Gabriel Miremont, ex secretario de Cultura de la ciudad. Su gestión fue muy pobre. Foto: Prensa Municipalidad de Salta
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Balance 2020 | Cultura salteña, fractura expuesta

El año para les artistas locales fue nefasto. Las gestiones estatales no estuvieron a la altura.

Hay una realidad histórica: les trabajadores no masivos de la cultura independiente generalmente viven de otra cosa. La satisfacción que brinda el acto artístico siempre estuvo por encima de la necesidad de cubrir la canasta familiar. Entonces, muchas veces hemos tocado y hemos hecho cosas “de onda”. Descuidamos nuestros derechos como autores, compositores, intérpretes, e incluso el mantenimiento de nuestras herramientas de trabajo. La satisfacción del aplauso o el vino, la pizza, la birra o las empanadas “invitadas” por la casa compensaban eso. Un intercambio no equivalente. En algunos casos, a lo sumo, estaban el Estado y/o el INAMU con algún cachet a la baja o algún subsidio/fondo ciudadano para bancar algún proyecto puntual.

Entiendo que esto es extensivo a muchas ramas del arte local. A veces pienso cuántas veces un músico habrá emitido una factura a un bar por los servicios prestados. O habrá pasado planillas en SADAIC por los temas interpretados, sean propios o de otra persona. Y que no se malinterprete: que esta crítica (que tiene mucho de “auto”) se entienda de manera fraternal, o sorora. Porque también hay que decir que hay un gran sector que no hace música pero que vive de ella. Por un lado, “los paramúsicos” (desde técnicos y asistentes, hasta empresarios del sonido y la iluminación), que viven con matices lo señalado anteriormente. Y por otro, los empresarios, que nunca se animaron a reducir un poquito el lucro y que ganaron más cuando los que hacían arte en sus reductos descuidaban sus derechos. Valga como recordatorio alguna descarga eléctrica en algún show en vivo de 2018.

Así, la crisis mundial que desata el COVID, con su consiguiente aislamiento social, fueron un golpe letal para una escena como la salteña. Si golpeó fuerte a los dueños del circo, imagínense a las atracciones.

Pero antes quiero hacer un paréntesis, porque entre enero y marzo hubo algo de actividad. Muchos festivales de folclore en los municipios salteños, algunas fechas autogestionadas, todo el circuito carpero de carnaval y dos ciclos de música estatales de idéntico nombre y día, pero con una diferencia clave: el de la Municipalidad de Salta pagaba cachet (merced a un convenio con la asociación MIAS), mientras que el del Gobierno de la Provincia no. El dato clave de este primer trimestre estuvo dado por la exigencia del cumplimiento de la «Ley de Cupo Femenino y Acceso de Artistas Mujeres a Eventos Musicales”. La misma fue publicada el 20 de diciembre del año pasado y, salvo honrosas excepciones, fue incumplida en reiteradas ocasiones. Valga como ejemplo el compromiso público incumplido del intendente de Cafayate en el predio de la Usina Cultural.

Sabrina Sansone, secretaria de Cultura de la Provincia. Foto: Cultura Salta

Sir COVID

Ahora sí, vamos al período que arrancó el 19 de marzo de 2020. Desde ahí, y durante casi el resto del año, la actividad cultural se cerró en la usanza tradicional. Se hicieron recitales y ciclos por streaming, como el de La Balsa, o el que Diego Llera motorizó desde el espacio Yendo de la cama al living. Luego entró a jugar la infraestructura del Estado provincial con el ciclo desde la Usina Cultural. En relación al mismo, dos cosas: por un lado hubo una grilla amplia, con proyectos de repertorio propio y una muy buena puesta en escena. Por otra parte, si bien no se pagó cachet, hubo un estándar de calidad que para una banda independiente autogestionada es casi prohibitivo. Cosas para pensar a futuro: pareciera que siempre hay un límite infranqueable.

