La saxofonista habla de sus orígenes en Tartagal y en Salta Capital, y de Bardo, su nuevo disco. Su paso por La Revival Factory, la Escuela de Música, la represión religiosa y la necesidad de la búsqueda constante.
Yo no nací en Salta, yo nací en Santa Fe. A los dos años nos fuimos a vivir a Tartagal porque mi papá consiguió un trabajo ahí. Trabajaba en una empresa petrolera que se llamaba (duda)… BG, algo así. Una empresa de esas que venían, rompían y se llevaban todo calladitos. Hubo una época como de resplandor, viste, de mucha plata porque había trabajo. Pero después se llevan todo y dejan todo en la ruina. Y eso es lo que hicieron. Después ahí empezaron los piqueteros, la pobreza, las inundaciones y la soja. Es una parte argentina muy sufrida… Desgastada, digamos. Ahí estaban mis tíos, mis tías, mis primos. Toda mi familia estaba ahí. Ahí arranqué a estudiar piano.
Empecé a estudiar piano a los cinco años, ponele. Soy del 79. Me re acuerdo de Tartagal, me acuerdo de la plaza, me acuerdo los mangos. Viste que hace un calor terrible. ¿Conocés Tartagal? Hace un calor espantoso. Era alucinante. Pasa que los recuerdos de la infancia son como un poco oníricos, porque volví a Tartagal y… claro, era otra imagen totalmente opuesta a la que yo tenía de niña (se ríe). Fue muy flashero. Yo tengo muchos primos, tíos. Mi mama era salteña. Mi mamá tenía nueve hermanos, era la novena (se ríe). Era una familia siria. Muchos viven en Pocitos, en Tartagal, Metán, Orán.
Mi papá tocaba un poco, así medio amateur. A mi mamá la habían mandado de chica a estudiar, como una costumbre. Y yo quise ir, no es que a mí me mandaron. Mi mamá siempre repetía que yo de chiquita, de cinco años, le dije «quiero ir a estudiar piano». Iba todos los días a una maestra, que encima era la mamá de un compañero mío del colegio, de jardín (risas). Entonces nos íbamos a jugar a su casa y yo tomaba mi clase de piano, solfeo. Todos los días. Aprendí a leer música antes que a leer y a escribir, porque tenía cinco años. Y nunca dejé. Todo el tiempo que viví en Tartagal iba a piano. Hacía todos los exámenes. A fin de año venía un profesor de Buenos Aires, eso pasaba en los conservatorios chiquitos de pueblo.
A los diez años, más o menos, nos mudamos a Salta Capital. Ahí hice toda mi secundaria y empecé a tocar en la Escuela de Música, que antiguamente estaba en la Zuviría. Debo tener un título, un título de no sé qué. En primero o segundo año de la secundaria empecé a estudiar saxo. Y después, a los trece o catorce, tocaba con una banda de covers, La Revival. Al cantante lo había conocido en la iglesia porque yo era maestra de catequesis (no aguanta la risa) y él era como monaguillo, cantaba. Entonces él me invitó ahí, en la Santa Cruz, la iglesia esa que está en la Santa Fe. Yo vivía por ahí. Y nada, me invitó: «Tengo una banda», no sé qué. Yo no sé si me invitó porque me quería chamuyar, pero la cuestión es que fui y los chicos se coparon y empecé a tocar. Los chicos eran una masa, eran súper buena onda.
Había un pub en esa época, que después creo que es el que compraron Los Nocheros, que estaba sobre la Balcarce pero abajo. Yo Juan se llamaba. Antes de la plaza donde está la Legislatura. Ahí tocaba La Revival. Te estoy diciendo 95, eh. Millones de años. Tocaba en el Open, en todos los pubs. Recién inauguraban el shopping, imaginate hace cuánto te estoy hablando. Yo toqué en la inauguración del shopping en la plaza de estacionamiento, con Los Rancheros. Hay un video de eso. Año 93, 94, no sé. La Balcarce no existía en esa época. La Cerveza Salta nos auspiciaba y empecé a girar por todo el interior de Salta: Metán, Pichanal, Embarcación, Orán, Tartagal. Tocábamos en eventos, en fiestas. Así empecé a tocar yo. Rock. Sumo, Dire Straits, los Redonditos, Los Fabulosos Cadillacs, Los Auténticos Decadentes. Repertorio de fiestas. Yo sacaba todos los solos de saxo, pero era copiar los solos que había. Me iba de gira: Jujuy, la Serenata a Cafayate, Metrópoli, esos boliches que había en esa época. Tocábamos para la fiesta de los estudiantes, para la fiesta de no sé qué. Y yo viajaba. Viajaba en combi. Salía en la tele, volvía de tocar en el Open tipo dos de la mañana, tres. Y tenía quince años… Toco madera: jamás me pasó absolutamente nada. Yo lo único que quería hacer era tocar, era lo único que me interesaba en la vida.
