Libros

Satisfaction en la ESMA, de Abel Gilbert

Una investigación desde lo sonoro sobre la última dictadura.

Satisfaction en la ESMA: música y sonido durante la dictadura (1976 – 1983), de Abel Gilbert, analiza aquel período desde un punto de vista original y muestra cómo desde lo sonoro también se puede retratar el horror.

El libro fue publicado hace pocas semanas por Gourmet Musical Ediciones. Originalmente fue la tesis con la que el autor, que además es compositor y nació en 1960, recibió su doctorado en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata. Podría ubicarse en el mismo pelotón que integran trabajos como Rock y dictadura o El año de Artaud, ambos de Sergio Pujol, y también de otros análisis que van más allá de lo estrictamente musical, como Los años setenta de la gente común, de Sebastián Carassai.

El título hace referencia a un hecho concreto como fue la reproducción constante del viejo hit de los Rolling Stones para tapar los gritos de los torturados en el sótano de la Escuela de Mecánica de la Armada. Pero como bien anuncia el título, Gilbert no se queda solamente en lo musical sino que también suma sonidos de la época que podrían resumirla. Incluso va más allá de los siete años de la dictadura y muestra cómo lo castrense penetró distintos ámbitos de la cultura y el día a día.

Eran tiempos en los que charlar sobre discos en una pizzería podía provocar que todos los participantes terminaran presos y con el pelo cortado, como le pasó al propio Gilbert en 1979. Algo que no fue exclusivo de la dictadura de Videla: algunos años antes, en Salta, Peter Terey había sufrido la cancelación de su programa de radio tras emitir “La marcha de San Lorenzo” en versión de Billy Bond y La Pesada. Satisfaction en la ESMA da cuenta de aquella vieja normalidad. Hablamos con el autor al respecto.

– Por lo que pude ver en las redes de Gourmet, el título del libro generó impacto en algunos lectores. ¿Fue una reacción que buscaste?
En rigor el título no buscó ningún impacto. Un libro de esta característica no busca un impacto a partir del título, lo que no quiere decir que el título no plantee un problema, y que es el hecho de que una canción como «Satisfaction» en la ESMA haya sido parte de la cortina sonora de la tortura. Pero no como modo de provocación sino como enfrentar un dato de la experiencia del terror.

– ¿Mantener en la actualidad el vínculo entre cierta música y la dictadura (“Avenida de las camelias”, por ejemplo) es una forma de conservar la memoria y no olvidar lo que pasó? ¿O se podrían resignificar algunas canciones de cara al futuro?
Ninguna música tiene un significado eterno, un solo significado. De hecho «Avenida de las camelias» recorre el libro y se muestra en su momento de mayor irradiación, que es la música del golpe, pero también en su decadencia y en su reverso de sentido como objeto de parodia cuando Charly canta «no pasa nada, sólo un banda militar desafinando el tiempo y el compás». O sea, no hay nunca, en nada, un significado unívoco. No sólo no nos bañamos dos veces en el mismo río sino que no escuchamos dos veces la misma canción, y ningún objeto queda con un sentido fijo. Eso quiere decir que de cara al futuro las posibilidades de una nueva resignificación de cualquier canción, de cualquier objeto, están abiertas.

– ¿El rock argentino realmente se plantó frente a la dictadura, como se dice, o fue una banda sonora un poco inofensiva para las aspiraciones de los genocidas?
El rock argentino no se plantó frente a la dictadura. El rock argentino no es una parte desmontable y separable de la sociedad argentina. Tuvo los claroscuros que podía tener un sector de la cultura. Había un corte generacional, aparte, que no generaba articulaciones con el mundo político, ni siquiera con el campo cultural. Pedirle al rock argentino que sea un estandarte de avanzada es una exageración. De todas maneras, el rock argentino deja algunas letras con indicios de cómo se pudo haber experimentado el terror en esos años.

– ¿Cómo encaraste una investigación que (al menos desde afuera) parecía interminable? ¿Cuánto tardaste? ¿Tenías un método más o menos estricto o avanzabas como podías?
Vos hablás de interminable y la investigación en cierto sentido no está concluida porque está abierta. Otros pueden seguir este camino explorado a partir de una cantidad X de indicios. Fue una investigación de seis años a la cual hay que sumarle una experiencia sensorial y de la memoria sensorial que uno arrastra desde la misma adolescencia y desde las primeras aproximaciones que uno tuvo con la música, en principio como melómano, para después eso constituirse en un oficio y en un espacio de reflexión. Desde ya que había una metodología, un aparato crítico, y de alguna manera eso me permitió juntar lo que estaba disperso, separar lo que está junto y encontrar los indicios de la experiencia perceptual del terror, distintos tipos de músicas y distintas configuraciones culturales.