El libro reúne historias de melómanxs compiladas por Sebastián Rubin.
Me cago en las disquerías, uno de los últimos lanzamientos de la editorial Gourmet Musical, es un libro para leer con la certeza de que ya nada volverá a ser como antes. Sí, es cierto, los locales donde se venden vinilos, CD y casetes siguen ahí en las calles de todo el mundo. Y aunque algunas ciudades ya no tienen ni siquiera un sucucho polvoriento, la pasión por el coleccionismo de discos y por la música grabada no murió, aunque se transformó mucho. Por eso este ejemplar, que reúne 17 historias de varios autores, muestra más bien una práctica cada vez más exclusiva, de nicho, que no atraviesa a la mayoría de la gente.
¿Sueñan les adolescentes con ediciones importadas? Quién sabe. Aquí están varios de los autores otra vez en su adolescencia a través de los relatos. En los textos recuerdan esa conexión que todavía hoy mantienen con los discos y las disquerías. Pero en realidad recuerdan algo más, que es básicamente su propia vida. Porque no estamos ante la música como un pasatiempo sino como una necesidad básica.
Me cago en las disquerías está conformado por relatos escritos por Alex Cooper, Pablo Krantz, Daniel Flores, Roque Casciero, María Zentner, Pablo Manzotti, Humphrey Inzillo, Lukah Boo, Germán Bordagaray, Diego Miranda, Umberto Pérez, José Navarro, Giselle Hidalgo, Alejandro Tolosana, Fernando M. Blanco, Fernando Cárdenas y el músico Sebastián Rubin, que además es el compilador, el ideólogo del proyecto, y el que escribió el texto que le da título al libro.
Se destacan dos historias magníficas: “Los únicos (La melomanía como novela policial)”, de Pablo Krantz, con una intro que podría haber funcionado incluso como prólogo; y “La mejor colección de vinilos punk en el mundo”, de Daniel Flores. Ambos relatos justifican el libro, pero por suerte no son los únicos. Hay varios muy buenos, más allá de que por momentos pareciera ser que todas las disquerías del mundo quedaban en Avenida Cabildo, y que no haya relatos profundos de melómanos provincianos, algo que no estaría de más, porque muy bien sabemos nosotros lo que era intentar conseguir un disco en ciudades chicas.
Puede que la sensación que dejan estas historias sea la de un pasado mejor. Ya no hay disquerías cada media cuadra. El porcentaje de novedades editadas en formato físico es menor al de antes. Ahora muchos álbumes sólo aparecen de manera virtual. ¿De dónde vamos a averiguar todos los datos que enriquecían las charlas entre amigos y conocidos, o posibles amores, incluso? De algo de eso habla Sebastián Rubin en la siguiente entrevista.
– El libro muestra una pasión total por los discos y por la búsqueda de los distintos formatos, por revolver y recorrer locales gigantes o pequeños y un amor/odio hacia los disqueros. ¿Eso es algo exclusivo de personas +30? ¿Se le puede despertar esa necesidad a un adolescente? Por otro lado, ¿cómo afecta al melómano «de antes» esta época de virtualidad en la que la letra chica de los discos es casi inexistente, la tapa es una foto chiquita en una pantalla, la búsqueda de un álbum está a un clic y en la que no todos los discos nuevos se publican en edición física?
– No sé si es algo exclusivo de los mayores de 30, pero supongo que algo de generacional hay y tiene que ver con cómo escuchábamos música y cómo escuchan (y siempre escucharon) los sub. Es bastante lógico. Creo que la gran mayoría de la gente que compraba discos antes del 2000 (por poner un corte donde la tecnología y las comunicaciones permitieron acceder a música sin “comprarla” en formatos físicos) lo hacía porque no le quedaba otra. Si querías escuchar un disco cuando te diera la gana, no tenías más opción que comprar ese álbum (o copiarlo en casete de alguien que lo tuviera). Fito Páez vendió más de 800 mil copias de El amor después del amor, pero, ¿cuántas copias físicas vendió L-Gante? ¿Acaso editó en formato físico? Cambió la manera de consumir música y hoy los que compramos discos lo hacemos un poco, o bastante, por fetichismo o por nostalgia o ambas cosas, además de preferir escuchar de uno u otro modo. Somos los mismos que extrañamos estudiar al dedillo la info de las portadas y hasta oler el vinilo abriendo el sobre interno antes de posarle la púa. Contestando la primera parte de tu pregunta, diría entonces que “sí” (risas). Los adolescentes de hoy tienen otras necesidades y otros gustos y otras formas de escuchar, pero sin ir más lejos, a mi sobrina de 17 le encanta escuchar ABBA en vinilo. Será algo que se inculcará o que eventualmente volverá como una moda, pero, ¿importa?
– El libro está centrado en Buenos Aires y capitales del exterior. ¿Tuviste oportunidad de conocer historias similares que ocurrieron en las provincias? ¿Pensaste en incluirlas? Me refiero a experiencias de gente de allí y no tanto como lo que cuenta Daniel Flores, que es más bien una excepción incluso para Buenos Aires.
– Las historias fueron apareciendo sin haber trazado un mapa geográfico, sin un rumbo prefijado. Por suerte, además del relato de Dani Flores, aparece muy bien retratada otra tipografía de disquería del interior en la historia de Roque Casciero, en su caso en Junín. Pero como bien decís, no me crucé con muchas más, lamentablemente. De todos modos, al no ser una “guía de disquerías” ni mucho menos, las historias que se leen en Me cago… son universales, se centran más en la relación con esos locales hermosos, con la búsqueda de discos y con todo lo que pasa en el medio, y eso vale tanto para las disquerías de las capitales como de los pueblos. Ojalá que a partir de la edición del libro aparezcan más relatos con disquerías del interior como escenografía excluyente.
– ¿Cuáles son las disquerías actuales que siempre visitás? ¿Por qué? ¿Hay algo que buscás hace años y todavía no pudiste conseguir?
– Algo que noté a partir de ordenar mis recuerdos e ideas para mi relato en particular es que desde que la música está disponible en formatos digitales y ya no es necesario comprar el disco físico para escucharla, comprar discos para mí se convirtió en un paseo que disfruto más cuando viajo, por más que no lo haga frecuentemente. Sin embargo, tengo en Buenos Aires mis disquerías favoritas, ya sea para comprar regalos o para consumo personal, y son Smile, en Palermo, y Vértigo, en Belgrano. Ambas tienen un stock muy interesante, con buen recambio y a buenos precios, además de una atención impecable que se agradece. Respecto al inconseguible, hoy te diría que depende del precio que puedas o quieras pagar porque encontrar se encuentra todo (o casi). Me encantaría cruzarme con un Veedon Fleece de Van Morrison o un Painted From Memory de Costello y Bacharach a un precio razonable.
– ¿Cuál era el otro proyecto que tenías pensado hacer cuando te decidiste por este libro? ¿Se puede reflotar? ¿Te gustaría encarar otro?
– (Era) El proyecto de postales que terminó saliendo por Rolling Stone: Yeah Yeah Yeah: la historia del rock se escribió con onomatopeyas, tarareos, jitanjáforas, neologismos y otras fonaciones. Pero fue una cuestión de formato la que no pudimos resolver (en Gourmet) y por eso pasamos a este proyecto sin solución de continuidad (risas). Me encantaría tener otro proyecto de escritura pronto. Quién te dice…