En el colegio se enteraron que tocaba y me citaron para decirme que estaba mal lo que estaba haciendo, que yo era inteligente, que tendría que dedicarme a otra cosa. ¡Todo mal! Era un bajón la secundaria. Iba al Santa Rosa. Lo dejé y lo rendí libre después. Era un bajón, un horror. Pero bueno, era lo que había en esa época. No encajaba. Era una demente. Aparte de que yo no encajaba, estaba mal visto lo que yo estaba haciendo. Era impensado una mujer en esa época tocando el saxo. Tenía mis amigos de la Escuela de Música y ahí me encontraba un poco. No estaba tan descolocada como en un colegio de monjas.
En la Escuela de Música estudiaba música clásica. Alrededor de los catorce, quince años, empecé a escuchar jazz. Un chico que estudiaba acá en Buenos Aires me dio un casete. No había discos en esa época. No había nada, no había internet, nada. Y tampoco conocía gente que le gustara el jazz. Algún que otro compañero de la Escuela de Música… mi profe, que era el Coly Montero, que era una masa, que tocaba el clarinete. A mí me motivó un montón, fue un profesor muy copado conmigo. Aparte yo siendo tan chica, viste. Porque es muy importante que uno le ponga ganas y el profesor tiene mucho que ver. Incluso él me dijo «no, andate y estudiá en Buenos Aires, porque acá no podés estudiar». No había profesores, no había nada. Y empecé a escuchar jazz de a poco, lo fui descubriendo. Es algo que empecé a descubrir después de tocar el saxo. Yo ya tocaba y fue como “ah, los temas de rock tienen un solito”. Los sacaba. Pero escuché Parker y era todo solo de saxo. Era lo que yo quería. Y aparte un saxo que se sonaba todo. Así fue que entré al jazz. Me enamoré.
Me encantaba el sonido. Era como descifrar un acertijo. Era tratar de encontrarle la vuelta. Fue una motivación, una búsqueda, un porqué. Eso fue. Arranqué con el alto y me quedé añares con el alto. Ahora toco alto, soprano, tenor, flauta, clarinete, toco todos los instrumentos. Pero arranqué muchos, muchos años, alto, alto, alto. Porque con el alto uno arranca, generalmente. Estudiaba muchas horas, la mayoría de las horas clásica. Porque yo estudiaba mucha música clásica. Incluso después me fui a Cuba a estudiar con un profesor clásico. Viví como tres años allá, estudié en la Escuela de Arte y estudiaba música clásica. Mucha técnica, lectura. O sea, la técnica y todo eso lo estudié de ese lado. El jazz lo fui aprendiendo en la calle. Si bien estudié con mucha gente y fui a establecimientos, en realidad fue una búsqueda más autodidacta.
Sí toqué jazz en Salta. Al principio, a los catorce años. Cuando tenía quince años tocaba con el Chinato, con Aguja, que se murió. Ah, con Palmito Flores, con Niebla. Esos chicos sí eran mucho más grandes que yo. Los de La Revival no eran mucho más grandes. Pero Aguja, el Chinato, sí. Estaba Tinte también en esa época. Rodilla… Me acuerdo que tocamos en un bolichito ahí cerca de este lugar de la Leguizamón, por esa zona de la Legislatura, 1140 creo que era. Chiquitito. Me acuerdo que estaba la barra en el fondo, tocábamos al lado de la barra “Días de vino y rosa”, “Blue bossa”, “Summertime”, los standards que todavía sigo tocando. Iban un par de señores grandes, raros. Había unos personajes ahí…
El jazz siempre es otra cosa. Era divertido. Salta era otra Salta. No era la Salta que es ahora. Era una Salta más íntima. No había tanta gente. Ahora hay extranjeros, un montón de gente de Buenos Aires que se fue a vivir a Salta. En esa época Salta era mucho más chica. A veces cuando voy siento que es otro lugar del que yo viví. Hay cosas que están buenas, hay cosas que no tanto. Antes era chiquitito, era como un pueblo. Escuchar jazz en los años 90 en Salta, en un sucucho, era una locura. No existía el Café, no existía nada. Era otra Salta. No se compara.
