicial experiencia tilcareña. Ya sin su creador pero con sus músicos y con el sentimiento que expresó Mollo al cantarla, la canción fue otro de los momentos inolvidables de la jornada.
“Si hacen ‘El 38’ se va a armar flor de quilombo”
Cuando los invitados se fueron, la banda quedó otra vez sola frente a su público, por lo que su cantante decidió quedar aún más expuesto, y explicó que la verdadera razón de ser de este nuevo disco y el tiempo que se tardó en editarlo fue una sola: la música. De esa manera quiso dejar atrás otros rumores, que iban desde la pretensión de cierta cantidad de dinero para realizar la publicación hasta la falta de inspiración. “Boyar nocturno”, con Facundo Nardone en lap steel fue la trompada que revivió a la aplanadora, después del impasse folclórico.
Luego de que Mollo agrande su catálogo de “púas WTF” tocando la intro de “Voodoo Child” ¡con una pierna ortopédica!, siguieron las dos canciones dedicadas al lugar hasta donde habían llegado. “Senderos” (“que tiene sentido acá”) y una extraordinaria versión de “Jujuy”. En ese momento comenzó a caer una leve llovizna, que se fue acentuando hasta convertirse en una lluvia que volvió épico al concierto, especialmente durante la maravillosa versión de “Mañana en el abasto”, el único rastro del pasado que se registró en la noche. Acompañados otra vez por Micaela Chauque, esta vez en caja y coplas, y por Fortunato Ramos en erke; Mollo, Arnedo y Ciavarella comenzaron a cerrar la presentación con el etéreo clásico urbano de Luca, ahora transformado en una furiosa marcha metálica andina.
“¡El treinta y ochooooooooooooooooooooooooo!”
A medida que la lluvia caía con mayor intensidad, la incertidumbre y la sensación de que el recital terminaría antes de lo previsto se hicieron cada vez más presentes, pero Ricardo Mollo no estaba dispuesto a irse sin completar la lista de temas: “El Perro Funk”, cruda y al palo fue la antecesora a la sección “Pogo de la concha de su madre” que comenzó con “Rasputín”, siguió con –por fin, después de muchos pedidos- “El 38” y concluyó con “Ala delta”.
Muchos pensaron que ése había sido el final, ya que la lluvia no daba tregua. Uno de esos muchos fue el propio bajista Diego Arnedo, quien ya se había quitado su instrumento para saludar y agradecer cuando Mollo lo miró sonriente y le indicó con un gesto que todavía faltaba. “Es un poco peligroso lo que vamos a hacer, espero que no sea nuestro último show”, dijo entre risas el guitarrista. El agua que estaba sobre el escenario había mojado todos los equipos y cables y el riesgo era grande, pero eso no le importó tanto a Mollo como lo que significaba estar ahí. El final llegó como debía ser entonces, con la canción que le da título al nuevo disco. Fue quizás el mejor momento de todos: la noche ya era inolvidable, Mollo estaba exultante, la gente no se había movido de su lugar, la lluvia no era un castigo “sino una bendición”, la batería de “¡Ca-cho-rri-ta! ¡Ca-cho-rri-ta!” explotaba ante cada palazo y Diego Arnedo transmitía una satisfacción imposible de disimular.
“Siguen las lluvias, ¡no importa!”, cantó Mollo, alterando apenas la letra de “Amapola del 66” y hablando por las miles de personas que estaban presentes. El final llegó con todos los músicos que participaron del evento, tocando bombos, sicus, violines y batiendo palmas; sin amplificar, desfilando por el escenario y bajando a saludar a los afortunados de la primera fila. Después, el trío se abrazó en solitario sobre el escenario, sabiendo que habían escrito otra página extraordinaria de su ya increíble historia.
No te pierdas toda la previa del show
Mirá el video del nuevo tema «Buscando un Ángel»