Un nuevo libro para repasar vida y obra del Salmón.
The Calamaro Files: veinticinco años escribiendo sobre Andrés, es el nuevo libro del periodista Martín Pérez, actual editor del suplemento Radar de Página 12. Se trata de un compilado de artículos publicados entre 1995 y 2018 en distintas revistas, diarios y blogs que conforman una biografía de la etapa más exitosa de Andrés Calamaro. La del final de Los Rodríguez, la salida de los discos Alta Suciedad, Honestidad Brutal y El Salmón, y los trabajos posteriores que posicionaron al músico donde se encuentra hoy: en el altar de los clásicos de la música argentina.
The Calamaro Files fue publicado por Gourmet Musical Ediciones, que en 2017 ya había lanzado Días distintos, de Walter Lezcano, otro libro sobre el Salmón. De alguna manera ambos trabajos dialogan. Mientras que Lezcano investiga, entrevista e indaga en una etapa pasada (los años 96/00), Pérez rescata textos escritos “en el lugar de los hechos”, armados en caliente, cuando canciones como “Flaca”, “Paloma” o “Estadio Azteca” eran inéditos o novedades que daban que hablar.
El libro de Pérez es el trabajo de un fan para otros fans. Se nota ya desde la dedicatoria: “A lxs que se saben las letras de las canciones”. Una frase romántica en esta era de singles digitales. The Calamaro Files es una obra para gente que se apropia de esos temas, como Pérez, que en alguna visita al músico a fines de los 90 pasó de ser entrevistador a colaborador, amigo, cómplice y confidente. Por eso, el libro carece de toda objetividad periodística y está bien que así sea.
Pérez retrata la etapa en la que ese chico talentoso que había surgido a principios de los 80 con Los Abuelos de la Nada se rehace a sí mismo “y vuelve aún con más fuerza”. Los que vivimos aquella etapa vamos a recordar con precisión todo lo que rodeaba a Calamaro en esos días noventosos: la pelea con Charly, el éxito total, quizás sólo comparable al de Fito con El amor después del amor, la locura de las canciones que aparecían una tras otra, como un vómito compositivo. El disco doble, el disco quíntuple, el caso del porrito, las influencias de Bob Dylan, los temas descartados subidos directo a la web bastante tiempo antes de que el streaming sea popular, y más, mucho más.
El autor también incluye entrevistas y perfiles de colaboradores clave del mundo Calamaro, como Ariel Rot, Cuino Scornik y Cachorro López. Recuerda los elogios y las críticas y arma un rompecabezas artístico. De algo de eso charlamos con él en la siguiente entrevista.
– En la Introducción decís que a las notas que escribís las corregís hasta dejarlas lo mejor posible pero que una vez publicadas las olvidás enseguida y pasás a las siguientes. Después, en uno de los capítulos del libro, Calamaro compara la composición de canciones con la escritura de un artículo. Teniendo en cuenta ambas ideas, ¿se pueden trazar paralelismos reales entre una canción y un texto periodístico?
– Cuando digo eso de las notas es porque esto es un trabajo y no podés detenerte. Cuando terminás una enseguida viene otra, entonces hay que pasar y dedicarle toda la atención a la que sigue. Y cuando Calamaro me pregunta si yo escribo una nota por día, entonces por qué él no puede hacer una canción por día, lo que está haciendo es tratar de quitarle pretensiones al hecho de escribir una canción, señalando que se pueden hacer con la misma lógica laboral con la que los periodistas encaramos nuestro trabajo. Pero de ahí a trazar paralelismos reales, no creo que sea posible. Más que nada porque una canción aspira a ser compartida, recordada, cantada y vuelta a cantar. Debería ser una obra autónoma que sale sola al mundo a buscar su destino. Mientras que lo mejor que le puede pasar a una nota periodística vinculada al medio musical es sumar y sumarse al disfrute y comprensión del hecho artístico que pretende retratar. O sea, más que pretender un destino de ser repetida y ser recordada por sí misma, lo mejor sería pasar a disolverse en eso que se disfruta, y aportar a ese disfrute. Supongo que el parecido que tienen es que son creaciones, y se parecen en tanto sus creadores están dispuestos a poner en ellas todo de sí para hacer el mejor trabajo posible y construir lo mejor que pueden hacer, no al servicio de otras cosas sino en sus propios términos y teniendo como medida lo mejor para la obra que están haciendo.
– En Esta noche toca Charly, otro libro de Gourmet, Roque Di Pietro dice que en los shows en vivo de Charly García hay una obra paralela a los discos oficiales. ¿Se puede pensar lo mismo de Calamaro y los temas que subió directo a la web, o incluso de los que no dio a conocer?
– De Honestidad Brutal en adelante, Calamaro se asomó a un abismo musical que lo llevó a hacer un disco quíntuple como El Salmón, y luego varios discos duros llenos de canciones, que a partir de su regreso fue rescatando, puliendo y grabando. No lo entiendo como una carrera paralela en la medida de lo que Di Pietro sostiene sobre Charly y sus shows en vivo, sino que fue algo que sucedió en ese momento, en paralelo a nada, sino que esa era su vida y su obra enrollada en un mismo cigarro, y lo que queda más bien es una cantidad de canciones, bocetos y proyectos de canciones ancladas en ese momento, que han ido apareciendo en discos posteriores –las primeras fueron las de El cantante, con «Estadio Azteca» a la cabeza, pero hubo muchas mas–, y seguramente lo seguirán haciendo. Pero no es una vida paralela, sino que es lo que sucedió entonces, y digamos que lo hizo con tanto poder que inevitablemente dejó un eco que se ha seguido escuchando durante mucho tiempo después.
– Hablando de «los tangueros de siempre», Calamaro dice «tarde o temprano me va a tocar ocupar su lugar». ¿Llegó ese momento para Calamaro? ¿Y para el rock?
– Supongo que la respuesta sencilla seria decir que sí, que los rockeros de entonces hoy ocupan ese espacio, más que nada por una cuestión aritmética y temporal, ¿no es cierto? Lo que hay que celebrar es que por el momento no exista una «guerra del cerdo» que sí había en la época de la aparición del rock local, sino que más bien se verifica en su mayoría una actitud similar a las mejores costumbres de la música brasileña, en la que todo se mezcla casi de manera natural, estilística y generacionalmente, y algo parecido vemos que está sucediendo cuando artistas como, no sé, Fito Páez o el mismo Calamaro no tienen problemas en juntarse con jóvenes o viejos, con gente estilísticamente afín o en las antípodas, pero siempre poniendo como tierra común la música, o mejor todavía, las canciones.