El Cuchi es Bill Evans, olvidate. ¿Y el Dino? Al Dino lo escuché cuando tenía quince años…. No, más chica era, que yo iba a la casa de Cuchara, porque me daba clases. Y sí, tanto el Cuchi como el Dino, de los mejores compositores argentinos. El Cuchi… la música de él es increíble. Nunca lo alcancé a conocer. A Dino sí. El Cuchi escuchaba jazz, obvio. Tiene una formación muy interesante y muy mundana también, tiene muchas influencias. Es una camada de músicos argentinos muy interesante: María Elena Walsh, el Dino, Manolo Juárez. Una camada de músicos que para mí tiene que ver con algo de los años en que nacieron, por más que estaban en diferentes lugares. Por ejemplo, la música brasilera, el choro, el chorinho, o la milonga, se dieron en la misma época en que se dio el bebop en Estados Unidos. En continentes diferentes pasaban las mismas cosas y sin comunicación como hay ahora. Ahora es todo lo mismo pero no es por una cuestión energética sino por las redes (risas). Pasaban las mismas cosas con características de cada lugar. Con el mismo concepto. Yo amo mucho el bebop y ese lenguaje lo tiene el choro también. Ese acercamiento cromático a las notas, ese caminito mágico que se va haciendo. La milonga lo tiene. Los valsecitos peruanos. Toda esa parte latina a mí me fascina.
En Salta toqué jazz, armé cosas. Igual no había tantos músicos. Después de un par de años vino Leo Goldstein, Martín Misa. Tenía 17 años cuando me fui. Me quería ir a estudiar. En Buenos Aires viví dos años bien de paso. No me gustaba, no me sentía y me fui. Me fui a vivir afuera como siete años, ocho años. No quise saber nada. Después volví y me asenté un poco. Viví lo que quería vivir. Conocí lo que quería conocer. Me conocí a mí. Sigo haciéndolo, obvio, porque este es un camino. Siempre hay algo nuevo por descubrir, siempre hay una banda nueva para hacer. Siempre hay un proyecto nuevo que te da vuelta la cabeza.
A Bardo lo grabamos en medio de la cuarentena, prácticamente, en septiembre de 2020. Son temas originales. La verdad que fue un desafío muy importante hacer música solamente de mi autoría junto a un nuevo quinteto. Lo grabamos en ION y fue una experiencia súper cópada. Lo grabamos medio de una, dadas las circunstancias de pandemia y todo eso, y la verdad que quedé muy conforme.
Lo más importante para mí fue grabar la música que había escrito. Fueron temas que había escrito durante la cuarentena. Creo que muestra otro lado mío. Elegí el título Bardo por este mismo motivo. En algunas culturas, «bardo» significa intermedio, pasar a algo, de un lugar a otro. Siento que es una búsqueda que se va dando de a poco. Yo venía tocando una música, esa música está presente en Bardo: todos los ritmos latinos, blues. Pero hay algo más que incorporé y aposté en este disco, quizás un sonido más moderno.
Grabé todos los caños. Grabé saxo alto, tenor y soprano, y eso también fue un desafío grande. Ya grabar música original y con todos los instrumentos fue como un gran progreso para mí y quiero seguir por ese camino de la composición y de buscar otros instrumentos. Probar con otros sonidos, con otros músicos, músicas. Es una gran búsqueda esto para mí. Entonces, a medida que voy haciendo discos, son como pequeños logros. Ahí veo dibujados estos logros. Los veo… No me sale la palabra, pero los veo… como hechos realidad.