Las principales figuras que condujeron las dependencias culturales también estuvieron en el ojo de la tormenta. De entrada, no estuvieron a la altura de las circunstancias, pero queda para el análisis si tuvieron los recursos para poder gestionar cultura en medio de la crisis. En la órbita de la Secretaría de Cultura de la Provincia, algunes referentes autoproclamades (y con residencia en Capital) decidieron apuntar a la figura de Sabrina Sansone, pero más a la persona en particular que a la funcionaria. Porque si fue coach en el Bailando de Tinelli, o bailarina principal en el Colón, lo que hay que evaluar es otra cosa. Ojalá estemos a la altura de hacer esa crítica, y sobre todo de proponer soluciones.

Ahí apareció otro factor importante: mucho ego en quienes decían tener la voz del sector, pero poco laburo de base en eso de crear una red que contenga en momentos de crisis. Entre los gestos a destacar, trabajadores y administratives de la Orquesta Sinfónica de Salta aportaron económicamente a espacios como MIAS, la Colectiva, Mujeres Músicas y otros sectores que, con mayor o menor criterio, distribuyeron pequeños paliativos. Quizá fue el peor momento de todo esto: donde el pedido de al menos un bolsón (no vamos a dar nombres, por respeto) resumía el estado de desesperación.

Durante la pandemia hubo varias movidas solidarias para ayudar a les artistas

Síntoma de la desesperación fue la militancia de algunos referentes por una Ley de Emergencia Cultural, llevada al recinto por un diputado de Juntos por el Cambio (sí, esos que convirtieron al Ministerio de Cultura de la Nación en una secretaría). El proyecto tuvo muchas modificaciones, media sanción y duerme la siesta de los justos. Desde estas páginas voy a sostener la necesidad de una ley de ese tipo, pero fruto de un debate colectivo que hay que aprender a construir, y que requiere que nos involucremos. Si no, los personalismos y oportunismos nos dejan nuevamente vulnerables.

Por otra parte, en el municipio capitalino, la gestión de Gabriel Miremont al frente de la Secretaría de Cultura fue ne-fas-ta. Llegó, logró el ascenso de rango (antes era una subsecretaría) y se fue casi sin más méritos que cocinar un par de ollas populares y pintar alguna senda peatonal cool. Se fue del municipio en agosto, pero recién se blanqueó la situación dos o tres meses después. En el medio hubo mucho maltrato a referentes del campo cultural que llamativamente no hicieron tanto ruido como en la esfera provincial, o al menos aprendieron a “comer sapos”. Creo que no se merece ni un tipeo más.

Emi Livelli y Feli Colina en el Rompan Fest, un modelo de autogestión cooperativo. Foto: Matías Egea

¿Mañana es mejor?

La extrema vulnerabilidad de los artistas con anterioridad a la pandemia resultó en un drama cotidiano desde marzo. En los primeros meses, salvo algún fondo que bajó del INAMU, la asistencia fue alimentaria: sí, bolsones con algo de comida. Porque la cuestión rozaba la emergencia alimentaria. Eso debería dejar una enseñanza de cómo encarar y qué cosas demandar a futuro al Estado y a las organizaciones que les representan. Pero sobre todo, la necesidad de meterse, participar.

Sobre el cierre del año, la cuestión empezó a reactivarse muy lentamente. Por el lado estatal, desde Provincia empezaron a anunciar cientos de beneficiarios de una diversa línea de fondos. Desde el municipio salteño se retomó el Autocine con proyección de videoclips locales y un ciclo en el Anfiteatro del Parque San Martín con entradas para las bandas participantes. No puede negarse que la actitud y la respuesta es diferente a la de marzo, aunque la magnitud de las heridas hacen difícil la cicatrización.

Por el lado no estatal, algunos espacios ya retomaron los shows en vivo. Lo inauguró Perro Ciego el 6 de diciembre pasado. Después se dieron varias fechas más y el punto cúlmine fue el Rompan Fest, que con entradas agotadas y un modelo de autogestión cooperativo puso en limpio que para salir de este agujero interior hay que poner algo más que quejas.

El año que viene va a arrancar difícil: quizás tengamos un nuevo momento de aislamiento, no hay certezas sobre la temporada de festivales veraniegos y carnestolendos. Ya sabemos lo que el ASPO 2020 significó para la cultura y sus trabajadores. Esperemos que el Estado y les artistas estén a la altura de las circunstancias de lo que va a venir.

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